Republicanos
Si no existe una reflexión ideológica relevante en el Partido Republicano, a la altura de los desafíos actuales del país, este proyecto no será más que un conglomerado de ciudadanos "principistas", indignados con la delincuencia, la ideología de género y el avance de la izquierda.
Es indudable que la posición que José Antonio Kast ha ganado en la política chilena puede ayudar a contribuir a la regeneración de los partidos de derecha, tan alicaída como ambigua desde hace varios años. Kast, a pesar de ser acusado de "fascista" y "populista", solo parece estar haciendo eco de un sentido común perdido, de una cierta "alma de Chile" amenazada con diluirse entre las banderas de la autonomía individual y el progresismo de izquierdas y derechas.
Por ello, es encomiable que un partido le dé importancia trascendental a los principios, en un contexto en que estas colectividades se encuentran en absoluta decadencia. Así, el hecho que exista un partido que ponga los principios por delante, colabora a que vuelva a tomarse en serio la acción política. Resulta increíble, en tal sentido, que ningún partido chileno con inspiración cristiana o laica ―los antiguos partidos de la Concertación, por ejemplo―, no se atrevan a defender públicamente instituciones o derechos que fueron parte esencial del consenso social y político de Chile. Por ejemplo, hoy parece que da miedo –por ser tildado de fanático—, sostener que el matrimonio tiene una estructura objetiva, cuando hasta hace poco todos los partidos en la derecha, hasta los democratacristianos y los socialistas, inclusive, no se atrevían ni siquiera a ponerlo en duda.
A pesar de lo novedoso, hay un aspecto que no parece cambiar. La apelación directa a la "república", de hecho, remite a la antigua actitud de sospecha de la derecha respecto de las ideologías políticas, rasgo que heredan quizás del gremialismo, del que casi todos sus miembros se alimentan. La derecha, por lo general, se ha caracterizado por plantear una separación radical entre principios e ideologías, siendo escéptica de los proyectos ideológicos al momento de gobernar (hace un tiempo, alguno escribió por ahí, "gobernar con principios"), los que tienden a identificar con las ideologías totalitarias del siglo XX. Ello explica su constante temor por "politizar" los espacios sociales, como la universidad y los sindicatos, y su confianza por hacer "política" pero desde la gestión empresarial, u otro sucedáneo, que no contamine los cuerpos intermedios con ideologías.
El punto central reside en que es inevitable que, enfrentados a la realidad, los partidos políticos se vean obligados a articular ideologías propias. Y los republicanos no serán la excepción. La articulación de ideas implica avanzar desde los principios políticos abstractos, con el objeto de buscar los engranajes entre la teoría, el deber ser y la realidad política. De hecho, este fue el trabajo que hizo Jaime Guzmán durante los años '80, al realizar una chiclosa fusión entre doctrina social de la Iglesia, liberalismo económico y moral conservadora, aun cuando su proyecto se fundó en una sospecha original hacia las ideologías.
Para gobernar un país o tener una representación parlamentaria con algún peso político, no basta con una declaración de principios. Es necesario también un aparato ideológico robusto que les permita leer los vaivenes de la sociedad chilena. Al otro extremo de la derecha, por ejemplo, Evópoli optó por ahorrarse el trabajo y subirse acríticamente al vagón del progreso con su puritanismo métrico-liberal. ¿Qué harán los republicanos? ¿Se ahorrarán el trabajo también, subiéndose al otro vagón de la resistencia a abandonar la obra del régimen militar? ¿Serán capaces de elaborar una ideología propia, o avanzarán hacia el neogremialismo?
Si no existe una reflexión ideológica relevante entre los republicanos, a la altura de los desafíos actuales del país, este proyecto no será más que un conglomerado de ciudadanos "principistas", indignados con la delincuencia, la ideología de género y el avance de la izquierda: algunos pinochetistas, otros libertarios, un lote de conservadores y uno que otro socialcristiano desencantado, con solo una cosa en común: el hastío por la desmoralización de Chile.
Endeble aún para un proyecto genuinamente político.
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