Sáquenme de aquí inmediatamente
Como estoy escribiendo un libro sobre un poeta chileno, no puedo dejar de buscar pistas en sus manuscritos. En el poeta que investigo, la caligrafía se atropella y se corta, las tachaduras se unen con frases insertadas en pequeños espacios en blanco, la tinta es un rayo eléctrico que apenas se sostiene porque está en una batalla constante contra todo y todos. Así, despide un hálito trágico que quizás proviene de la certeza de que las palabras no alcanzan a referir la intensidad del mundo. Por supuesto, lo anterior no es un análisis grafológico sino más bien una intuición auspiciada en la idea de que cualquier caligrafía resume de forma elíptica las tensiones íntimas de una biografía, en el despliegue de su trazo. Todo lo anterior se puede comprobar al revisar, por ejemplo, las letras que tenían Gabriela Mistral (que muchas veces extiende sus versos largos de tal forma que se doblan hacia abajo en el borde de la página); Pablo Neruda (con la tinta verde en el papel, rebosante del aura de saberse un objeto que reclamará la posteridad); Nicanor Parra (consonantes como palotes; vocales abiertas en el asombro y la risa, una letra de profesor y de tiza vieja, curtida en las pizarras, consciente de que su claridad es una trampa de vacío) o Enrique Lihn (la tipografía de los globos de diálogo de "Roma, la Loba" como la constancia demoledora de que se le acaba el tiempo y que todas las conversaciones quedarán interrumpidas y todas las ideas, suspendidas en el aire).
"Sáquenme de aquí inmediatamente", escribió Eduardo Frei Montalva en una hoja cuya imagen ha circulado estos días a propósito del fallo del juez Alejandro Madrid que acredita finalmente que fue asesinado por el gobierno de Pinochet. Un médico le pasó papel y lápiz. Frei estaba en la Clínica Santa María, internado. El lugar estaba lleno de agentes de la dictadura, los que además habían infiltrado su círculo íntimo a tal punto que tenían a sueldo a su chofer. En algún momento el ex presidente le diría a su hija Carmen que no llegaría a salir vivo de ahí: llevaba más de un mes, lo habían operado varias veces, lo estaban envenenando y le habían sacado parte del intestino. No se equivocaba. Moriría el 22 de enero de 1982 y la investigación duraría hasta el día de hoy, cubierta en una telaraña de conspiraciones, documentos perdidos, malas praxis médicas y encubrimientos de toda laya.
Pensé en eso anoche, cuando Fernando Paulsen entrevistó a Carmen Frei en "Última mirada". La ex senadora, que insistió casi sola en la investigación a través de las décadas, habló de ese mensaje (y de otro con palabras casi idénticas, que su padre le entregó antes) para luego decir que conservaba ambos papeles. "No los tengo en mi casa. Los tengo guardados para que no desaparezcan como desaparecieron las fichas médicas", agregó. Quizás tenía razón: ese temblor que avanza hasta volverse indescifrable es un documento hecho de puro terror pero documento al final y por lo tanto merecía conservarse, ser protegido para la memoria, volverse un recordatorio la trama pavorosa del caso.
Cualquier lectura de un texto manuscrito siempre implica la sombra de un secreto. Por eso el trazo de Frei sobre el papel impacta. Apenas se entiende pero lo que importa en ella es el gesto, resumido en esas últimas palabras que son solo galimatías mientras el lápiz dibuja un hilo de vida que se enrosca o se asfixia sobre sí mismo para no decir nada y con eso, decirlo todo. Se trata de una caligrafía que podemos leer como el avatar de un laberinto sin salida, como una lengua que va perdiendo todo sentido que no sea el volverse un signo oscuro, insoportable en su significado. De este modo, la letra de Frei es el apunte del alfabeto de la muerte porque señala los contornos de una lengua que avanza desde el miedo hasta tomar la forma de un ideograma ominoso. Ese ideograma sintetiza su época para volverse el documento más inapelable del caso, al contener la amenaza y la certeza del peligro, la conciencia del deterioro final y el miedo ante la inminencia de la muerte. "Sáquenme de aquí inmediatamente" escribe la mano de Frei que se levanta en el aire consumiendo las pocas fuerzas que le quedan en un garabato que en realidad es un susurro de horror que lucha por no ser inaudible.
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