Considerada una de las 50 figuras del pensamiento más relevantes de la era Covid-19 -como la definió la revista Prospect-, Elizabeth Anderson es académica de la Universidad de Michigan y una de las voces más vibrantes en materia de ética, filosofía política y feminismo. Entre sus muchos reconocimientos, es miembro de la Academia de Artes y Ciencias y de la Sociedad filosófica estadounidense, ganó la beca Guggenheim y, más importante aún, en 2019 obtuvo la beca MacArthur, conocida como la “beca de los genios”. Entre sus libros destacan Value in ethics and economics (1993), The imperative of integration (2010) y Private Government: How Employers Rule Our Lives (and Why We Don’t Talk about It) (2017).

Anderson se doctoró en filosofía en Harvard y fue discípula de John Rawls, el gran filósofo político y autor de Teoría de la justicia, quien dirigió su tesis. “(Rawls) siempre dirigió sus seminarios con un espíritu profundamente democrático, eso es lo que más recuerdo de él. A menudo, en la discusión filosófica, las personas intentan demostrar que son más inteligentes que los demás, y él simplemente cerraba esa posibilidad: se trataba de “ir a la verdad”. Y estableció un modelo: el argumento filosófico no se trata de mostrar lo inteligente que eres, se trata de profundizar seriamente en los problemas y expresar preocupaciones y tratar de descubrir cómo responder y abordar los problemas que no se han abordado. Sinceramente, solo estábamos tratando de encontrar respuestas, en lugar de competir por posición y estatus”, cuenta.

Ese mismo espíritu parece animarla a ella misma. Sencilla y brillante, analiza con profundidad lo que realmente significa ser liberal hoy, los riesgos para la democracia que implica la alta desigualdad, y por qué son tan importantes -al mismo tiempo- la igualdad, la libertad, el pluralismo y el respeto por el disenso. Para ella, la igualdad no debe reducirse a los términos materiales, sino en las relaciones sociales: así ve ella la igualdad democrática.

Vía Zoom y desde su casa en Estados Unidos, Anderson se manifiesta muy interesada por lo que está pasando en nuestro país. Dice que le desea lo mejor a Chile y a su proceso constitucional, y que espera funcione. “Si lo logran, Chile podría ser un modelo sobre cómo moverse más allá de la polarización, y una inspiración para el resto del mundo”.

Uno de sus trabajos más conocidos afirma que el neoliberalismo trastocó las aspiraciones económicas del liberalismo. ¿Cómo ocurrió eso y cómo definiría el neoliberalismo?

Pienso en el neoliberalismo como una filosofía que favorece sistemáticamente los intereses del capital y de la propiedad por sobre los intereses de los trabajadores. Y eso está asociado con un conjunto de instituciones que están algo tergiversadas dentro de la ideología. La razón de esto es que la justificación del neoliberalismo se presenta en términos de ideales abstractos de libre mercado y propiedad privada. Pero la realidad es que todos los desacuerdos sustantivos dentro de las democracias liberales no tienen que ver con si la propiedad privada debería existir o si necesitamos mercados. Los buenos socialdemócratas aceptan ambas proposiciones. Todo depende de cómo se especifique cuáles son los derechos de propiedad y cómo se van a construir los mercados. Y el punto crítico es que no existe tal cosa como un mercado no regulado.

¿Por qué?

Los mercados capitalistas requieren una regulación gubernamental muy extensa solo para existir, pues no son idénticos al pequeño mercado de campesinos que vende productos a otras personas en un área muy local. En las economías ricas y avanzadas, tenemos mercados globales. Y cuando extiendes el alcance de la cooperación al tamaño de un país o incluso a todo el mundo, es necesaria una regulación legal, estos no son mercados espontáneos. Y así, todo depende de las reglas constitutivas del juego de mercado. Puedes diseñar esas reglas en formas que canalizan la riqueza y los ingresos de manera sistemática hacia el top, la parte superior, a los dueños del capital. O, en cambio, podrías instituir reglas constitutivas al mercado que provean un crecimiento equitativo, donde todo el mundo comparte el crecimiento económico, y que limite la desigualdad. Entonces, la ideología se está promocionando a sí misma -algo deshonestamente- al llamar a mercados libres: lo que quieren decir con mercados libres son simplemente mercados que promueven la creciente desigualdad y los poderes de los intereses del capital por sobre los intereses de los trabajadores, de los consumidores, del público en general, y del medio ambiente; incluso, de la sostenibilidad del globo.

