Tras el término de la ronda de negociaciones por un nuevo proceso constituyente, el miércoles pasado, los representantes del Movimiento Amarillos por Chile fueron los últimos en bajar las escalinatas del segundo piso del Senado. “Es que somos más lentos y más tranquilos”, respondió el presidente de Amarillos, Cristián Warnken, al ser consultado por qué se habían demorado, ya que en esos instantes los negociadores de otros partidos iniciaban un punto de prensa para informar los avances de las conversaciones.

Detrás de la parsimonia de Warnken, quien estaba acompañado por el diputado Andrés Jouannet y el abogado Zarko Luksic, había una señal de distancia con el posible acuerdo.

Esa noche, el rol de Amarillos había sido crucial para frenar la firma de un nuevo pacto constituyente, lo que le dio una excusa a Chile Vamos para no retomar la idea de un órgano 100% electo con 50 integrantes.

A pesar de que solo tienen un parlamentario (Jouannet), la colectividad demostró que aún mantiene el peso simbólico que adquirieron en el plebiscito, donde se transformaron en el principal referente del Rechazo, en vista del repliegue estratégico de la derecha y de la división de la DC.

Fue tal el éxito de su campaña, que creció el apetito para transformarse en partido, usando la misma marca de “Amarillos” para tratar de convertir a los simpatizantes del Rechazo en militantes. El nombre era una ironía, pues reivindicaba un apodo peyorativo usado en la política, especialmente por fuerzas de izquierda, para referirse a personas pusilánimes y moderadas.

Sin embargo, después de la euforia del referéndum, Amarillos perdió su principal causa y muchos simpatizantes también abandonaron al movimiento.

“Lo más difícil es la desconfianza de la ciudadanía a todo lo que huela a partido y a político. Cuando uno sale a la calle, la gente te abraza, ‘gracias Amarillos’, te dicen, pero tú los invitas a militar y militar les genera una connotación negativa. Hemos ido tratando de mejorar nuestro mensaje, que somos un partido nuevo, donde hay espacio para la libertad. Incluso puedes entrar y luego desafiliarte. Pero es importante que exista un partido de centro”, comenta Warnken.

“Constituir un partido nunca es fácil. Hay un temor en la gente a militar. Puedo perder la pega, me dicen. Eso sumado al desprestigio de los partidos políticos. A pesar de eso veo interés”, añade el exsenador Fulvio Rossi (ex-PS), quien es parte de la comisión política de la nueva colectividad.

A ello se sumó otro problema. Surgió una repentina competencia. En vista del peso electoral que demostró tener el centro político en un contexto de voto obligatorio, un grupo de dirigentes de la DC, encabezados por los senadores Ximena Rincón y Matías Walker, optó por dejar atrás las rencillas de la Falange y fundó el Partido Demócrata, que está orientado hacia el mismo nicho al que apuesta Amarillos.

Si bien hubo conversaciones para confluir, no dieron resultados. Amarillos ya estaba organizado y el grupo de Rincón-Walker no se conformó con quedar en la cola del nuevo movimiento.

“Evidentemente cuando hay partidos que se disputan un electorado, hay un incentivo a trabajar más. Ahora, si me preguntas, no entiendo por qué se creó otro partido. Perfectamente pudimos haber confluido”, dice Rossi.

Esta contienda aún latente se asemeja a la rivalidad que en su momento desarrollaron Evópoli y Amplitud, dos fuerzas que a fines del primer gobierno de Sebastián Piñera intentaron posicionarse dentro de un mismo espacio electoral: la centroderecha liberal. Ese duelo se definió a favor de Evópoli, que mostró más cohesión interna y mejores redes de financiamiento, mientras que Amplitud terminó disolviéndose por peleas y falta de liquidez.

En la directiva de Amarillos están conscientes de que después del fervor del plebiscito es necesaria una nueva causa: redactar una nueva Constitución en democracia, reconstruir el centro político y frenar al populismo.

Si bien detrás de Amarillos hay exmilitantes de la antigua Concertación (PS, DC, PPD y radicales), también tienen un fuerte componente de personas nuevas que han tenido que aprender a la fuerza una de las tareas más complejas de un partido: su organización territorial, administrativa y financiera.

“Yo no soy experto en estas lides y veo que es un trabajo arduo. No tenemos estructuras de seremis, gobernadores. Estamos armando una red territorial de gente anónima”, señala Warnken.

Con todos estos antecedentes, la directiva de Amarillos, que tiene plazo hasta el 19 de mayo de 2023 para alcanzar el piso de militancia para constituirse en partido, se puso una meta más realista: instalarse en cuatro regiones del sur: La Araucanía, Los Ríos, Los Lagos y el Biobío.

Esa meta parece ser más alcanzable, al menos como primer paso. En la Octava Región se necesitan 1.550 militantes; en la Novena, 999 afiliados; en la zona valdiviana, 500; y en la Décima, otros 827. Según la Ley de Partidos, para constituirse como tienda basta tener el mínimo de militancia en tres regiones contiguas.

La estrategia tiene sentido, ya que Jouannet (vicepresidente de la colectividad) es representante de La Araucanía y Warnken vive en Llanquihue (Los Lagos). Ellos, junto a otros dirigentes, han logrado forjar redes con alcaldes del sur que ayudarán a Amarillos a conseguir afiliados.

“Nosotros en La Araucanía estamos avanzando bien y espero en enero ya tener las firmas requeridas... Vamos a ir inscribiendo región por región”, adelanta Jouannet, quien también cuenta el apoyo de exsenador Eugenio Tuma (ex-PPD) para lograr fichajes en su región.