¿Nuevos partidos o un nuevo tipo de partido?
Si bien el Partido por la Dignidad puede ser pertinente para romper el "cartel" de los partidos de cara al proceso constituyente, si su propuesta es realmente seria debieran apuntar a ir más allá de dar espacio a los independientes. La oportunidad de dar voz institucional a los ciudadanos comunes puede ser una nueva práctica que inste a los demás partidos a una verdadera renovación. Estamos en un momento en que todos los caminos están abiertos, innovemos.
A tres meses del estallido social, hoy sale al ruedo el intento de creación de un nuevo partido político, el Partido por la Dignidad liderado por James Hamilton, que pretende ser un espacio "instrumental" para los independientes de cara al proceso constituyente. La experiencia del Partido por la Democracia (PPD) señala que un partido declarado instrumental en sus inicios puede transformarse fácilmente en un partido permanente. Cuando se accede al poder, se desencadenan dinámicas de permanencia que llevan a seguir el camino institucional de los demás partidos. Esto no es necesariamente negativo, se puede evaluar un partido por su evolución en el tiempo pero también hay que valorar su aporte en el momento de su nacimiento, lo que representa en su coyuntura histórica.
Cuando las sociedades enfrentan crisis políticas, económicas y sociales, es esperable que aparezcan emprendedores políticos que busquen formar nuevos partidos para representar a la población descontenta. Ya sea por fragmentación de partidos existentes o por movimientos externos al sistema de partidos, los emprendedores políticos generalmente buscan encarnar "lo nuevo", que logre distinguirlos de los partidos ya instalados. Si se logra tener éxito en inscribir un nuevo partido político (lo que no es tan fácil), se tiene primero el desafío de acceder a los espacios de poder en disputa y, en segundo lugar, el de no caer en las mismas faltas que los "viejos partidos" adversarios. El primer desafío es mucho menos difícil que el segundo, con una coyuntura favorable un partido puede ser un boom electoral, pero lograr renovar institucional y culturalmente el sistema de partidos es algo considerablemente más difícil. Y en esta carrera, partidos nuevos terminan muchas veces envejeciendo y quedando obsoletos más rápido que los partidos más antiguos.
Según el Servel, desde la crisis del 2011 han fracasado en constituirse 27 partidos políticos de variado tipo y, en la actualidad tenemos 21 partidos formalmente constituidos, de los cuales 16 han llegado al Parlamento gracias al cambio en el sistema binominal. Paradojalmente, nunca antes en la historia desde el retorno a la democracia tuvimos tantos partidos políticos y el descrédito de los mismos nunca había sido tan grande. Esta paradoja nos obliga a repensar qué hacer con los partidos políticos de cara a la crisis de legitimidad de nuestra democracia representativa. Desde hace al menos 20 años hemos asumido en teoría que los partidos ya no representan las expectativas ni modos de pensar de la sociedad y, sin embargo, creamos más y más partidos que terminan reproduciendo lógicas oligárquicas que los alejan de los ciudadanos.
Como ha demostrado la ciencia política desde el siglo pasado, los partidos políticos son fuertemente moldeados por las leyes y las instituciones con las cuales se relacionan. Primero, por los sistemas electorales que determinan las reglas del acceso al poder y en segundo lugar, por los modos de funcionamiento de los poderes legislativo y ejecutivo. Por ello, si queremos dar una nueva legitimidad a los partidos políticos debemos repensar su rol y relaciones institucionales. Muchos dirán que un sistema parlamentario o semipresidencial sería la solución; sin embargo, democracias desarrolladas con tales sistemas, con financiamiento y reglas de transparencia para los partidos ya tienen el mismo problema de legitimidad que nosotros. Otros han propuesto una especie de partido-movimiento que conecte las bases sociales o "la calle" con los representantes, pero tampoco han logrado ser un éxito porque los movimientos sociales son cíclicos, no están sometidos a un control democrático permanente y tienen lógicas muy distintas a las instituciones partidarias que requieren más dedicación profesional y negociación constante.
Hay algo muy novedoso en este proceso chileno y es que la democracia deliberativa se ha instalado en la ciudadanía mediante cabildos y asambleas autoconvocadas con un tremendo valor. El ciudadano común ha vuelto a hablar de política desde su propia realidad y puede haber aquí el germen de una nueva institucionalidad formal para la participación de los ciudadanos. Consideremos que las asambleas ciudadanas deliberativas electas por sorteo comienzan a ser una realidad en Canadá, Irlanda, Bélgica y Francia como un complemento al sistema de representación. Si los partidos políticos chilenos, nuevos y antiguos, recogieran esta tendencia, podrían encontrar en estas asambleas un nuevo interlocutor ciudadano para complementar la toma de decisiones y dar una nueva legitimidad al sistema político.
Si bien el Partido por la Dignidad puede ser pertinente para romper el "cartel" de los partidos de cara al proceso constituyente, si su propuesta es realmente seria debieran apuntar a ir más allá de dar espacio a los independientes. La oportunidad de dar voz institucional a los ciudadanos comunes puede ser una nueva práctica que inste a los demás partidos a una verdadera renovación. Estamos en un momento en que todos los caminos están abiertos, innovemos.
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