Pichulonko

Convención Constitucional

Los cambios que propone la Convención no nos van a llevar a replicar el modelo exitoso de Nueva Zelandia, por las diferencias culturales, geográficas y económicas que tenemos. Muy por el contrario, estos cambios nos van a acercar, rápidamente, a replicar el ejemplo de países como Perú, Bolivia y Ecuador.



“El muñeco es hueco y engaña la visión de los compradores al parecer de una sola pieza”, dice la referencia en Wikipedia sobre la ya famosa artesanía chilena del indio pícaro, agregando que “las piernas permanecen por inercia y peso pegadas al suelo, activando un mecanismo que causa la sorpresa y diversión”. Pese a que podría haber sido el tema de la semana, Pichulonko no se trata de otra desafortunada maniobra estival, sino de algo mucho más complejo.

El 15 de diciembre de 2020, en una maniobra parecida, la unanimidad del Senado, engañados o voluntariamente sometidos, aprobó el informe de la comisión mixta que acordó la reserva de 17 escaños para los pueblos indígenas. Un hito histórico en nuestra historia electoral y constitucional que, luego de varios meses, hoy comienza a mostrar sus nefastas consecuencias.

89.060 votos en total consiguieron los 17 constituyentes de pueblos originarios, y pese a que no alcanzan ni siquiera el tercio, son los votos claves que tienen secuestrada la Convención Constituyente y que les han permitido imponer un Congreso Plurinacional; introducir la exigencia de un consentimiento indígena (poder de veto) para el desarrollo de legislaciones, políticas o incluso inversiones; o consagrar la existencia de sistemas judiciales distintos y alternativos en nuestro territorio, entre otras aberraciones.

¿Por qué los chilenos comunes y corrientes, aquellos que no nos autodeterminamos o autoidentificamos como pueblos originarios, tenemos que pagar las supuestas deudas históricas, políticas o sanguinarias de quienes habitaron nuestro país en los últimos 486 años? ¿Por qué debemos reconocer la existencia de múltiples naciones cuando la realidad histórica demuestra que Chile es uno solo y que no existe ni ha existido en este territorio otra nación diferente? ¿Por qué tenemos que aceptar, sin más, la imposición de escaños reservados, justicias especiales, lenguajes alternativos o realidades paralelas que no representan a los millones de habitantes en nuestro territorio?

Luego de 42 años, es evidente que Chile necesita un nuevo cuerpo constitucional que refleje los avances de nuestro país y se haga cargo de las deudas y debilidades del texto vigente. Pero esa Constitución -bajo el pretexto ideológico disfrazado de reivindicación histórico-cultural que algunos indios pícaros y sectores políticos nos quieren imponer- no puede significar un retroceso en libertades, igualdades y seguridades para millones de chilenos.

No tengan dudas, los cambios que propone la Convención no nos van a llevar a replicar el modelo exitoso de Nueva Zelandia, por las diferencias culturales, geográficas y económicas que tenemos. Muy por el contrario, estos cambios nos van a acercar, rápidamente, a replicar el ejemplo de países como Perú, Bolivia y Ecuador que, con el enorme respeto que me merecen sus nacionales, son estados política, social y económicamente fallidos.

“Mari Mari Kompuche”, señaló la futura ministra Siches al iniciar su comparecencia a la prensa el lunes recién pasado. “Kunamastasa, kamisaraki; Iorana korua” agregó, horas después, la ministra Rubilar para no ser menos y reflejar, en toda su dimensión, cómo la política y los medios están capturados por la moda indigenista en Chile.

¿Hasta cuándo la ingenuidad?

Es hora de quitarse las máscaras, sacarse los disfraces y empezar a decir las verdades por su nombre, duela a quien le duela. Porque si no abrimos los ojos ahora, después será muy tarde, y sin darnos cuenta, Pichulonko nos habrá engañado a todos y no será sorpresivo ni divertido para la mayoría de los chilenos.

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