Una heroína del medioambiente. Así ha sido descrita la costarricense Christiana Figueres, una de las principales artífices del Acuerdo de París. En 2015, por primera vez en la historia, los países acordaron en la capital francesa descarbonizarse completamente para 2050 y establecer las metas necesarias para hacer ese camino. En su nuevo libro, El futuro por decidir -en coautoría con Tom Rivett-Carnac-, Figueres plantea medidas, acciones, sobre todo inspiración para ser parte de la solución en esta encrucijada histórica de la humanidad y transitar decisivamente hacia un mundo sustentable.
“Uno de los libros más inspiradores que he leído jamás”, dijo Yuval Noah Harari. “No existe, ahora mismo, un libro más importante”, agregó Richard Branson. Desde su casa en Costa Rica y vía Zoom, Figueres conversa con La Tercera sobre este libro y sobre qué viene después del dramático informe del IPCC la semana pasada, que estableció que muchos de los daños ambientales son irreversibles.
El sello optimista en ella ha sido un camino y una decisión. Cuando la nombraron secretaria ejecutiva de la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, le preguntaron si creía que era posible alcanzar alguna vez un acuerdo mundial, y reconoció que no creía que lo vería en vida: “Seis meses antes habíamos tenido una negociación internacional de cambio climático en Copenhague, y había resultado un desastre. Todos los sobrevivientes de Copenhague estábamos sumidos en una profunda depresión… Fue, yo pienso, uno de los de los fracasos más grandes de Naciones Unidas, y después yo lo llegué a llamar el fracaso más exitoso de Naciones Unidas”.
¿Por qué exitoso?
Porque aprendimos muchísimo de ese fracaso, de lo que teníamos que cambiar.
Luego usted lideró el Acuerdo de París, que acordó limitar el aumento de temperatura a menos de 2 grados Celsius, ojalá 1,5 grados, y a descarbonizar para ello la economía por completo en 2050. ¿Qué fue distinto de Copenhague?
Bueno, pues hubo muchas lecciones, muchos cambios en el procedimiento, en el proceso, que fueron críticos. Pero también yo creo que un cambio de actitud fue muy importante para llegar a entender que aquí había que lograr alinear no sólo a la mayoría de los países, sino a todos. Decidimos bastante temprano que este acuerdo lo teníamos que sacar no sólo por consenso, sino por unanimidad. Y eso nunca se había hecho en Naciones Unidas y, dicho de paso, no es exigido por los reglamentos de la convención de cambio climático. Pero el cambio climático afecta a todos los países, no podíamos dejar a nadie fuera. Y también aprendimos muchísimo que aquí había una responsabilidad compartida.
¿Pero hay países más responsables, no?
Por supuesto. Los países del norte son los que tienen la mayor responsabilidad, por su responsabilidad histórica. Pero también los países del sur tenemos una responsabilidad que, a medida que vamos creciendo, se hace más grande si crecemos con una intensidad alta de carbono. Además, no hay sólo una responsabilidad de los gobiernos nacionales, o centrales, sino también de los gobiernos subnacionales, de las corporaciones, de los individuos. Fue muy importante llegar a la conclusión de que el interés de cada uno -y de cada país, ciudad, región, corporación- está en un planeta más estable. Entonces (había que) poder lograr entender dónde está el mínimo común denominador que nos beneficia a todos.
¿Cómo queda el Acuerdo de París con este nuevo informe del IPCC, Panel Intergubernamental de Expertos de la ONU, que se dio a conocer la semana pasada y que fue una bomba, pues ya se ha llegado a 1,1 grados más y hay daños que son irreversibles? ¿Debiera repensarse el Acuerdo?
No, la verdad es que el camino demarcado por el Acuerdo de París se mantiene. (Con este informe) queda confirmado que la trayectoria que se define bajo el Acuerdo es la que tenemos que lograr, que es llegar a descarbonizar la economía, hasta lo que llamamos cero neto, para el año 2050. Y lo que es novedoso -porque no lo sabíamos entonces- es que para poder llegar a ese destino tenemos que reducir el nivel de emisiones que tenemos hoy a la mitad para el año 2030. Eso, y la importancia de esta década como la década decisiva, eso no lo sabíamos antes, no teníamos esa claridad científica. Pero sigue siendo completamente coherente con el Acuerdo de París y, más que todo, ahora lo que tenemos encima es una voz de alarma sobre la rapidez y la contundencia con la cual tenemos que hacer las reducciones.
El cambio climático mataría cinco veces más personas que la pandemia de Covid-19, sin embargo, no se ha actuado con esa urgencia con el cambio climático...
