Destacado periodista español, Álex Grijelmo lleva décadas en El País, donde ejerce como subdirector, además de dirigir la Escuela de Periodismo de ese diario. Premio Castilla y León de Humanidades 2019, es autor de relevantes libros acerca del quehacer periodístico y del lenguaje. El último de ellos, Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo, entra en uno de los debates más álgidos y actuales. Contesta las preguntas de La Tercera vía e-mail, pues pide como condición que la entrevista sea por escrito.
Su libro es explicativo y propositivo. Cuando se le parte consultando cuán justo le parece el reclamo y la frustración feminista por el uso sexista del lenguaje, dice que no cree que la lengua española sea sexista, “sino que es sexista el uso que hacemos de ella. Pero entiendo la frustración que usted menciona, porque comparto las reivindicaciones del feminismo. Existe una discriminación de las mujeres en todas las sociedades y en todos los ámbitos, y lo lógico es pensar que el lenguaje no va a ser el único aspecto en que esa desigualdad no se produzca. Pero también creo que cuando lleguemos por fin a sociedades igualitarias, cuando la igualdad entre varones y mujeres sea total, la lengua dejará de ser importante para el feminismo, porque el lenguaje, su plasmación concreta en el día a día, se habrá acomodado a esa nueva realidad sin necesidad de cambiar la morfología y los géneros. Al decir todo esto, se me quedan muchísimos matices y argumentos fuera, claro. En el libro los desarrollo con mayor detenimiento y cuidado”.
De todas aquellas propuestas que incluye en su libro, ¿cuáles le parecen las más esenciales y por qué?
Que en el debate sobre el lenguaje inclusivo nos respetemos todos, sin descalificaciones ni ridiculizaciones. Y que el llamado lenguaje inclusivo no se convierta en un lenguaje identitario y, por tanto, excluyente. Sería una paradoja terrible. Pero yendo a cuestiones más prácticas, me parece esencial que evitemos las asimetrías al hablar. Todo lo que se dice para un hombre y no sirve para una mujer no vale. Y viceversa.
En Chile estamos en un proceso constituyente. ¿Cómo debiera, a su juicio, emplearse un lenguaje inclusivo que no altere la claridad de la Carta Magna? Usted ha criticado Constituciones con duplicaciones, por ejemplo.
La Constitución venezolana está llena de duplicaciones, pero no ha previsto el matrimonio homosexual. Precisamente porque el Artículo 77 dice que se protege “el matrimonio entre un hombre y una mujer”. Si se hubieran quedado en que se protege “el matrimonio” habría estado mejor, ¿no? Si se cambiase la Constitución española para introducir duplicaciones, no se ampliaría ni un solo derecho de las mujeres. Y, además, con nuestra norma sí ha sido posible aprobar una ley para el matrimonio entre personas del mismo sexo, y elaborar, además, hace ya muchos años, una ley del aborto que, por cierto, sigue sin estar despenalizado en Venezuela. Puestos a elegir entre las dos, yo me quedo con la Constitución española. Pero lo más importante de una Constitución es que sea democrática y esté respaldada por una inmensa mayoría del país. Y si además piden asesoría a filólogas feministas, estupendo.
El uso del femenino universal solidario, como lo denomina usted, le parece adecuado dependiendo de la ocasión. ¿Cómo podría definir ese uso?
Se trata de una idea de la filóloga feminista Mercedes Bengoechea, que recojo y respaldo. Y es curioso que ella cita en esa fase de su obra un artículo mío en El País donde comentaba numerosos ejemplos de periodistas varones que se habían incluido a sí mismos en el femenino al narrar competiciones deportivas de mujeres. “Hemos quedado terceras”, por ejemplo. Me parece interesantísimo, pero la idea teórica corresponde a Bengoechea.
¿Qué pasa con la comunidad no binaria, que no se siente incluida en todas y todos, sino en todes o todxs? ¿No debiera el lenguaje también ser capaz de representar aquella experiencia de vida?
Cada cual puede usar el idioma como le parezca. Y mi postura consiste en que hay que respetar a todas las personas que decidan alterar las normas si eso les sirve para denunciar una discriminación. Ante los sentimientos individuales no hay nada que oponer. Si alguien de mi entorno me dice que no le cite como “español” ni “española”, sino como “españole”, lo haré sin problemas. Pero necesitaré saberlo antes.
¿Se opone a que se escriba usando la “e” final, por ejemplo?
