Escribir un silencio, el nuevo libro de Claudia Piñeiro (Betibú, Las viudas de los jueves), es una antología -y un testimonio- de la fuerza de su voz pública, y es su primer libro de no ficción. Destacada escritora, guionista de televisión y dramaturga argentina, ha cosechado muchísimos premios nacionales e internacionales por su obra de ficción: Clarín de Novela, Sor Juana Inés de la Cruz, Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón, entre otros. En 2022 su obra Elena sabe fue finalista del International Booker Prize.

Pero, además de las novelas, el teatro, el cine y las series, Piñeiro es una reconocida líder de opinión: pasó de ser una joven tímida que se refugiaba en el silencio -como cuenta en el libro- a amplificar sus ideas y opiniones en el espacio público, especialmente para defender los derechos de las mujeres. Lo hace en sus columnas, en sus charlas, conferencias y sus discursos, publicados en este volumen. Está, de hecho, su muy famosa ponencia en el Congreso de su país, para apoyar la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (aprobada en 2020 en Argentina). “Estoy acá porque soy mujer, porque soy madre y porque soy escritora”, partió diciendo, para luego explayarse en los fundamentos de su postura.

En “shock” por la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada, Piñeiro reflexiona sobre las amenazas de retroceder en materia de género y en cultura y educación, y de cuáles son las posibles estrategias para enfrentarlas.

¿Estamos viviendo un backlash en materia de género, con la irrupción de figuras como Trump o Milei?

Por supuesto que es un retroceso, porque cuando ganas los derechos de las mujeres, de la comunidad LGBTQ+, o de lo que sea, parece que los derechos los ganaste para siempre, que van a persistir. Sobre todo derechos tan personales y privados, tan de la vida de cada uno, como son el derecho al aborto, al matrimonio igualitario y tantas otras cosas que hemos ido consiguiendo en los últimos tiempos. Y cuando se empieza a poner eso en cuestión -aunque no sea concreto, aunque no hayan dado de baja la ley- hay un retroceso. Primero, por prestar atención a algo que creías que ya estaba solucionado. Pero no solamente es eso: si bien derogar la ley de aborto sería complicado (para Milei), porque necesitaría unas mayorías en el Congreso que hoy no tiene - a lo mejor dentro de las próximas elecciones parlamentarias sí, pero es difícil, porque es un tema transversal, que incluso dentro de su partido a lo mejor hay gente que no está de acuerdo con darla de baja. Pero lo que sí es cierto es que van desfinanciando todos los programas que tienen que ver con estas cuestiones.

¿De qué modo?

El aborto se hace en Argentina con un medicamento que se llama Misoprostol, que se fabrica en laboratorios también del Estado, y se provee gratuitamente en hospitales públicos a las mujeres que no tienen recursos. Y está habiendo problemas con esa producción y con ese abastecimiento, incluso en algunas farmacias, en donde se paga por la medicación. Eso nos preocupa muchísimo.

¿Cómo han sido estos primeros meses de la Presidencia de Javier Milei? Sigue manteniendo una popularidad muy alta.

Es realmente una situación que, a quienes no estamos de acuerdo con las ideas de Javier Milei y de sus partidos, nos ha dejado un poco en estado de shock. Primero, la sorpresa de que ganara. Y, sobre todo, no supimos, y todavía no terminamos de saber, cómo responder a estas cuestiones. Sí (respondimos) con la masiva marcha universitaria del otro día, pero en lo cotidiano hay una forma de poner agenda que nosotros desconocemos, que no sabemos manejarnos de esa manera. Que vienen de las enseñanzas de Steve Bannon a Donald Trump y a tantos otros populistas de derecha en el mundo. Tienen un manual, que lo saben aplicar, y nosotros no teníamos un manual. Teníamos argumentos, pensamientos, ideas, y ellos tienen un manual… Entonces, la lucha diaria por poner agenda la ganan, hasta ahora, permanentemente. Excepto con este movimiento de las universidades, que fue realmente multitudinario. Pero hasta ahí, la sensación es que cuando queremos discutir algo, ellos sacan algún asunto que no estaba en agenda, pero que es tan disruptivo y mediático, que hasta nosotros mismos nos enganchamos a discutir algo que no había que discutir.

Claudia Piñeiro, escritora argentina. Foto: Laura Campos

¿Qué ejemplos de eso hay?