Bueno, el hecho de que sólo en los últimos dos meses hemos visto tantos estragos en tantas geografías al mismo tiempo, me parece y espero que nos despierte más, que de veras sea ya la alarma que nos despierte a más acción. El hecho de que ya podemos ver que nadie está inmune, ningún país ni del norte ni del sur, ni pequeño ni grande, ni con recursos limpios ni con recursos carbónicos, aquí nadie está exento. Los gases de efecto invernadero se concentran en la atmósfera global, no nacional. Hay tres factores: los estragos que hemos visto y sus consecuencias de vida humana, sumado a los avances en energía renovable y al hecho de que ya mucho del capital financiero del mundo se ha dado cuenta que es preferible cambiarse a estas tecnologías limpias, incluso para proteger esas inversiones. Entonces, entre esos tres factores, que se ven incluso acelerados con las demostraciones que vimos -antes de Covid-19- en las calles, ahora me parece que sí ya estamos en otra etapa de la reacción.
Regeneración radical
En su libro El futuro por decidir plantea dos escenarios posibles: uno de un mundo sustentable, el otro de catástrofe… ¿Qué los separa?
Yo creo que se resume en esto: debemos decidir si nosotros como individuos, o como especie humana, queremos seguir siendo extractores de todas las riquezas que se nos presentan en el planeta. Extractores y además devastadores. ¿Queremos seguir haciendo eso? O queremos ser, más bien, regeneradores de una riqueza que el planeta todavía tiene. Todavía podemos ayudar a la naturaleza a recuperar esa abundancia que tuvo y que nosotros le robamos. Y esa es la gran decisión. De ahí se derivan los dos escenarios, completamente distintos.
Ustedes plantean, entre otras medidas, medir y reducir a la mitad la huella de carbono individual y familiar. ¿Cómo hacerlo sin que sea algo inabordable?
Número uno, hay que reducir la huella de carbono para el año 2030, o sea, no es para mañana en la mañana. Y la verdad es que de aquí a los próximos ocho años, vamos a tener tantas tecnologías, que van a estar ayudándonos, que nos podremos cambiar a un transporte mucho más eficiente, por ejemplo. Todos vamos a tener que hacer renovaciones en nuestros hogares, entonces vayamos pensando en hacerlas hacia la tecnología más eficiente con respecto a la electricidad, que también nos ahorrará dinero. Algunos tienen un capital disponible que tienen en reserva, o que están guardando en sus pensiones, y deberíamos preguntarles a aquellas personas que nos manejan las pensiones dónde están invertidos esos dineros. Porque si esos dineros están en energías fósiles, pues ahí ya tenemos activos varados que van a perder valor, y nosotros nos vamos a quedar sin nuestra pensión…
¿Y el modo de vida?
Lo que todos podemos hacer, y yo entiendo que es difícil, es cambiar nuestra dieta. Nosotros en América Latina tenemos una dieta de muchísima proteína animal, especialmente de ganado vacuno. Y la verdad es que tanto para nuestra salud personal como para la salud del planeta tenemos que ir cambiando nuestra dieta hacia una proteína en base a plantas. Eso no quiere decir que los agricultores o los finqueros se van a quedar sin trabajo, eso quiere decir que cambian su producto. Estos son algunos ejemplos.
¿Cómo se puede abordar el tema de la injusticia intergeneracional que plantea el cambio climático?
Hay varias injusticias del cambio climático: entre las generaciones, y también entre los géneros. Porque son las mujeres las menos culpables y las que están sufriendo más. Es la población de más ingresos la que ha causado esto y los más vulnerables económicamente los que lo están sufriendo. Por supuesto, también (hay injusticia) entre norte y sur, históricamente. Entonces hay por lo menos cuatro injusticias, que hacen que para mí la Convención de Cambio Climático sea el documento más importante de derechos humanos. Porque si no logramos atender el cambio climático, pues estamos profundizando la desigualdad de derechos humanos entre géneros, entre generaciones, y entre los que tienen y los que no tienen. Y por eso yo respeto el hecho de que haya tanta convergencia entre pensar cómo vamos a proteger y a defender los derechos humanos, y cómo vamos a hacerle frente al cambio climático. Al final de cuentas es una y la misma cosa.
En Latinoamérica se plantea a menudo el conflicto entre el desarrollo y crecimiento económico versus la protección del medioambiente. ¿Cómo se resuelve eso?
