Su casa cerca de Toulon, en Francia, tiene un lindo jardín y mira el mar. Allí, Boris Cyrulnik, destacado psiquiatra y neurólogo francés -gran difusor del concepto de resiliencia-, ha pasado estos meses pandémicos en tranquilidad y pausa. Sus 83 años los ha vivido y pensado intensamente. En su infancia, su madre y su padre (judíos ucranianos) fueron deportados y asesinados en un campo de concentración, y él escapó a los 10 años de un intento de secuestro por parte de los nazis. Esta experiencia marcó su vocación y su mirada del mundo, y sus reflexiones han quedado plasmadas en sus muchos libros, como El murmullo de los fantasmas: volver a la vida después de un trauma, Los patitos feos o Autobiografía de un espantapájaros. Por teléfono, cuenta a La Tercera que ha pasado la nueva cuarentena (Francia está en la tercera ola) trabajando más, en un “descanso estudioso”. Pero sabe que no es la experiencia de la mayoría. “Sé que las personas alrededor mío que tienen una vivienda pequeña, han sufrido mucho el confinamiento. Y en Francia, el primer síntoma psicológico de ese sufrimiento es la aparición de la violencia conyugal 48 horas después. Los servicios psiquiátricos están desbordados y muchos niños -y sobre todo adolescentes- están casi depresivos”.
Usted, tan destacado por haber desarrollado y difundido el concepto de resiliencia, ¿qué piensa que se puede hacer para proteger a las personas de los efectos tóxicos de los confinamientos?
Pienso que hay que verlo en términos evolutivos: qué factores protectores la persona traía antes del confinamiento. Estos son: una familia estable, un buen dominio de la palabra, una buena escolaridad, un buen oficio que le provea un salario correcto, que le permita una vivienda correcta. Si hay eso, después del confinamiento se podrá retornar fácilmente a tener un buen desarrollo. En cambio, quienes antes traían factores de vulnerabilidad tales como enfermedad, mal dominio de la palabra, baja escolaridad, un trabajo mal pagado y fatigante, un espacio muy pequeño, durante el confinamiento tendrán mucha ansiedad, van a sufrir mucho, y lo van a resentir como un trauma. Luego del confinamiento costará desencadenar un proceso de resiliencia. La injusticia social que existía antes del virus, existirá aún más después de este.
¿Usted todavía piensa que una cultura más respetuosa y humana es posible post-Covid, como dijo al inicio de la pandemia?
Va a venir un debate ético y político. Como después de cada catástrofe natural o cultural: después del terremoto de Lisboa de 1755, el urbanismo cambió, la aristocracia devino menos importante. Después de la Peste Negra de 1348, uno de cada dos europeos murió. Y después la servidumbre desapareció, los campesinos no pudieron seguir siendo vendidos con las tierras, se convirtieron en personas y no en esclavos; había tal necesidad de ellos, que su oficio fue valorizado, sino no se podía comer ni frutas ni verduras. Antes de la epidemia de la peste, lo que contaba era el grupo católico, y después lo que contaba era el arte de la casa, porque era ahí donde se sentía la seguridad. Y se vio aparecer el arte doméstico, el arte de la mesa, que no existían antes, solo el arte religioso.
¿Qué ha pasado tras los desastres humanos, como la guerra?
Constatamos que después de ella, hay una enorme renovación de valores sociales. Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) en Europa, un millón y medio de franceses fueron asesinados, algunos de ellos eran adolescentes que no tenían aun derecho a voto y fueron asesinados en las trincheras, en condiciones terroríficas. Otros tres millones volvieron con daños, incapaces de trabajar, algunos con problemas neurológicos. Y durante esos cuatro años de guerra, las mujeres hicieron que todo funcionara: las fábricas, los campos, las casas, y esa fue la primera revolución feminista importante. Después de la Segunda Guerra, el mismo fenómeno se reprodujo: las mujeres hicieron la medicina, la administración, las fábricas, los campos. Y no fue posible seguir repartiendo como antes los roles sociales por género, y eso permitió la evolución feminista. Así es que sea una catástrofe natural o una cultural -como la guerra- estas son siempre seguidas por una cultura nueva.