A veces, neoliberalismo y capitalismo se usan como sinónimos. ¿Qué piensa?

Bueno, todas estas son preguntas de definición. Hay una razón para pensar que si crees que es esencial para el capitalismo, no habrá límites en la concentración de la riqueza. Sin embargo, sabemos por los economistas que los monopolios son malos, que las concentraciones, las enormes concentraciones de riqueza, son disfuncionales, incluso dentro de los angostos términos de la teoría económica. Cuando ampliamos nuestra visión un poco más, podemos ver que la concentración extrema de la riqueza tiene efectos muy negativos en la democracia. Si tienes un puñado de personas ricas, que están muy por encima de todos los demás, esas personas toman todas las decisiones políticas. Y la gran masa de personas carece de poder incluso en un Estado democrático, no solo dentro de la empresa. Y la necesidad de promover y sostener la democracia nos da una razón adicional para acotar la magnitud de la desigualdad. Y ese es un argumento que se remonta, al menos, a Rousseau. Pero también fue desarrollado, con mucha fuerza, por mi asesor de tesis, John Rawls. Y tenía toda la razón en eso.

¿Cómo vio el tema John Rawls?

Escribió Teoría de la justicia en los años sesenta. Y en Estados Unidos, la década de 1960 fue la gran época de optimismo liberal. Todavía estábamos básicamente en la era de posguerra, de crecimiento equitativo, donde teníamos una prosperidad maravillosa y la economía estaba creciendo y todas las clases compartían eso, y había una desigualdad relativamente baja para un país capitalista rico. Y hubo tremendos avances por parte de un grupo relativamente marginado de personas, como los afroamericanos durante el movimiento de derechos civiles. Y entonces Rawls estaba escribiendo en un momento de optimismo donde la democracia era bastante sólida. Pero hizo esta predicción, de que si dejas que la desigualdad se salga de control, verás que la democracia realmente ya no funciona, que los ricos se han apoderado del proceso político. Y aquí estamos, con una desigualdad dramáticamente aumentada, y Estados Unidos es, ya sabes, un ejemplo destacado de retroceso democrático.

Libertad para todos

¿Qué le contestaría a quienes le argumentarán que la libertad es más importante que la igualdad y que ambas están en tensión?

Bueno, la retórica neoliberal quiere contraponer igualdad y libertad. Pero creo que eso es un profundo error, porque lo que necesitas es que todos sean libres, no solo los ricos. Y para que todos sean libres, necesitan el poder de tomar decisiones por sí mismos sin tener que pedir permiso a otras personas, ni depender de sus voluntades. Y para hacer eso, necesitas recursos. Y no puedes dejar que los multimillonarios estructuren la infraestructura básica de la sociedad de forma que los favorezca a ellos y restrinja a todos los demás. Una de las cosas de tener enormes cantidades de dinero es que permite a los superricos definir el entorno social y económico para todos los demás, solo sobre la base de su propia voluntad. Y eso es muy restrictivo porque la realidad es no están tan interesados en empoderar a la gente común. Y por eso creo que la libertad y la igualdad van juntas. Para que la gran masa de personas sea libre, se necesita una igualdad sustantiva con sus semejantes. De lo contrario, simplemente serán dominados por las personas con riqueza y poder.

“La democracia tiene que implicar apertura a las nuevas ideas, a los disidentes, a la gente que hace propuestas que difieren de lo que ya está establecido”.

Elizabeth Anderson, filósofa estadounidense

Usted ha escrito sobre la importancia del pluralismo en las sociedades. ¿Cree que hoy en día esta peligra, siendo factor clave para que las democracias sean fuertes?

