Es uno de los más destacados cientistas políticos del mundo y lleva 50 años estudiando la democracia. Polaco-norteamericano y académico de la Universidad de Nueva York, Adam Przeworski ha sido profesor en la Universidad de Chicago y profesor invitado en India, Chile, Francia, Alemania, España y Suiza. Desde 1991 es miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias. Entre sus libros traducidos al español figuran: Qué esperar de la democracia: límites y posibilidades del autogobierno (2010) y ¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones? Pequeño manual para entender el funcionamiento de la democracia (2019).
Invitado por el Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica, Przeworski comenzó su charla contando que su interés por estudiar la democracia se originó por el golpe de Estado en Chile. Luego, conversó con La Tercera en la cafetería de su hotel en Santiago, en buen español, y demostrando su gran interés por el país.
Hablemos de la crisis de la democracia. Pese a todo, ¿sigue siendo la democracia la única manera de procesar conflictos sin violencia?
Yo creo que sí. El único mecanismo que tenemos -que está potencialmente abierto a todos- para manejar los conflictos son las elecciones. En las elecciones la gente decide quién gobierna y, hasta cierto grado, cómo gobierna. Tenemos otros mecanismos de procesamiento de conflictos, como la negociación colectiva o las cortes. Pero esta es la única en la cual todos los ciudadanos pueden entrar. Entonces yo creo que sí, que la democracia para mí es esto: su virtud es que, de vez en cuando, en algunos países, se llega a procesar conflictos de manera tal que los perdedores aceptan que perdieron.
No es poco…
Es mucho. La democracia significa cosas diferentes para las diferentes personas. Yo creo que la mayor parte de la gente alrededor del mundo valora la democracia porque espera que la democracia va a realizar varios valores que esta gente aprecia. La igualdad, dignidad, responsabilidad del gobierno; otros verán otros valores. En las encuestas al comienzo de los 90, por ejemplo, en muchos países la primera respuesta para la democracia era: la democracia garantiza la igualdad social. Entonces, en realidad, la gente pone su esperanza en que la democracia realice varios valores, y estas son las posiciones que yo llamo maximalistas. La (posición) minimalista -y a la que yo me apunto- es que mantiene la paz.
¿Qué característica tiene esta crisis de la democracia respecto de otros momentos similares de la historia, o es una crisis más?
Yo creo que es una crisis más, pero cada una es diferente. En esta, durante los últimos 20 años más o menos, hemos observado una desestructuración, una fraccionalización del sistema partidista. Yo estudié en Europa y allí el sistema partidista, en los países en que la democracia sobrevivió, se formó en la mitad de los años 20, y quedó así hasta más o menos el fin del siglo XX. Los partidos de centroizquierda y de centroderecha se alternaban el poder y no pasaba mucho. Ahora hay partidos nuevos. En América Latina también aumentó el número de partidos. Segundo: tenemos este proceso de retroceso democrático en que hay varios gobiernos que tratan de consolidarse en el poder y, en realidad, extender su discrecionalidad en hacer política, ignorando otras instituciones y obstáculos. Lo tercero es la aparición de “salvadores”, yo les digo “curanderos”.
¿A qué se refiere?
Si uno va a la historia, para ganar una elección con ideas nuevas uno tenía que tener un partido con una historia de responsabilidad. Solamente si las ideas nuevas surgían de un partido que ya había estado en el gobierno en el pasado y hacían la misma cosa que otro partido hubiera hecho, solamente en estos casos, los votantes estaban dispuestos a aceptar estas ideas. Ahora le hablan a la gente sin tener ninguna experiencia política, con ideas totalmente sueltas y, como hemos visto, ganan. Esto es nuevo. Y lo otro que es nuevo también, al contrario del periodo entre las guerras y después de la Segunda Guerra, es que no hay alternativas para la democracia hoy día. El fascismo y el comunismo eran ideologías fuertes, muy elaboradas en términos de su visión de organización política y económica, y esta gente era antidemocrática. (Pero) ahora todos son demócratas.
Por lo menos así se declaran...