Por ejemplo, sale un señor diciendo que la escuela no debe ser obligatoria, y que si un padre necesita que su hijo lo ayude en el taller mecánico, puede no mandarlo al colegio. Eso lo dijo un diputado, uno de los referentes más importantes del partido de Milei. Y entonces nos ponemos todos a discutir de trabajo infantil. Y por qué tenemos que discutir algo que no, que no va a ser, y que a los pocos días dirán que no quiso decir eso. Y gastamos días discutiendo algo que no debería siquiera ser discutido. Entonces ahí hay un manual que está muy bien aplicado. Recién estamos empezando a entender cómo responder.

Además de los derechos de las mujeres, ¿qué otros temas le preocupan con respecto al gobierno de Milei?

Hay que evaluar temas que exceden la agenda feminista, y que tienen que ver con el capital simbólico para el Partido Libertario: la cultura, por ejemplo. Otro de los lugares en que el gobierno puso foco para atacar es la cultura. ¿Qué dice el manual? Que somos todos unos vagos, que no trabajamos, que vivimos del Estado… A ver, muchos de nosotros jamás cobramos un peso del Estado, y si es, es algo muy pequeño, porque fuiste a una charla, a una feria, pero en las redes te atacan y te dicen: cuando dejes de cobrar del Estado… ¡Y no cobro nada! Pero son ataques permanentes que van quedando en la gente.

El Presidente argentino, Javier Milei.

¿Por qué ir contra la cultura?

Cuando uno empieza a analizar el plan, pienso que es que entregan capital simbólico a cambio de lo que no pueden entregar en concreto. Milei dijo que iba dolarizar, que iba a desaparecer el Banco Central. Como todo eso no lo puede mostrar, muestra, en cambio, capital simbólico: vamos contra las feministas, que nos han arruinado la vida más o menos, y vamos contra la cultura, que son unos vagos, y así va pasando de un capital simbólico al otro. Y sus seguidores dicen: ah, mira, qué bien.

Pero desde la izquierda o el progresismo, ¿qué reflexión se ha hecho de que, a pesar de esa agenda, haya llegado al poder?

Cuando fueron las elecciones traté de entender, porque también las cosas suceden por algo. La gente vota por Milei por algo, y hay que tratar de entender si ese algo es global, si es un gran programa, pero también qué cosas hicimos mal nosotros. Traté de comprender. Pero ya a esta altura del gobierno, no es que no me interese comprender, siempre me interesa, pero ya no entendí más. Por ejemplo, después de la marcha multitudinaria por las universidades para que no les bajen presupuesto, esa noche el Presidente subió a su Instagram una de esas imágenes de inteligencia artificial que a él le gustan, y es un león tomando una taza que dice “lágrimas de zurdo”. A mí me parece tremendo, pero que gente inteligente que yo conozco le ponga like, no lo puedo creer.

Pero con una inflación de más de 200% anual del gobierno anterior, se da pie a que la gente busque un outsider, ¿no?

El último gobierno y varios otros gobiernos anteriores generaron esta situación. Es una suma de ineficacias para resolver la pobreza, la inflación, los problemas de seguridad. Una serie de gobiernos confluyeron en esa desazón, incluso respecto de la democracia, que hizo que ganara Javier Milei. Pero creo que una de las cosas positivas de lo que pasó es que se modificó la grieta que había en mi país, se corrió de eje. La grieta siempre fue peronismo-antiperonismo, kirchnerismo-antikirchnerismo. Incluso los políticos usaban esto, porque se constituían a partir de esta pelea, que les daba rédito. Eso pasó hasta que la sociedad se dividió en tres: esas dos opciones y Milei. Y los que habíamos sido metidos en esa grieta sin querer, o que caminábamos por el borde de la grieta -y con gente siempre pegándonos de un lado y otro-, nos dimos cuenta de que ya no importaba eso, sino que había una nueva grieta, que tiene que ver con los valores, y comenzamos a relacionarnos con gente con la que no estábamos hablando en el último tiempo. Con gente macrista, socialistas, peronistas, etc., que se juntan para defender la universidad, los derechos de las mujeres u otros temas. Se marcó otra línea: de estar a favor de la democracia, de los derechos de mujeres y minorías, de la cultura subvencionada por el Estado (con los cambios que haya que hacer), de la educación pública, etc. Eso es positivo, porque nos hizo conversar con personas que habíamos dejado de conversar y genera posibilidades futuras.

