Por Álvaro Peralta Sáinz, cronista gastronómico.
Almorzar un día de semana -de preferencia antes del miércoles- en este restaurante de Lo Barnechea puede considerarse casi como una salida fuera de Santiago. Es que al aire campestre del lugar y el poco movimiento que se observa en estas jornadas lo hacen a uno entrar en cierto nivel de relajo y serenidad más bien propio de la provincia.
Pero vamos a lo nuestro. Es decir, a la comida. Instalado en un solitario rincón del amplio local comencé a revisar su carta, que es extensa, y no pude dejar de pedir -para partir- una empanada de pino ($4.000) y una cerveza ($3.900), las que llegaron juntas a la mesa. Se trataba de una empanada tal como la recordaba desde la última visita a Doña Tina. Es decir, una relativamente grande con una masa quebradiza y levemente dorada. En su interior contenía un pino bien cargado a la carne, pero con la cantidad precisa de cebolla para darle humedad. Con un buen toque de comino y otros aliños, lo cierto es que era una empanada bien sabrosa tanto en relleno como en masa. De hecho, diría que esta empanada entra tranquilamente en cualquiera de los rankings que suelen aparecer en los medios durante septiembre.
Pero seguimos y fuimos por un plato de fondo, a ver qué tal andaba la cocina. Costó decidirse entre pasteles de choclo, porotos granados y más; pero finalmente lo escogido fue el Pollo Arvejado con Papas Fritas ($13.000) y una Ensalada Chilena ($4.700). Una vez más el servicio fue rápido y todo llegó a la mesa prontamente.
Vamos por parte. El pollo arvejado llevaba una presa completa, en este caso tuto, la cual reposaba sobre un mix bien caldoso de arvejas con algo de cebollas y pimientos. Lo cierto es que el pollo estaba sabroso y tierno si se probaba solo, pero ni hablar lo que mejoraba si se mezclaba con las arvejas y su caldo. Una maravilla. ¿Y las papas fritas? Buena porción, cortadas a cuchillo y levemente gruesas. Untadas en el jugo del plato se ablandaban levemente y quedaban simplemente superiores. Así las cosas, hubo que esforzarse con la ensalada que era puro verano, con tomates maduros y jugosos, cebolla nueva y el correspondiente ají verde encima. Para cerrar, el juguito de la ensalada se recogió con el buen pan de la panera.
En tiempos en que la diversidad y las nuevas propuestas comienzan a darle una nueva cara a la escena gastronómica de la ciudad, los comedores que siguen apostando por las preparaciones criollas más clásicas -bien ejecutadas- suben su valor. Por lo mismo, da gusto -de tanto en tanto- mandarse un almuerzo bien tradicional. Y si es en un lugar tan agradable y bien atendido como Doña Tina, mucho mejor.