Absolutamente. Me alegro de que conectes el pluralismo con la democracia, creo que esto es absolutamente esencial. La democracia no es sólo la voluntad de la mayoría; no es la dictadura de la mayoría. Porque las mayorías están cambiando con el tiempo. Entonces, lo que la democracia necesita es una especie de infraestructura de comunicación y discusión que permita a las mayorías cambiar de opinión, pero solo pueden hacerlo si hay libertad para articular diferentes puntos de vista, libertad para disentir y estar en desacuerdo. Y experimentar en diferentes arreglos institucionales, diferentes formas de vida. Eso es pluralismo. Y por eso creo que el concepto de la llamada “democracia iliberal” es simplemente una contradicción en los términos. La democracia tiene que implicar apertura a las nuevas ideas, a los disidentes, a la gente que hace propuestas que difieren de lo que ya está establecido. Y una apertura para experimentar con eso. No vas a conseguir eso a menos que también puedas conseguir transiciones o traspasos pacíficos de poder, para que personas comprometidas con diferentes ideas puedan probarlas. Pero para eso siempre hay que ser un candidato válido para los votantes. Si el experimento no funciona, entonces un nuevo partido llega a gobernar porque la gente juzgó que esto no es para ellos.

Usted ha sido elegida como una de las pensadoras más relevantes de la era Covid 19. ¿Cómo analiza este momento?

Bueno, personalmente ha sido chocante ver que Estados Unidos tenía enormes capacidades institucionales para lidiar con la pandemia, y sin embargo hizo uno de los peores trabajos del mundo, porque el tema se polarizó en torno a identidades partidarias. Y debo decir que la polarización estuvo en los dos lados. La administración de Trump transformó un tema de salud pública en uno partisano pues pensaron que encontrarían una ventaja política. Se equivocaron, por cierto. Pienso que su mal manejo de la pandemia fue crítico para su derrota política. Las personas estaban muy enojadas, pero también hubo errores en la izquierda.

Foto: REUTERS/Evelyn Hockstein

¿Cuáles?

Hubo excesiva dependencia en una visión puramente tecnocrática de cómo la autoridad de salud pública debía trabajar, siguiendo la ciencia. Pero la política no puede ser reducida solo a buena política pública. La política es acerca de explicar algunas políticas de modo que se conecten a las experiencias personales de la gente, y los significados de cómo van sus vidas. Y las autoridades de salud hicieron un trabajo bastante pobre al explicar esto, y fueron pillados varias veces faltando a la verdad, porque no confiaban realmente en que la gente haría lo correcto si eran honestos. Por ejemplo, al principio, desincentivaron a las personas a comprar mascarillas, porque había escasez y querían tenerlas para los trabajadores de la salud. Más democracia hubiera permitido mejores acuerdos y no las grandes divisiones que hubo, por ejemplo, sobre cerrar los colegios públicos.

¿Cómo se podría haber hecho diferente?

Sabemos ahora que, especialmente los niños más pequeños, no pueden aprender con el computador. ¡No funciona! Y los profesores tenían mucho miedo de contagiarse, especialmente antes de las vacunas. Entonces, había mucho espacio para pensar creativamente. En la pandemia de 1918, en Nueva York, en vez de cerrar los colegios públicos, incentivaron la enseñanza al aire libre. Y hubiera sido tanto mejor para los niños, incluso si no se hubiera podido seguir un currículum estándar. La enseñanza al aire libre es extremadamente estimulante, y los niños la adoran y aprenden nuevas cosas: los puedes llevar a ver la naturaleza, cómo crecen los árboles, como funcionan las estaciones. Habríamos tenido que cambiar el curriculum, pero habrían aprendido, y habrían podido jugar, seguir con sus amigos, y no solo estar obsesionados en sus teléfonos o pantallas. Pero como las dos partes estaban polarizadas, o cerrábamos los colegios y nos íbamos a Zoom, o había que volver presencial dentro de la sala sobrepoblada y sin ventilación.

