Raúl Ruiz en su obra maestra Diálogo de Exiliados (1975), retrataba con sorna la desmesurada expectativa de un grupo de chilenos en París tras leer en Le Monde que el Cardenal Silva Henríquez había criticado a Pinochet en una entrevista. "¡Se acabó esto! ¡Cagaron los milicos!", gritaban.

Me acordé de Ruiz y esta escena bufa de tantas que tiene la película, que desacralizó el relato solemne del exilio, siempre cargado de palabras rocosas y gigantes de las ciencias sociales, analizando los alcances del ataque "ideológico" que ha sufrido el fútbol chileno en los últimos días.

¿Cómo hubiera retratado Ruiz a ese grupo de encapuchados que irrumpe en las canchas sin un plan específico y prometiendo un alcance maximalista en sus inorgánicas acciones? Sesenta en Coquimbo, treinta en San Carlos de Apoquindo, apenas veinte en el Estadio Nacional el martes. Nadie en realidad, pero los suficientes para levantar polvareda, romper algunos asientos y provocar una gran fogata. Suficientes, también, para que la Conmebol cargue contra la U y el fútbol chileno, y para espantar a decenas de aficionados por un buen tiempo.

Fácil es desmontar la impostura del "fútbol-fiesta" (que no puede seguir porque muere gente en la calle) partiendo de que la simplificación del fútbol a la categoría de "fiesta" es un invento de las mismas barras, protagonistas excluyentes de un espectáculo de ellos y para ellos. Que se juegue no significa que siga la fiesta, porque la fiesta nunca existió. En el estadio, desde siempre, han convivido decenas de sensaciones y hechos que exceden largo a la básica, endeble y muy conveniente etiqueta de "fiesta".

Pero más que esta impostura, está la ingenua expectativa, como los chilenos exiliados escudriñando los diarios buscando una anormalidad que indique el fin de la dictadura, de que este gobierno queda en jaque porque el fútbol puede ser interrumpido, postergado y hasta prohibido.

¿La verdad? No se le mueve un pelo a Sebastián Piñera por las maromas en el estadio. Y no lo digo yo, no es una especulación, basta remitirse a las palabras del subsecretario del interior Juan Francisco Galli, quien creía que el partido suspendido entre Coquimbo y Audax se había jugado el día siguiente. Así de relevante en la agenda de La Moneda las acciones de sabotaje de los barrabravas "antifa", que son los de siempre, pero con otra etiqueta. El contenido del tarro es el de siempre.

Subió el cobre, bajó el dólar, el imacec anduvo sobre lo esperado, no hay una actividad de la economía amenazada severamente, el abastecimiento funciona, los puertos están operativos, sacaron la PSU adelante por las buenas o por las malas. Las prioridades están en otro lado: si hay que sacrificar el fútbol, pues lo sacrificarán como sacrifican Plaza Baquedano, mucho no importa en las esferas de poder. La macroestructura sigue incólume. Fogatas, invasiones, pedradas, suspensiones, son un costo que están dispuestos a pagar. Porque, además, no lo paga el poder político y para el poder económico significa un vuelto. El que quemó tablones el martes o rompió una reja el domingo puede creer que Sebastián Piñera tambalea. Yo le aseguro que apenas se enteró. Y como propaganda negativa para el movimiento social, el tosco Alex Hernández soñaría con montar una coreografía tan eficiente. Saludos.

PD: Para los que están planificando más absurdos sabotajes contra el fútbol en lo inmediato, les cuento que Sebastián Piñera se fue de vacaciones a Caburgua.

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