Es que hace cinco, tal vez 10 años, creíamos que esas dos cosas eran mutuamente exclusivas, pero ya sabemos que el querer proteger el medioambiente y el querer crecer no solamente no son mutuamente exclusivas, sino que son mutuamente dependientes una de la otra. No podemos seguir creciendo si no protegemos el medioambiente, que es al final de cuentas donde está nuestro bienestar. Pensemos muy fácilmente y muy rudimentariamente: cada trago de agua que tomamos viene de la naturaleza, cada molécula de oxígeno que respiramos viene de la naturaleza, cada cucharada de comida que comemos viene de la naturaleza. Entonces, la sobrevivencia humana, y por supuesto el crecimiento del desarrollo económico, son dependientes de nuestra naturaleza. Y creer que vamos a seguir creciendo haciéndole guerra a la naturaleza es como creer que estamos creciendo dentro de una casa cuyas paredes, cuyo piso y cuyo techo estamos demoliendo todos los días… Tenemos que entender que estas dos cosas están íntimamente ligadas, dichosamente ligadas. Porque si no fuera eso verdad, si tuviéramos que escoger de veras entre una y otra, pues yo no quiero ni siquiera pensar cómo escogeríamos. Y eso, por un lado, nos complica la vida, pero, por otro lado, nos facilita el trayecto, porque nos damos cuenta de que podemos y tenemos que lograr ambas cosas al mismo tiempo.
¿Qué puede aprender Chile de Costa Rica, su país, líder en protección ambiental?
Hay que ver cuál es la realidad de cada país. Costa Rica nunca tuvo carbón, petróleo, gas natural. Entonces, en Costa Rica producimos nuestra electricidad en base a energías renovables, porque eso es lo que tenemos. En Chile eso no fue así, es un país minero, en donde la industria minera es una parte muy importante del crecimiento económico, incluyendo el carbón. Entonces, el hecho de que Chile ya haya tomado una decisión de ir cerrando (centrales) carboneras, e incluso que esa decisión fue tomada por los dueños mismos de las carboneras, eso a mí me parece que es un liderazgo internacional importantísimo. Ahora recordemos que esa decisión que ellos tomaron, la tomaron porque se dan cuenta que simplemente ya no es competitivo el carbón. Y que, en un país como Chile, bendecido con tantísimos recursos, y con la capacidad de producir electricidad con energías renovables, pues es mucho más competitivo pasarse a las energías renovables.
¿Cómo se puede acelerar la descarbonización mundial cuando China es responsable de más del 30% de las emisiones, su plan para descarbonizar es a 2060, y va a seguir aumentando el uso de carbón?
A todo el mundo le gusta echarle la culpa a China y son como nuestro chivo expiatorio. Y la verdad hay que darse cuenta de que, número uno, China no es un país pequeño, tiene una población todavía en pobreza muy grande, a la que tienen que sacar de allí. Y que es el país que ha sacado a millones de personas de la pobreza, muchísimo más que cualquier otro país también. Hay que darse cuenta de que China tiene más inversiones en energía eólica, solar, en tecnología de vehículos eléctricos que cualquier otro país. Y puedo seguir con una larga lista. Entonces no es que ellos estén sentados en el sillón no haciendo nada. Lo que pasa es que China está, como están todos los otros países, en el medio de una transición muy difícil. Porque ellos sí tienen una dependencia histórica, un legado de dependencia del carbón muy profundo, y es un carbón de muy mala calidad. Entonces, para ellos levantar esa ancla es mucho más difícil que para otros países, porque esa ancla está muy profunda. A pesar de ello, están levantando esa ancla.
¿Cuál es el problema, entonces?
Mi problema grande con China, sinceramente, es que siguen siendo el único gobierno del mundo que financia carbón en otros países. Y eso me parece una irresponsabilidad muy grande. Ya no hay otro país, ya todos los países industrializados, todos los G7, dejaron de financiar carbón en países. Ya todos los bancos de desarrollo internacional y hasta regional dejaron de financiar carbón. Eran tres países, Japón, Corea y China. Sólo China sigue haciéndolo. Y eso para mí es una gran preocupación, porque entonces no sólo siguen ellos todavía dependientes de su propio carbón, sino que están fomentando la dependencia de otros países.
¿Alcanzaremos a ver en nuestra vida un mundo más sustentable?
Sí, por supuesto, no en todas sus consecuencias, porque tengo 65 años. Lo que quiero ver en mi vida es que hemos llegado a ese punto de inflexión en que nosotros veamos que globalmente no estamos incrementando las emisiones, sino que bajándolas decisivamente. Y que esa tendencia se mantiene firme y cada vez más pronunciada.