“Sabemos ahora que, especialmente los niños más pequeños, no pueden aprender con el computador. ¡No funciona! Y los profesores tenían mucho miedo de contagiarse, especialmente antes de las vacunas. Entonces, había mucho espacio para pensar creativamente. En la pandemia de 1918, en Nueva York, en vez de cerrar los colegios públicos, incentivaron la enseñanza al aire libre”.

Elizabeth Anderson, filósofa estadounidense

Restricciones que habilitan

Las mayores regulaciones pueden ser rechazadas como una intromisión del Estado…

Yo creo que eso es sólo una especie de truco retórico, en que las regulaciones del gobierno se presentan como las restricciones a la libertad. Por supuesto que hay algunas regulaciones gubernamentales que son estúpidas y disfuncionales, no hay duda al respecto. Pero las regulaciones existen para habilitar y abrir oportunidades: la forma de pensar acerca de las buenas leyes es que son restricciones habilitantes. Es decir: al restringir a las personas en un sentido, abren oportunidades que son libertades en otros sentidos.

¿Cuáles son los cambios prioritarios que se deben hacer en los mercados, a su juicio?

Un punto realmente importante que planteo es que, en cierto modo, pensar en las economías avanzadas, en las economías ricas, como sociedades de mercado, está dejando fuera una parte muy importante del panorama, que son las empresas, los negocios, las organizaciones en las que vive la gente, el trabajo. Y son esas organizaciones las que son realmente los centros, los nodos de poder en el sistema.

El Presidente electo, Gabriel Boric, planteó en su campaña la codeterminación en directorios, y la idea fue ampliamente rechazada por el empresariado, pues dijeron que sería un desincentivo a la inversión.

No veo escasez de inversión en Alemania y Francia y otros países europeos que tienen codeterminación y la han tenido durante décadas. De hecho, hay una enorme cantidad de estudios empíricos que se han realizado y la codeterminación no es mala para las corporaciones. Y una de las razones de esto es que la mayoría de los trabajadores en realidad quieren hacer un buen trabajo, y están en posesión de información que es muy difícil de transmitir sobre cómo administrar mejor la operación... La mayoría de los trabajadores en realidad quieren hacer un buen trabajo y no soportan la disfuncionalidad porque ¿quién quiere ser un fracaso en el trabajo? Pero a menudo es difícil (escucharlos) para los gerentes, que sienten que si aflojan su control, los trabajadores aflojarán. Pero, de hecho, si les mostraran más confianza, respeto y dignidad, en realidad obtendrán una fuerza laboral más motivada.

Foto: Alejandra González Guillén

Usted ha dicho que es optimista de que un proyecto de mayor justicia e igualdad puede compartirse a través del espectro político de manera más amplia de lo que se piensa. ¿Cómo hacer eso? Ese es el debate actual en Chile ahora.

Creo que este es realmente uno de los grandes proyectos de los igualitaristas. Se remonta a Rousseau. Argumentó que los orígenes de la desigualdad, un motivo profundo en la psicología social que impulsa la desigualdad, es la competencia por el estatus, competencia de estima: las personas quieren ser estimadas por quienes las rodean, pero lo malo es que quieren tener más estima que las otras personas, ¿no? Y así, una vez que concibes lo que está en juego en la sociedad como un juego de suma cero de competencia de estima, la desigualdad simplemente estalla, porque entonces solo puedo ganar estima a tu costa. Y entonces todos se pelean por superar a los demás para llegar a la cima y empujar a otras personas hacia abajo. Una sociedad de suma cero no puede ser una sociedad democrática. Si crees que sólo puedes ganar a expensas de tu prójimo, ¿por qué te unirías en mutua cooperación para sostener el interés común? La democracia requiere repensar las bases del estatus social, o de la estima.

¿Cómo hacer el cambio?

Haciendo que la gente vea que su propio estatus depende del estatus de las personas que los rodean, que es algo que se puede compartir. Es crítico entender que todos necesitan el reconocimiento de los demás, pero que no tenemos que pensar en el reconocimiento de manera competitiva, sino en formas en las que nos sostenemos los unos a otros. Y entonces la gente estará más contenta con la democracia, (pues) podrá ver cómo puede prosperar dentro de ella.