Yo no me opongo a nada de eso. Sí me opondré a que alguien obligue desde arriba a millones de hispanohablantes sobre qué morfemas tienen que usar y cuáles no. El idioma es lo más democrático que existe: se construyó siempre por abajo. Ahora, en cambio, vemos algunas tendencias a construirlo desde arriba, desde las clases dominantes o desde las élites políticas, sindicales o culturales. Eso siempre me pareció sospechoso. Y, además, inútil. Cuando en Argentina intentaron hace un siglo eliminar desde arriba el voseo (empleo del pronombre vos), consiguieron un sonoro fracaso, a pesar de poner a todo el sistema educativo al servicio de esa idea tan absurda. La gente habla como quiere hablar, y esa es la esencia de la evolución deseable del lenguaje. Si alguien quiere decir “niñes”, que lo diga sin problema. El tiempo ya decidirá si eso triunfa o no.
“Y mi postura consiste en que hay que respetar a todas las personas que decidan alterar las normas si eso les sirve para denunciar una discriminación. Ante los sentimientos individuales no hay nada que oponer”.
Alex Grijelmo, periodista español
Se utilizan a menudo las duplicaciones para solucionar el uso del genérico masculino. ¿Por qué aquello sería un problema?
Esas duplicaciones se usan en el lenguaje público, apenas en el privado. Yo creo que son soluciones para un problema inexistente, pero entiendo que constituyen un modo de denuncia sobre otras desigualdades, y en ese sentido me parecen utilísimas. Son útiles, eso sí, para un problema distinto. En mi libro explico que hay lenguas sin género que corresponden a sociedades machistas, y lenguas con genérico femenino que se hablan en sociedades tan patriarcales como la nuestra. Luego, el problema no está en la lengua. El mal llamado genérico masculino (debería llamarse genérico a secas, porque en esa función no es masculino, y en su origen tampoco lo fue, como explico en el libro) sería un problema si en La Tercera, por ejemplo, se ofreciera un regalo a los compradores de la edición impresa y en el punto de venta solamente lo reclamaran los varones; o si a una plaza de magistrado no concurrieran mujeres. En fin, es un asunto complejo desde el punto de vista ideológico y emocional, y por eso lo abordo en el libro con muchos matices y con empatía hacia quienes mantienen esas posturas. Pero si hay quien decide duplicar los sustantivos, los adjetivos, los artículos, los pronombres…, estupendo. Nada que oponer. Simplemente pido que no nos obliguen a hacerlo a los demás, o no nos excluyan de alguna manera a quienes vemos el problema con otro punto de vista.
¿Cómo dialoga aquello con su propuesta de “no censurar ningún uso del pasado a la luz de hoy”?
Hace poco escuchaba una canción de Joaquín Sabina, cantada a dúo con Serrat, que dice: “Porque amores que matan nunca mueren”. Creo que ahora Sabina no la habría escrito de ese modo. Porque hoy sabemos que hay amores que matan, y que matan de verdad. El contexto ha cambiado, porque ahora somos conscientes de esa realidad de violencia machista, antes oculta. Y al cambiar el contexto, cambia la percepción de ese verso. Sin embargo, me parecería excesivo juzgar a Sabina y a Serrat como machistas por haberlo cantado cuando el contexto no arrojaba sobre esas palabras el sentido que hoy se puede interpretar. Eso es lo que quiero decir. Una canción de Raphael afirma “yo soy aquel que cada noche te persigue”. Esto se entendería ahora como un acoso. Pero ni Raphael ni nadie lo habrá visto así en su momento.
¿Cuánto ha tenido que cambiar usted su propia mentalidad en esta materia? ¿Se ha descubierto de pronto haciendo mansplaining (macho-explicación, como le llama usted), por ejemplo? ¿Qué puede dar como consejo o aprendizaje de ese camino hacia una mayor equidad en el lenguaje y el trato?
Sí, con eso tengo un problema. Yo tiendo a ser muy didáctico en todo. Lo mismo si explico una jugada de fútbol que si hablo de los géneros periodísticos o de un pleonasmo, da igual quién sea mi interlocutor. Y ahora tiendo a la prudencia si hablo con una mujer, para que no se interprete que incurro en macho-explicación. Aquí quien necesita consejo soy yo. De todas formas, recuerdo que una vez un jefe que tuve se pasó un buen rato explicándome detalles sobre la Catedral de Burgos porque él acababa de visitarla. ¡Me explicaba la Catedral de Burgos a mí, que soy de Burgos y me la sé de cabo a rabo! Pero yo no pensé en que él incurría en macho-explicación o en jefe-explicación, sino en que simplemente era un pesado. Y a lo mejor también soy yo un pesado.
