El silencioso aterrizaje del general Javier Iturriaga
El comandante en jefe del Ejército cumplió seis meses a cargo de la institución, donde ha recorrido gran parte de las unidades militares del país y ha tomado decisiones sobre la dotación militar. Ha preferido tener un bajo perfil y un estilo únicamente operativo.
Si durante el estallido social, el entonces jefe de la Defensa de la Región Metropolitana, el general de Ejército, Javier Iturriaga del Campo (56), tuvo un rol protagónico fue por algo netamente circunstancial. Quienes lo conocen aseguran que, como actual comandante en jefe, no tiene ninguna pretensión de figurar, ni para bien y, obviamente, mucho menos para mal.
Su frase de “no estoy en guerra con nadie, soy un hombre feliz”, al ser consultado por los dichos del entonces Presidente Sebastián Piñera lo catapultó al conocimiento popular en plena crisis social. Quizás por eso fue el único uniformado en no ser criticado durante esos días, donde la policía era constantemente cuestionada y los soldados increpados en Plaza Baquedano, incluso, por el entonces diputado, y hoy Presidente, Gabriel Boric.
Aunque su frase valió algunos llamados cruzados entre su superior, el excomandante en jefe Ricardo Martínez, y personeros de La Moneda, el gobierno finalmente igual lo nombró como la máxima autoridad del Ejército, asumiendo el cargo el 9 de marzo de este año.
El aterrizaje a la comandancia de “Ícaro” -así le llaman sus compañeros de generación de la Escuela Militar-, nuevamente no fue como quería. Al igual que su frustrado intento por pasar desapercibido durante el estallido social, tuvo que asumir el cargo en medio de un verdadero terremoto interno: la ministra Romy Rutherford citó a declarar al general Martínez como inculpado de fraude al Fisco, el 6 de marzo, a cuatro días de entregar el mando. El alto oficial renunció antes de entregarle el mando a Iturriaga tensionando -por cierto- la ceremonia de ascenso.
De esta manera, el nuevo jefe del Ejército, hijo del general (R) Dante Iturriaga Marchese, asumía la conducción de la institución castrense, donde su primera misión fue recorrer cada uno de los cuarteles del país. Testigos de esas visitas afirman que ha solicitado reparar regimientos y conversar hasta con los cocineros de las unidades. “Como él es milico, milico, está muy encima de la tropa”, afirma un oficial que ha trabajado de cerca con Iturriaga.
Por lo mismo, su primera salida de Santiago la concretó el 3 de abril para visitar las unidades VI y I de la División de Ejército, desplazadas en la Región de Tarapacá. Fueron cinco días en que se entrevistó con los jefes de zona y también con las tropas, a quienes les dictó sus orientaciones centradas en la preparación operacional y la planificación estratégica.
A diferencia de sus antecesores se rodeó de un grupo reducido de asesores: dos civiles y dos militares, quienes trabajan directamente con él en temas administrativos. Es ahí, por ejemplo, donde se ha definido no dar entrevistas, salvo un breve diálogo que mantendrá durante la Parada Militar con TVN.
Hasta ahora, el general apasionado por los paracaídas y los comandos solo ha conversado con un medio de comunicación: Diálogo, un sitio web estadounidense dedicado a cubrir la contingencia de las Fuerzas Armadas de Latinoamérica. Esta entrevista la dio el 15 de mayo, donde, casi en clave militar, abordó sus desafíos y objetivos.
“El reto más importante está centrado en nuestros soldados, en prepararlos, motivarlos, instruirlos, capacitarlos; en darles el respeto y las posibilidades de crecimiento tanto profesional como personal que merecen. Chile dispone de un Ejército de profesionales compuesto por gente motivada y con alta vocación de servicio con su país”, dijo esa vez.
Justo ese mes, el gobierno decretó el estado de excepción en La Araucanía, región donde el Ejército debió desplegarse y, además, con lo que Iturriaga comenzó a ganarse la confianza de las nuevas autoridades. “Por algo allá no hemos tenido los problemas que en el Biobío con la Armada”, confiesan en La Moneda.
Ahí ha jugado un rol importante la ministra de Defensa, Maya Fernández, con quien Iturriaga mantiene una comunicación constante, siendo ella el puente entre él y el Presidente. Ambos el 19 vivirán su primera Parada Militar como las máximas autoridades uno del Ejército, y el segundo del país.
El vuelo de Ícaro
Pero en estos seis meses, el general Iturriaga no solo ha entregado buenas noticias, ni arengas motivacionales. También tomó una dura decisión que ratificó el porqué también genera algunos anticuerpos en las filas castrenses.
A comienzos de agosto le pidió la renuncia a 100 coroneles y generales en retiro, quienes cumplían distintas labores administrativas en el Ejército. Es decir, era personal que tras jubilarse, volvía a ser contratado en puestos que no tienen injerencia operativa.
Este “golpe” lo resintieron varios, pero, de acuerdo al relato de algunos testigos de esas conversaciones, Iturriaga les dijo: “Renuncian y, si quieren el puesto, entonces postulan por Alta Dirección Pública”, expuso de manera seca y sin preámbulos. Algunos aceptaron el desafío y otros se dieron media vuelta y no volvieron más.
Algo similar le ocurrió al exjefe del Estado Mayor, general del Ejército, Schafik Nazal. El oficial (R) fue mano derecha de Ricardo Martínez y, tras su retiro en 2020, pasó a liderar la Fundación Alcázar, organización que está a cargo de los colegios de la entidad militar.
El general (R) Nazal es indagado por la Fiscalía por su rol en la denominada “Operación Topógrafo”, actividad de Inteligencia para indagar a los denunciantes del fraude institucional. Esta “herida” le terminó de costar el puesto con Iturriaga, quien le pidió su dimisión, dicen, a raíz de ese caso y para dar una señal de transparencia. De todas maneras, fuentes del Ejército deslizan que la relación entre ambos nunca fue buena.
Consultado el círculo de Iturriaga señalan que el general no quiere aparecer ante sus subalternos con un rol de “refundador” del Ejército, sino que quiere hacer un trabajo de soldado. Sin barrer con todo lo que hicieron sus antecesores. ¿El fraude? Ahí, dicen, el comandante en jefe asume el daño que esa causa penal ha generado a la institución, pero es de la postura de dejar que la investigación avance en tribunales y aportar en lo que se le pida.
El general, además, no solo está preocupado de la formación de nuevos militares y los desafíos internos, también le preocupa que el Ejército dé señales hacia afuera. Eso se ve reflejado, dicen algunos oficiales, en la austeridad impulsada en actividades internas.
Iturriaga, además, se mantuvo en la casa que utilizaba antes de asumir como máximo líder del Ejército y desechó trasladarse hasta la residencia de Lo Curro, usada por todos sus antecesores. Es más, dio la instrucción de evaluar su continuidad como residencia para los comandantes en jefes y estudiar alternativas. “Ícaro” comienza a tomar vuelo.
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