¿Qué cree que pasará post-Covid?
Después de salir del virus, va a haber un resurgimiento del apego, vamos a viajar y consumir menos. Pero si los economistas quieren reembolsar la deuda (contraída por el Covid), habrá que aumentar el crecimiento. Es decir, aumentar la intensidad del trabajo de hombres y mujeres, y eso vulnerabilizará a la familia... Las familias serían diluidas, porque los hombres y mujeres trabajarán aún más. Si, como desean los economistas, ponemos de nuevo en el mismo lugar los procesos económicos de consumo y circulación -que han provocado el virus- dentro de tres años habrá un nuevo virus y habrá que empezar todo de nuevo... o bien cambiamos la manera de vivir. Ese es el debate filosófico y político para decidir qué dirección tomaremos.
¿Qué otras posibilidades hay?
Una segunda vía frecuente después de las catástrofes es la dictadura. Vemos esto seguido. El virus cambia todo el tiempo, entonces los científicos cambian todo el tiempo la prescripción, lo que es muy mal recibido por la población, que está angustiada por los cambios, por la incertidumbre. En esos casos, llegan muy frecuentemente a alguien que diga: yo sé la verdad. Y hoy sobre el planeta usted se da cuenta que hay un gran número de dictaduras que han sido elegidas democráticamente.
¿Qué otra salida visualiza?
Y la tercera vía, que es la que yo espero, es el renacimiento, a través de un debate cultural por una nueva jerarquía de valores. Pienso que los países del norte de Europa nos pueden proponer un buen modelo.
Nuevo pacto social
En Chile este debate se está dando, además de la pandemia, por la redacción de una Nueva Constitución ¿Qué podría decir sobre este momento histórico?
Yo he estado varias veces en Chile, con la Presidenta Bachelet, que me invitó varias veces. Y también estuve con un personaje, el Presidente Piñera, un hombre muy rico, en su gran casa. Y encontré dos concepciones diferentes de pacto social. Bachelet representa un pacto social que lucha contra las desigualdades... Pero hay otra concepción, en Chile y Francia, de una nueva forma de jerarquía social. Es el mismo debate en Francia. Por la noción de pacto social pienso que vamos a descubrir que hay que revalorizar lo que llamamos “pequeños oficios”. En las hospitalizaciones, por ejemplo, hemos descubierto que las ayudantes de cuidado son mucho más importantes de lo que pensábamos, y probablemente las vamos a revalorizar.
¿Qué pasa si no se hace, si no hay cambio?
Habrá una élite muy rica y bella y muy trabajadora, pero muy humillante para los que no tienen profesiones, sino oficios mal pagados e inestables. Y en Francia, antes del virus, tuvimos los “chaquetas amarillas”, que estaban en oficios desgastantes, sin tener una verdadera reivindicación. Entonces, cuando hay una brecha grande, cuando la sociedad tiene un grupo top muy bien, de (gente) cultivada y trabajadora, y una base amplia, errante, que no tiene proyecto de existencia, eso provoca un caos social que a menudo deviene en una dictadura... En los meses que vienen veremos qué camino se toma: retomar el crecimiento y el consumo como antes, votar por un dictador, o establecer un nuevo pacto social para luchar contra las desigualdades (...). Va a haber un debate filosófico, ético, sociológico apasionado, por saber cómo volveremos a vivir a partir de ahora. Pero, no está ganado.
Niños en peligro
Boris Cyrulnik está muy preocupado por esa ansiedad que ve en niños y jóvenes del mundo desarrollado. “En Japón, el colegio ha devenido en una forma de maltrato. Los niños trabajan desde las 6 de la mañana hasta las 11 de la noche. Algunos niños tienen performances escolares increíbles, admirables, pero muchos niños tienen depresión y el suicidio ha aumentado mucho, sobre todo el de las mujeres”, dice.