En Chile, Nestlé le acaba de cambiar el nombre a una galleta. De llamarse “Negrita”, ahora se llama “Chokita”. Ha habido un debate álgido en torno a la corrección política y sus límites. ¿Qué piensa usted?
Eso me recuerda a lo que le sucedió al jugador uruguayo Edinson Cavani, del Manchester United, que fue sancionado en Inglaterra por llamar “negrito” en Twitter a un amigo suyo. Me pareció un acto de supremacía cultural por parte de la federación, que vino a decir: lo que es racista para mi cultura, tiene que serlo para la tuya. He escrito varios artículos sobre el uso de la palabra “negro”. No conozco el debate que se ha dado en Chile, lo buscaré para enterarme, pero a bote pronto puedo decir que creo que en algunas sociedades existe un sesgo racista en el lenguaje, sin duda. Pero también que se da a veces en determinados grupos un sesgo antirracista que ve racismo donde no lo hay. En cualquier caso, el debate siempre enriquece. Yo siempre estaré más interesado en tener debate que en tener razón… Y bueno, también estaré interesado en comerme las galletas.
Usted ha dicho que su propuesta en este libro tiene que ver con lograr que no se vea al idioma español “como un enemigo que nos oprime”. Pero concordará con que el lenguaje crea realidad y que, para muchas personas, este idioma y otros tienen déficits de igualdad de género, ¿o no?
Los déficits son de la sociedad que discrimina, no tanto del lenguaje. El auténtico significado de una palabra lo da el contexto en que se emplea. Por ejemplo, hablamos de “violencia de género”. Pero ¿de qué género? Todos sabemos de qué género, o de qué sexo: el masculino. No se menciona en la locución, pero el contexto nos lo hace saber. Lo que no se menciona sí existe si el contexto es claro. El Consejo de Ministros español tiene más ministras que ministros, y todos los españoles lo sabemos. Cuando nosotros oímos “Consejo de Ministros” vemos más mujeres que hombres, del mismo modo que en “violencia de género” vemos solamente asesinos varones. Si yo digo “los derechos de los españoles y de las españolas”, estoy hablando de los mismos derechos. Pero si digo “los derechos de los saudíes y de las saudíes” estoy usando la misma estructura gramatical y, sin embargo, hablo ya de dos tipos de derechos muy diferentes. El contexto tiene mucha fuerza, como nos ha enseñado la pragmática.
¿A su juicio, qué matices hay?
Quisiera plantear dos matices. El lenguaje, a mi entender, influye en la percepción de la realidad; por supuesto. Escribí sobre eso en La seducción de las palabras. Pero las palabras no son la realidad, son una representación de la realidad. Si actuamos sobre una realidad discriminatoria y la transformamos, si cambiamos los contextos, las palabras cambiarán por sí solas y pasarán a representar esa otra realidad. Hay muchos ejemplos en mi libro, comentaré dos: la palabra “patrimonio” estaba reservada en su origen exclusivamente al “pater”. Pero la realidad permitió con los siglos que las mujeres tuvieran patrimonio, y ya no la sentimos vinculada al “pater”, sino a cualquier persona, sea padre, madre o sobrina. Y por eso una mujer tiene la patria potestad de sus hijos y administra su “patrimonio” personal. En el sentido inverso, “matrimonio” tiene que ver con “mater”, porque antiguamente se veía esa unión como un hecho destinado a concebir descendencia. Y ahora la aplicamos también al “matrimonio” entre homosexuales varones aunque no haya en él ninguna “mater”. La realidad saltó por encima de las palabras, las transformó. Los homosexuales varones se han apoderado de una palabra basada en “mater”. Por tanto, puede que una realidad cambie y que la palabra que le nombraba antes no se altere en absoluto para nombrarla ahora con un significado distinto. A mi juicio, como sostienen las autoras feministas Aguasvivas Catalá y Enriqueta García Pascual, sería fantástico que las mujeres se apropiaran de las palabras que están todavía reservadas a los hombres. Incluido el genérico, el mal llamado “genérico masculino”. Una opción es que las mujeres se sientan excluidas con el uso del genérico; y otra, que se apoderen de él. Por supuesto, yo entiendo la primera de esas posturas en el momento actual y apoyo su voluntad de denuncia. Pero creo que dentro de unos decenios, con sociedades igualitarias por fin, habrá triunfado la segunda opción. Hace poco vi en el Boletín Oficial del Estado español el anuncio de una convocatoria para contratar “un responsable” de una biblioteca universitaria y comprobé luego que los cuatro candidatos finales seleccionados eran mujeres. Eso es apropiarse del genérico.