Todos se declaran demócratas, pero ¿quién decide que lo sean? Si el señor Trump o la señora Le Pen en Francia dicen: nosotros no queremos nada más que devolver el poder a ustedes, el pueblo, ¿quién decide que no son demócratas? Otro punto es que los votantes votan por ellos, de vez en cuando. Entonces yo tengo la impresión de que la democracia se volvió mucho más minimalista de lo que uno esperaba. Que ya la adherencia a estos valores no funciona. La gente que decide ya está harta de todo, es un voto antisistema muy ciego.
Tal como ha dicho, hay una diferencia entre hablar de los problemas de la democracia y de los problemas para la democracia. ¿Por qué?
La democracia funciona en las sociedades que tienen una economía capitalista, lo que es importante. Segundo, funciona en sociedades que tienen tradiciones culturales. Cambiar una sociedad, dentro del marco democrático, por el gobierno, es muy difícil. El problema es que la democracia no puede resolver (ciertos problemas)... Cambiar una sociedad, instituir reformas profundas a través de un proceso político, es extremadamente difícil. Este es un problema para la democracia. El problema de toda democracia es que nuestras instituciones representativas no funcionan bien cuando funcionan como se espera. Y en particular no manejan el problema de la desigualdad económica ni social. Todo el mundo, desde el siglo 17, esperaba que sí, que la democracia iba a producir igualdad económica y social. (Pero) en mi ciudad, en Nueva York, hay 100.000 chicos en la escuela que no tienen domicilio fijo. No son exactamente homeless, pero se trasladan de un lugar a otro con la familia, 10% de la masa escolar. Y en esta ciudad yo escuché una vez una conversación entre dos personas muy ricas, en la cual una le preguntaba a la otra ¿y tú?, ¿cuántas casas tienes? Y él dijo: catorce. Yo pienso que si nuestras instituciones representativas hubieran funcionado, no habría niños sin domicilio fijo en una sociedad donde alguien tiene catorce casas. Entonces yo creo que hay algo en este rechazo del sistema representativo, de las instituciones políticas, de los políticos, hay algo real en todo esto, no es un fantasma. Y hay alguna gente que decide que, en este caso, hay que confiar en alguien que ofrece la solución y esperar. Y eso no funciona.
Ahora, ¿este es un problema también de los votantes, que canalizan su rabia contra el sistema eligiendo a personajes como Trump, que muchas veces van contra su propio interés?
Tengo una explicación muy intuitiva y no sé si es cierta. Imagínate que alguien está sufriendo de cáncer; va a los médicos y los médicos le dicen: lo siento, pero no se puede hacer nada. Y de repente aparece uno que le dice: yo tengo la cura, yo sé cómo hacerlo. ¿Qué tienes que perder? Me imagino que hay algo de esto en la mente de la gente. No tenemos nada que perder.
La crisis de la socialdemocracia
¿Qué ha pasado con la socialdemocracia, que usted ha estudiado mucho?
Creo que la socialdemocracia perdió su proyecto en los años 70. Esta nació como un programa muy desarrollista, no como uno de redistribución. La idea era que tener obreros bien alimentados, con educación y vivienda, sería productivo, era un proyecto de desarrollo. El Estado de Bienestar keynesiano era esto, la protección social servía para que la oferta productiva creciera. Llegan los años 70 -en un intercambio de cartas entre Olof Palme, Willy Brandt en Alemania y Bruno Kreisky en Austria-, ellos tratan de entender qué está pasando y qué hacer. Y de repente ven que esta visión no funciona, y aceptan el lenguaje neoliberal sobre los tradeoffs… Antes, Léon Blum decía que la redistribución de ingreso sirve para el desarrollo tanto como para la justicia. Y, de repente, redistribuir el ingreso fue un obstáculo para el crecimiento, para la eficiencia. Y creo que la socialdemocracia aceptó esta visión de restricciones fiscales. El proyecto, después de los 70, entonces, es alimentar los mercados, en el sentido de hacer que los mercados funcionen de una manera lo más dinámica y eficiente posible, y luego redistribuir.
¿Y cual es el problema de eso?