Para él, un modelo educativo opuesto y positivo es el de países del norte de Europa. Explica que retrasan deliberadamente las calificaciones escolares para enseñarles, por ejemplo, confianza en sí mismos. Cuenta que a los 15 años, en la evaluación PISA, a esos niños que voluntariamente han sido atrasados, les va tan bien como a los de países asiáticos, pero con muchos menores tasas de suicidio o enfermedad mental. “Debe entonces haber una opción o decisión educacional. O sobreestimular a los niños -en que algunos tendrán buen resultado, pero la mayoría se va a deprimir, aislar, suicidar-, o bien desacelerar el desarrollo de los niños. Y se ven ahí buenos resultados escolares, pero además, una buena repartición de tareas dentro de la familia, los padres van a descubrir el placer de la relación afectiva con los hijos. Los resultados económicos serán quizás un poco menos buenos, pero la existencia será muy diferente”, apunta.
Usted ha estudiado lo que sucede los primeros días de vida de los niños. ¿Qué ha aprendido?
El Presidente Emmanuel Macron me pidió dirigir una investigación sobre los mil primeros días, es decir, el embarazo y los dos primeros años. Y la neurociencia demuestra que durante esos primeros mil días adquirimos un estilo de existencia que puede llevarnos hacia la plenitud, pero también podemos ir hacia otro estilo de existencia, que nos lleve a la dificultad de vivir o incluso a veces a la desocialización. Entonces, son muy importantes.
¿Qué se debe hacer desde la política pública?
Primero, darles seguridad a las madres encintas; es una decisión política. Porque una mujer encinta securizada se transforma a su vez en una figura de seguridad para el bebé. Enseguida, hay que meterlos al colegio muy temprano, para luchar contra las desigualdades sociales. Porque un niño que tiene una familia en dificultades puede ponerse al día gracias al colegio. Y luego, hay que -como he propuesto- poner en marcha una formación continua, pues tendremos que cambiar de oficio (a lo largo de la vida) y por ello, estudiar toda nuestra vida.
¿Cómo ayudar a los niños traumatizados y víctimas de abuso? En Chile hay un problema muy grave con el Sename, donde muchos viven situaciones muy violentas y abusivas...
Pienso que el mismo fenómeno existe en Europa, salvo en el norte. Ahora en Francia constatamos que dentro de las grandes instituciones, los niños son muy infelices, y los resultados son muy malos. Pero hay otras instituciones que recuperan prácticamente a todos sus niños, 80%... Las que obtienen malos resultados son las grandes instituciones, que no tienen estructura: son anómicas. Mientras más grande es la institución, más anónimas son las relaciones y ahí los niños tienen problemas para desarrollarse. Mientras que las instituciones pequeñas tienen buenos resultados cuando hay (ambiente) familiar y amigable; acceso al arte y al deporte y, muy importante, con desarrollo de la palabra, donde ellos tengan el derecho de expresarse.
Usted decidió estudiar psiquiatría siendo muy joven, pues ha dicho que quería “comprender” lo vivido por usted y su familia. Después de una vida de sicoanalista, ¿Lo logró? ¿Y qué comprendió al fin?
(Se ríe) !No he comprendido! -luego piensa un rato.
“Entendí que el problema estaba mal planteado, y que yo tenía deseos de comprender para escapar de un abismo… Se dice que había una locura individual, los nazis, pero no es así. Eran hombres y mujeres cultivados, no eran brutos ni locos y, sin embargo, cometieron un crimen increíble, provocaron una guerra mundial. Entonces, no es la psiquiatría la que puede contestar a esa pregunta que yo me hice después de la guerra, donde vi muertes y crímenes absurdos…”, sostiene.
¿Qué puede contestar su pregunta?
Yo voy a cumplir 84 años, y pienso que la solución se encuentra en la manera de mirar el mundo. Algunos aman ver el mundo cambiado, les interesa el cambio cultural, les interesa la diferencia cultural o religiosa, quieren encontrar lo diferente. A la inversa, algunas personas se angustian por el cambio y buscan la certeza, la verdad. Y la verdad es un cura, un laico, un hombre líder, un filósofo, que les va a decir que hay una sola verdad. Y desde el momento en que se cree que hay una sola verdad (porque es eso, una creencia), nos encontramos dentro de una manera de vivir, dentro de un clan, donde están muy bien entre ellos, pero donde no se duda en eliminar a quien no piensa como ellos o no comparte las mismas creencias. Y eso pasó por el nazismo, o por el comunismo o por las dictaduras religiosas.