Un Bolsonaro para Chile

Necesitamos un Bolsonaro en Chile. Pero eso no significa que tengamos que esperar al 2021 para elegir uno (por mucho que me motive esa idea), sino que es perfectamente posible que el Presidente Piñera se bolsonarice un poco y vuelva imponer una agenda alineada con los intereses de la gente y alejada de la presión de la izquierda, los medios o los llamados influyentes.



Misógino, machista, sexista, homofóbico, racista, xenófobo, fascista. Son algunos de los adjetivos que algunos atribuyen a la figura de Jair Bolsonaro y cuyo paso por Chile no dejó a nadie indiferente. Con esa carta de presentación, los medios y la oposición, prefiguraron la llegada de un verdadero monstruo a nuestro país: una diputada partió insinuando que habría exigido que las mujeres asistieran con minifalda; otros honorables se restaron por considerarlo inmoral (siendo que en sus propias trayectorias dicha honorabilidad esta más que cuestionada); unos y otros se deshicieron en anticipar el desastre de Prosur y un verdadero infierno con la visita del polémico Presidente de Brasil.

Pero el mito construido en Chile sobre la figura de Bolsonaro, no fue más que eso, un mito. A partir de frases descontextualizadas y muy antiguas, se buscó revivir la idea de que los brasileños habían votado, conscientemente, en contra de los negros, los homosexuales, los extranjeros y las mujeres y que su máximo representante, quería expandir esa agenda en Chile y en el resto de Latinoamérica. Bolsonaro es un mito y de esa forma lo llamaban los brasileños. Pero un mito que representó el quiebre con el Brasil tradicional, la expresión de un país cansado de la corrupción y de la agenda ideológica de la izquierda. A pesar de las encuestas negativas, de la odiosidad de los medios y del ninguneo permanente de sus adversarios, Bolsonaro fue tejiendo ese mito a partir de un discurso frontal, sin anestesia y dirigido a los problemas más cruciales de los brasileños: economía, corrupción y seguridad.

Llegó a Chile sonriente y su comitiva, que incluía a su hijo diputado, se desplegó hábilmente en los medios y en los círculos políticos de la derecha gobernante. Durante tres días, lejos de ver expresiones de violencia o discursos de odio, observamos un liderazgo diferente, ameno y que fue botando uno a uno los prejuicios construidos sobre ellos. Incluso, se dio el lujo de salir a pasear por Santiago y exhibió orgulloso cómo la elite chilena lo aplaudía espontáneamente (incluyendo a Checho Hirane), luego de recorrer un mall capitalino. Los medios quedaron descolocados. A pesar de las preguntas punzantes y de enrostrarles una y otra vez las declaraciones del pasado, los Bolsonaro respondieron armoniosamente. La oposición, ausente de las actividades oficiales, se quedó esperando un exabrupto y fue incapaz de montar un acto de protesta decente. El Hitler brasileño, como lo denominó una diputada, los había decepcionado enormemente.

Observando el despliegue inicial de Bolsonaro en Brasil, es legítimo preguntarse si necesitamos un Bolsonaro para Chile. Pero no el mito negativo que la izquierda ha buscado construir de su figura, sino el mito positivo, que desafía lo políticamente correcto y que, independiente de los medios y las encuestas, es capaz de tomar riesgos, enfrentar a la izquierda y apostar de manera frontal por imponer su agenda, alineada con resolver los problemas reales de los brasileños y que busca ayudarlos a superar sus miedos.

Yo estoy convencido que sí: necesitamos un Bolsonaro en Chile. Pero eso no significa que tengamos que esperar al 2021 para elegir uno (por mucho que me motive esa idea), sino que es perfectamente posible que el Presidente Piñera se bolsonarice un poco y vuelva imponer una agenda alineada con los intereses de la gente y alejada de la presión de la izquierda, los medios o los llamados influyentes.

Señor Presidente: los proyectos de ley con el apellido seguro, son buenas iniciativas, pero ininteligibles para la gente. Aunque sus asesores lo inhiban, vuelva a salir a hacer rondas policiales y apoye con fuerza la labor de Carabineros y la PDI en la lucha contra el crimen. En la semana con mayor número de portonazos y de imágenes de embarazadas y abuelitas golpeadas por delincuentes, los proyectos de ley son letra muerta. Las personas quieren ver autoridad y orden en televisión abierta, no negociaciones legislativas en el Canal del Senado. Respecto de sus reformas emblemáticas: es mejor perder con un buen proyecto, que ganar con uno ajeno que no resuelve los problemas ni cumple con las expectativas. La izquierda ha gobernado 25 de los últimos 30 años y no está configurada para estar en la oposición. Su misión es obstruir y de tanto negociar, las reformas tributarias y de pensiones quedarán inservibles para cualquier uso político o comunicacional.

Dos ejemplos de la bolsonarización de la política chilena que podrían traer réditos a la derecha y proyectar su legado hacia el futuro. Un modelo basado en ignorar las encuestas, los medios de comunicación y la política tradicional de acuerdos y diálogo; cambiándolas por un estilo frontal, lleno de convicciones y desprovisto de cálculos políticos, que sintoniza mucho más con lo que la ciudadanía demanda hoy en día. ¿Vamos a seguir gobernando con la política de los consensos que ha dominado durante tanto tiempo, o nos arriesgaremos a probar la política de las convicciones tan de moda en el mundo entero? De usted depende.

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