Con este modelo, primero tienes que redistribuir cada año, todo el tiempo, lo que es muy costoso; no es una transformación, es una mitigación. Segundo, hay límites: si uno mira el gasto social en Europa, creció, y en los últimos 10 años está bajando bastante, ¿por qué? Este modelo de permitir que el mercado produzca desigualdad y después corregirla yo creo que llegó a su límite. Ya no se puede aumentar más los impuestos. Francia tiene el 52%, Dinamarca, 51%; Francia gasta el 43% del PIB en gasto social, y todavía el sistema de salud no funciona bien, tampoco el sistema educativo. Entonces yo creo que hay un desgaste. Hay algo más, creo que los socialdemócratas se han electoralizado demasiado. Ellos tuvieron un proyecto de sociedad; tenían como meta abolir la división en clases, aumentar la libertad, todo, y ahora tienen programas para la elección que viene; ya no tienen una visión que va más allá.
¿Cómo se afecta esto por la migración?
Pienso que es un factor, y la inmigración no es solamente que llega gente nueva, es que creo que la gente en muchos países tiene el sentido de que su patrón de vida tradicional está amenazado. Es algo real: yo conozco un pueblo con 10.000 habitantes en Iowa, donde en el año 80 un porcentaje muy bajo de la población había nacido fuera de Estados Unidos; ahora son el 16%. Son mexicanos, con apariencia diferente, que hablan su idioma y sus chicos ahora van a la escuela, y la gente se siente amenazada, y esa es una dimensión. En Europa, cuando Le Pen dice “los inmigrantes”, ella no piensa en la gente que llegó a Francia hace seis meses, ella piensa en la tercera generación de los magrebíes, y eso es puro racismo. Para volver a los partidos de izquierda, la socialdemocracia esto no lo sabe manejar. Ahora el partido de izquierda alemana Die Linke se dividió porque nació un partido de izquierda económica antimigrante. Y parece que tiene popularidad, que va a reemplazar a la izquierda. Con esto (la socialdemocracia) no tiene cómo: si asumen posiciones xenofóbicas, antiinmigrante, van a perder todo el apoyo del mundo progresista y de las clases más altas. Si no lo hacen, pierden el apoyo de la clase obrera.
¿Y cómo salen de eso?
No creo que tengan salida. Acá hay una pregunta que reaparece todo el tiempo: si las limitaciones que enfrentan son exógenas, independientes de todo, o son limitaciones porque ellos las aceptaron. No hay respuesta. Qué hubiera pasado si le hubieran puesto límite a la inmigración. O, por otro lado, si hubieran dicho que no lo van a limitar, que somos un movimiento internacional, que todos los seres humanos son lo mismo. Pero ellos tratan de manejarlo para no experimentar el costo electoral, en un idioma muy tímido.
¿Qué recomendaría usted?
A mitad de los años 90, Felipe González, que en ese momento era el jefe del gobierno de España, me invitó a mí y a mi amigo Gosta Esping Andersen a pasar dos días en una finca aislada para hablar sobre esto. Lo primero que nos dijo fue: quiero que me ofrezcan ideas, pero no se olviden que yo soy un líder de un partido y la primera responsabilidad que tengo es ganar elecciones. Yo creo que con esto ya terminas, porque si el criterio de la política es no perder, sino ganar la próxima elección, ya estás cerrando muchos horizontes. Una renovación de izquierda tiene que ser mucho más profunda, y quizás al costo de perder algunas elecciones. Yo creo que la izquierda abdicó de su papel educativo, de su papel de tratar de convencer a la gente sobre valores básicos, y están jugando este pequeño juego. Yo no soy muy optimista.
¿Y cómo explica que después de Obama, un gobierno bastante moderado, apareciera Trump?
Lo que pasó en Estados Unidos es increíble. Yo no sé… Había una desesperación económica, hay una amenaza cultural que Trump jugó muy bien. Hay un sentido de haber perdido la dominación sobre el mundo, y Trump jugó este temor muy bien también. Y Hillary Clinton era una candidata muy mala, o que estaban jugando exactamente estos valores de identidad, que no juegan para la mayoría de la población. Ella se metió en el debate sobre el uso de los baños, de quién puede entrar a qué baño… A un hombre que perdió su trabajo en los 50 años en Iowa, ¿qué le importa quién puede entrar a qué baño? Como candidata era pésima. Ahora la situación es desesperante; el Trump de hoy es mucho más peligroso, mucho más loco. b