Entre juegos y simuladores: cómo la pandemia cambió a la educación superior
Según universidades e instituciones técnicas la forma de enseñar tuvo -y mantiene- notorias transformaciones debido a un nuevo perfil de estudiantes, lo que obligó a las casas de estudio a adaptarse, no solo hacia lo digital.
Como muchas otras esferas de la cotidianidad, la educación chilena fue afectada en los últimos años por dos grandes situaciones -estallido social y pandemia- que no solo torpedearon su habitual desarrollo, sino que, más relevante aún, fueron transformando incluso las formas de enseñanza. Un cuatrienio de educación telemática, menos interacción social y atrofias de otra índole no pueden pasar desapercibidos.
Y es que muchos de los estudiantes que hoy están en la educación superior cerraron sus últimos años escolares a través de una pantalla o, al mismo tiempo, dando sus primeros pasos universitarios de esa manera. Eso hasta que la presencialidad volvió a ser la norma.
“Después de la pandemia la mayoría de las universidades se vieron enfrentadas al desafío de adecuar y adaptar su funcionamiento a los cambios tecnológicos y de comportamiento que experimentaron las comunidades educativas. Esto se tradujo en nuevas metodologías de enseñanza, de evaluación y en algunos casos, una nueva concepción de la enseñanza-aprendizaje”, explica el jefe de División de Educación Universitaria de la Subsecretaría de Educación Superior, Thomas Griggs.
A modo de ejemplo, la vicerrectora de Pregrado de la U. de Talca, Paula Manríquez, detalla que con el regreso presencial “quedó en evidencia que las clases expositivas por sí solas no son suficientes para mantener la atención”, complementando que las metodologías de mayor interacción son las más valoradas por los jóvenes. Esto se replica en la U. de Santiago, donde según la vicerrectora Laura Almendares, tras la pandemia “se valora mucho más la presencialidad y la interacción con sus profesores”.
Pero, ¿cuánto ha mutado la enseñanza en la educación superior?
La mayoría de las instituciones consultadas por La Tercera indican que han hecho más capacitaciones docentes no solo en el ámbito tecnológico -esperable por el aterrizaje forzoso de las pantallas- sino en la innovación de enseñanzas.
Un ejemplo de esto se plantea en la U. Finis Terrae, cuyo director de Trayectorias Estudiantiles, Iván Sandoval, indica que se están usando “enfoques innovadores como el juego, la colaboración, el trabajo en equipo y las aulas invertidas”.
Programaciones más flexibles y opciones horarias que permitan compatibilizar el trabajo con los estudios y la vida familiar fueron los mayores cambios en la Academia de Idiomas y Estudios Profesionales (AIEP), según explica la directora nacional de Escuelas, María Rojas. Esta decisión, agrega, se hizo en base al perfil del estudiante técnico profesional.
En el caso de la U. de Tarapacá, el director de Docencia, Carlos Leiva, dice que se instauró un “nuevo modelo pedagógico”, donde se integraron estrategias como el aprendizaje de servicio, que se define como un método donde los estudiantes aplican sus contenidos en contextos reales mediante servicios entregados a socios comunitarios.
También ha cambiado la naturaleza punitiva de las evaluaciones. En algunos casos, ahora los profesores deben focalizar la instancia como una oportunidad de aprendizaje, analizando los motivos de la falla y así “generar un proceso de seguimiento del aprendizaje y salvar las deficiencias en lugar de sólo poner una nota” señala Leiva.
Mientras, en la U. de Concepción, la directora de Docencia, Carolyn Fernández, pone énfasis en las asignaturas prácticas que durante la pandemia fueron sustituidas por simuladores, los que ahora permanecieron como complemento. “Los estudiantes pueden ensayar en ambiente simulado y llegar más preparados al contexto real”.
Radiografía estudiantil
No hay dobles lecturas: los alumnos que ingresaron durante estos últimos tres años a la educación superior tienen un perfil distinto al de los anteriores a ellos. La pandemia, dicen las casas de estudio, hizo lo suyo. Y eso, por consiguiente, ha llevado a estos cambios -necesarios y a veces obligados- en las formas de enseñar.
En general, las universidades han observado un descenso generalizado en los conocimientos de las ciencias básicas, lo que ha forzado a crear o expandir cursos y talleres de nivelación.
Pero también retratan un déficit general en las relaciones interpersonales, en hábitos de estudio y en un aspecto largamente analizado: el de la salud mental, sobre la cual desde la U. de Talca, Manríquez reseña que fue un aspecto que se vio fuertemente afectado. “La suspensión de estudios aumentó 300% en comparación a un año normal”, revela.
En esa línea, desde la Finis Terrae el director de Trayectorias Estudiantiles ejemplifica que en escenarios de presentaciones en público, han observado aumento de ansiedad e incluso crisis de pánico.
Han existido, también, ejemplos más complejos. Como en el Duoc UC, donde el vicerrector académico, Kiyoshi Fukushi, cuentan que vivieron “situaciones de violencia y de maltrato entre los estudiantes, indisciplina y falta de interés”, lo que, asegura, “requirió capacitar a nuestros docentes en el manejo de situaciones de riesgo y también en ofrecerles apoyo socioemocional”.
Griggs explica que debido a su autonomía institucional, estas situaciones deben ser abarcadas por las mismas escuelas de manera individual, a diferencia de la educación escolar. Con todo, señala que existe una “preocupación fundamental” en términos de la salud mental por parte de su subsecretaría. El fenómeno, dice, “claramente excede lo que pueden hacer las universidades separadamente y hoy se convierte en un problema público que debe ser abordado por una política de Estado”. Para esto, la subsecretaría se encuentra trabajando con el Ministerio de Salud para formular un plan de acción para la salud mental, donde ya realizó un primer diagnóstico que contestó sobre el 82% de las instituciones de educación superior del país.
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