Columna de Iván Poduje: Censo 2024, un país viejo y oxidado

Por Iván Poduje, arquitecto.
La entrega de los resultados del censo solía ser un día relevante para Chile, especialmente en universidades o centros de estudios que organizaban seminarios para analizar los resultados. Pero este año fue distinto. La base de datos más completa y rica para entender un país -entregada el jueves pasado- pasó casi desapercibida, como un reflejo de la mediocridad que se ha instalado en Chile. Como muestra un botón. El lunes 24, mientras el sur se quemaba con 90 incendios simultáneos, el Presidente de la República volaba desde Punta Arenas para asistir a un asado con su banda de rock preferida.
Boric no se detuvo en Temuco para monitorear la catástrofe. Tampoco hizo una conferencia de prensa, o esas eternas cadenas donde anuncia sus micro-reformas. Solo mandó un mensaje por redes sociales. Su clásico “no lo dejaremos solos”, que a estas alturas suena como una mala broma, considerando el abandono en que su gobierno ha dejado a miles de chilenos afectados por catástrofes en Santa Juana, Llico o Viña del Mar.
Pero volvamos al censo de población y vivienda 2024. El resultado más importante se venía venir. De hecho lo adelantó Roberto Méndez hace 4 años con su extraordinaria columna “¿Dónde están los niños?”. Chile es un país que envejece rápidamente. Entre 2002 y 2024 el porcentaje de adultos mayores subió de 8% a 14% y los menores de 15 años bajaron de 26% a 18%.
Por primera vez en la historia, la tasa de crecimiento anual de la población es menor al 1%, y eso que estamos sumando la migración. Si sacamos la población extranjera, lo más probable es que el número de viejos crezca y la falta de niños se transforme en un tema crítico. Pero nadie está hablando de fecundidad y demografía, salvo por la ministra Cósmica Orellana que quiere promover el aborto libre como gran legado feminista.
Este país viejo se ve en las ciudades. En siete años Valparaíso perdió 11.000 mil habitantes debido a la decadencia de su base económica y el deterioro urbano generado por Jorge Sharp. Por razones similares, Lota perdió el 8% de su población y Talcahuano-Hualpén el 4%. También se observa una fuga de habitantes desde comunas afectadas por el terrorismo como Mulchén, Lautaro, Ercilla, Contulmo o Tirua.
En la capital el envejecimiento demográfico golpeó a comunas pobres como La Pintana, La Granja o Lo Prado, pero también a emblemas de la expansión de las clases medias como Maipú, San Bernardo o Puente Alto. Todos estos municipios tienen menos habitantes que en 2017. Es posible que estos números se modifiquen levemente con la proyección que realiza el INE para compensar los datos omitidos, pero el cambio de tendencia es evidente y muy relevante.
¿Entonces donde se fue la gente? Un 42% del crecimiento neto de la capital se ubicó en solo cinco comunas: Colina, Lampa, Buin, Padre Hurtado y Melipilla. El problema es que ninguna tiene los servicios para acoger esta población, especialmente en materia salud y seguridad. Tampoco tienen cobertura de Transantiago, así que sus habitantes dependen del automóvil particular o los buses interurbanos. Su red vial es precaria y la cobertura de agua potable y alcantarillado, se limita a una fracción menor de la superficie ocupada por los nuevos hogares.
Se supone que esto no debía ocurrir. El plan regulador metropolitano restringió la expansión mediante un límite urbano. Pero como ocurrió en los años 60 –y en los 90-, la ciudad le pasó por encima. La novedad es que ahora lo hizo sin generar alarma pública ni propuestas para resolver estas demandas, lo que tiene que ver con la mediocridad que comentaba al inicio, y que opera como una suerte de oxidación neuronal.
Solo así se puede entender que mientras la capital se expande informalmente -sin servicios ni infraestructura- nuestras autoridades están obsesionadas con paralizar inversiones para salvar nidos de arañas o ranas urbanas, algo tan bizarro como ser Presidente y asistir a un asado en medio de una catástrofe.
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