Columna de Paz Zárate: El sistema contraataca
Por Paz Zárate, abogada internacionalista
Conectarse a internet. Prender el televisor. Oír en la radio las últimas noticias que tienen en vilo al mundo. No, ya no es el Covid-19 y sus variantes, sino la guerra que comenzó esta semana. Una guerra en Europa, por aire, mar y tierra. Y no entre países pequeños, cuyos nombres no recordamos, sino entre Rusia y Occidente. En pleno siglo XXI.
Pasar, después de dos años de pandemia, a un conflicto de estas características es como para restregarse los ojos, leer los titulares dos veces (¿no estarán exagerando?), e intentar masticar las palabras que describen el nuevo escenario mundial, para convencerse que no, no es un mal sueño.
Ante nuestros ojos desfilan imágenes de un autócrata que maltrata, en vivo y en directo, a temblorosos jefes de inteligencia, mientras decide si invadir o no un país vecino, y si echar mano o no a armas nucleares, a fin de revivir un imperio de hace más de 100 años. Memes que se burlan de ese jefe de Estado que intentó conversar con otro dirigente del otro lado de una larguísima mesa, en un esfuerzo tan infructuoso como humillante. Ruegos en redes sociales de diplomáticos desesperados, que piden que la invasión contra Ucrania se detenga. Videos de una estoica periodista que informa mientras suenan sirenas de alarma, hasta que debe correr para protegerse de una balacera. Postales de entumidos nuevos refugiados que pasan la noche en estaciones de metro, o que emprenden viaje a otros países sólo con lo puesto, pero aferrados a un perro o cargando un gato en una bolsa.
La historia no sólo no acabó, sino que retrocede. Vuelve sobre sí misma en espiral, como propuso Gianbattista Vico en su obra sobre la naturaleza común de las naciones (1744). Y si ésta es la mayor guerra desde la Segunda Guerra Mundial: ¿Qué rol le cabe a los países pequeños y medianos como Chile?
La convivencia de las naciones es posible porque algunas reglas básicas son generalmente aceptadas. Disputas sobre límites, incumplimiento de acuerdos, o presuntos genocidios no se resuelven, en su mayoría, con misiles. Y en nuestra región, donde todos los Estados nos independizamos de Imperios Europeos, esos principios se han asentado. América Latina es la región que más casos lleva ante la Corte de La Haya. Así arreglamos nuestras diferencias más trascendentes. Y qué alivio que sea así.
Nuestro rol hoy es apoyar que paren las bombas, y considerar que diplomacia también significa sancionar en serio. Se necesita reforzar las reglas que hacen posible la convivencia. Hagámoslo antes de que sea tarde.
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