La guerra cultural está desatada desde el populismo radical contra lo “woke” y el feminismo.

Yo creo que lo que han logrado es encontrar un chivo expiatorio para los fracasos de la política. Que en mi país la inflación haya llegado hasta 200% anual, o que haya un 60% de pobreza, eso no tiene nada que ver con el feminismo, de ninguna manera. Pero ¿cuál es el discurso? Que el gobierno anterior se ocupó de la ley del aborto, de la ley de educación sexual integral, del lenguaje inclusivo, y que entonces no se ocupó de esto. ¡Pero no es así! Lo hizo mal, o no hizo las medidas correctas, pero no porque se ocupó de esas otra cuestiones. Y, en todo caso, valoremos que se ocupó de ellas y salieron bien, pero que no tiene nada que ver con que haya fracasado en la inflación y las otras medidas. Entonces, como siempre, la cosa es encontrar un enemigo. Y, en este momento, parece que el enemigo fueran el feminismo y lo woke. Yo creo absolutamente que es una estrategia. Que tiene corto plazo, pero que está muy desarrollada y por gente muy poderosa. Fíjate que Elon Musk es uno de los mayores anti woke del mundo, una persona sumamente poderosa. En las redes, allí hay un discurso en contra de lo que es el progresismo y de determinados avances, y hasta a uno le da miedo decir que es progresista, porque parece mala palabra. Y el progresismo siempre ha sido un movimiento en busca de los derechos de las personas, de igualdad de las personas, igualdad de oportunidades. Entonces, si no decimos feministas y progresistas (es) porque nos van a atacar… Pero tenemos que defender esas palabras también. Es cierto que hay algunos momentos en los que hay que ser inteligente para las batallas. Y el feminismo tiene que ser inteligente en este momento, saber leer este momento, saber entender qué tenemos que hacer y cómo… Me parece que no están dadas las condiciones para que peleemos por los derechos que tenemos que seguir peleando de la misma manera que lo hacíamos antes de que este tipo de políticos llegara al poder. Eso no quiere decir abandonar las batallas, pero sí quiere decir buscar y pensar cuáles son las mejores estrategias para hacer esto, que seguramente no son las que usamos hasta ahora, sino que tienen que ser otras.

En el libro se declara adicta a X (Twitter), a pesar de que ha recibido mucha hostilidad y amenazas feroces. ¿Qué resguardo ha tomado?

Trato de elegir las batallas con más cuidado. En algún momento me divertía participar en una conversación, y luego terminaba enredada en una discusión horrenda por un tema absolutamente menor. Entonces, ahora trato de elegir qué cosas quiero poner sobre esa mesa, y discutir y defender. Tengo un montón de amigas que se han ido de Twitter porque no han soportado esta violencia. Las violencias son de todo tipo.

¿Qué han hecho contra usted?

Me han mandado videos por Twitter donde a una mujer la violan, y escriben: esto te va a pasar a vos. Denuncié y nadie hizo nada. Me han mandado fotos del Falcon verde, que es el auto que usaban en Argentina los militares para secuestrar personas, diciendo: te estamos yendo a buscar. Fotos de penes gigantes, diciendo que vas a ser violada, o amenaza del tipo: sé donde vas a tomar desayuno cada mañana y te voy a ir a buscar. Todo ese tipo de cosas ya no se pueden denunciar más en Twitter, y tampoco le importa mucho a la sociedad. Eso es lo grave. Te dicen: es un troll… Ahora acá se ha empezado a atacar a periodistas hombres: todos salen a rasgar vestiduras, y hace años que les ha pasado a mujeres y no llamaba la atención. Hasta que no les tocó, no se habían dado cuenta de que estaba esta violencia tan instalada.

¿No es mejor salirse de esos espacios?

Ante esas circunstancias, tienes dos opciones: o irte de las redes o tratar de cuidarte y preservar ese espacio, porque también el fascismo trabaja de esa manera. Trabaja a partir de la propia censura: mejor no hablo, porque me pueden atacar. Yo pienso si tal o cual batalla no vale la pena y mejor me cuido para la otra, donde también me van a atacar, pero sí vale la pena. No estoy dispuesta, por el momento, a retirarme de esos lugares, porque me parece que es dejar espacio para una conversación completamente tomada por otras ideas. Hay una resistencia allí que todavía tenemos que seguir haciendo.