Tiempos pesados

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Hay algo impostado ahí, algo vendido por la publicidad y disparado por la urgencia de comprender un siglo que ya luce extenuado. Demasiada información que no parece tal; demasiadas fakes news; demasiado twitter; demasiada inspección del yo; demasiada novedad sin reflexión; demasiada urgencia sin vanguardia para un mundo que no permite la ironía ni el humor y que teme tanto al disenso como a la fiesta



Quizás esto era el futuro: Bolsonaro y la selva amazónica incendiada; Trump y el imperio de la estupidez; el ascenso de la ultraderecha y José Antonio Kast; el cambio climático; los rescoldos de Notre Dame; el matinal de Cathy Barriga; los crímenes horribles resueltos en programas matinales; los culebrones turcos; las películas Marvel; un papa argentino, el fin de la tele abierta.

Quizás eso era, un montón de detalles inverosímiles e inesperados, un tapiz de anécdotas y hechos encadenados con el delirio, sin obedecer a más orden que su propio derrumbe. Tal vez siempre fue así; y siempre existió aquella sensación que implica percibir una crisis o el fin de los tiempos como algo permanente: todas las épocas se están quemando para quienes viven en ellas, el desastre se repite.

Ojalá vivas tiempos interesantes, decía la maldición china. Puede ser aunque hay algo impostado ahí, algo vendido por la publicidad y disparado por la urgencia de comprender un siglo que ya luce extenuado. Demasiada información que no parece tal; demasiadas fakes news; demasiado twitter; demasiada inspección del yo; demasiada novedad sin reflexión; demasiada urgencia sin vanguardia para un mundo que no permite la ironía ni el humor y que teme tanto al disenso como a la fiesta. Mientras, aborrece de la posibilidad del aburrimiento y el tiempo muerto, porque huye de la luz compleja que la melancolía puede otorgar al contemplar los hechos y los objetos.

Anoto esto mientras reviso viejos números de la revista de poesía "Selva Lírica", editada en Santiago en los años 1917 y 1918, y donde aparecen los rostros de escritores del período y algunos apuntes sobre sus vidas. No hay respuestas en ellos, quizás solo pistas de un misterio que se me escapa. Una idea: los retratos son tan interesantes como los poemas. Por ejemplo, hay un oscuro velo que tapa las caras de Juan Guzmán Cruchaga y Vicente Huidobro y apenas deja ver el perfil de Pedro Sienna; mientras aumenta el espesor de la mirada pétrea y casi victoriana de Gabriela Mistral. Ese velo desaparece en el gesto actoral de José Santos González Vera que parodia a un canillita, vendiendo la revista en la calle; o importa poco en la sonrisa de un Camilo Mori que se parece a la de Bob Dylan. A todos ellos los espera el futuro, son crisálidas que apenas conocen lo que se incuba bajo su propia piel mientras hacen de su escritura otra forma de mutación.

Leo ahora mismo una noticia falsa que dice que murió Clint Eastwood, uno de los últimos sobrevivientes del cine del siglo pasado. A Eastwood alguna vez lo persiguieron arañas gigantes y se volvió un héroe de las fantasías de Sergio Leone, esos westerns que parecían existir en lugares arrasados del futuro antes que en el pasado falso de la épica del oeste. En el medio, fue varias veces un policía violento que aspiraba a ser juzgado como un héroe oscuro, producto de su época. De este modo, aprendió lo que había que aprender y comenzó a contar sus propias historias. Hizo un cine que parecía ser una elegía permanente, ya fuese del género que lo hizo famoso, de sí mismo o de su tiempo. Por eso, las películas suyas que más me gustan son aquellas donde un héroe viejo se enfrenta a un mundo que apenas reconoce, mientras abraza la violencia como una forma de anagnórisis de aquello que teme y que roe en su alma cuando nadie lo mira. Están ahí "El jinete pálido" y "Los imperdonables", o "Cowboys del espacio". Hay más, montones, pero prefiero quedarme con esas, donde hay cierta poesía mortuoria como si el mismo acto de filmar fuera el de hundirse en un arte desaparecido, que solo puede ser ejercido con dignidad y artesanía.

Pero no pasó nada. Eastwood sigue vivo, al parecer aunque no puedo dejar de pensar en los versos de un viejo poema de Manuel Rojas. Se llama "ABS" y que es de 1918 y que apareció en uno de los últimos números de "Selva Lírica". Rojas tenía poco más de veinte años cuando lo escribió y a lo mejor le hablaba a los miembros de su generación. Tal vez tenía aún la fantasía de ser un poeta y quizás ahí estaba el futuro pero a la vez la muerte del mismo, el instante donde fue capaz de percibir la fragilidad propia y de quienes lo rodeaban. También el texto puede ser una despedida (a 1918 y a su propia juventud) pero también a las certezas que se desvanecían en esos tiempos pesados y parecidos a los nuestros, y a todo eso que recordaremos como perdido, imposible de recobrar salvo como como un fantasma o una sombra. Dice: "Pensar que, sobre nuestros corazones, / no durará mucho tiempo la dulzura de las canciones (…) Alguien vendrá, en la sombra, a cortar la canción./ -Sentiremos que un pie desnudo nos pisa el corazón,-/ Bocas amigas recogerán nuestro cantar./ Y los cantarán, en voz baja, cuando quieran llorar. / Y nosotros, ya muertos, no las podremos escuchar".

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