Por Ascanio Cavallo, periodista
En la noche del jueves, tres horas después de que despachase su último artículo, un infarto liquidó a Manuel Salazar, “Chacha”, periodista de la Universidad de Chile, cofundador del diario La Época y autor de numerosos libros. Y mi amigo de muchos años.
Fiel a la tradición de la Escuela de Periodismo de la Chile, “Chacha” era un reportero duro, que creía en la verdad y no aceptaba su simple sustitución por las versiones. En los textos de “Chacha” hay afirmaciones, no meros testimonios. De ese modo se representa la responsabilidad del que escribe y su compromiso con lo que ha llegado a saber, leal y convincentemente.
Cuando nos encontramos en aquella Escuela, ninguno sabía cuál sería su futuro en el oficio. Se nos abría un camino de incertidumbre, pero no teníamos miedo ni modestia. “Chacha” trabajó en El Mercurio y unos pocos años después nos juntamos con Oscar Sepúlveda para desarrollar el proyecto del futuro diario La Época. Las redacciones que imaginaba “Chacha” solían ser mastodónticas, estaban llenas de superperiodistas y exprimían la verdad como nadie lo había hecho jamás. Lo escuchábamos con cierto asombro y también escepticismo, porque a esas alturas la realidad ya nos había dado algunas zurras.
En La Época se hizo cargo de la Edición Nocturna. Muchas veces tuve que lidiar con los reclamos en contra de su pequeño equipo, que llegaba al anochecer, cuando todo el mundo estaba exangüe, con una consigna incordiante: “Venimos a hacer el diario de verdad”.
Por supuesto que no era verdad, pero “Chacha” tenía esta confianza en que su trabajo era el mejor, una forma de arrogancia combinada con voluntad. La Época entró en problemas antes de cumplir un año y a nosotros se nos ocurrió que aumentar las ventas de un día por semana ayudaría a superar la crisis. De allí surgió la idea de La historia oculta del régimen militar. Cada uno se hizo cargo de un campo temático y del compromiso de entregar un capítulo por semana. “Chacha” asumió los temas de derechos humanos, equipado con sus inacabables carpetas de recortes y fotos de dudoso origen.
Más tarde la vida –es decir, las rencillas, las aventuras, las tristezas y las alegrías- nos deparó caminos separados, pero, en la sección del fondo, donde se guardan los bastidores y los cachivaches, prevalecía, agazapado, lo de siempre: el afecto.
“Chacha” nunca fue constante, excepto en una cosa: investigar lo que habían sido la DINA y la CNI, esos submundos donde se había desembozado un Chile feroz, vengativo, impiadoso. No estoy seguro de que respirar siempre esos azufres sea bueno para la salud.
Hace ya mucho tiempo que no nos veíamos. Creo que ambos confiábamos en que cada uno permanecía allí, en la sección del fondo, instalados sin tiempo. Ahora ya no está. El tiempo, al final, existía, “Chacha”. Hora de descansar.