Es uno de los pensadores más relevantes y originales de Francia. Desde su célebre ensayo La era del vacío (1983) ha descrito las características de la hipermodernidad, una era que cambia sin cesar. Caballero de la Legión de Honor y doctor honoris causa por varias universidades en el mundo, Gilles Lipovetsky es también autor de los libros El imperio de lo efímero; El crepúsculo del deber; La tercera mujer; La sociedad de la decepción; La pantalla global, entre otros. Dice que está muy ocupado pues acaba de publicar en Francia Le nouvel âge du kitsch: Essai sur la civilisation du “trop”. Vía Zoom desde París, conversa con La Tercera sobre el neo kitsch, la cultura del exceso, el rol de la educación en construir una vida con sentido, y de la evolución de su pensamiento político desde la revolución al reformismo.
¿Por qué nuestra época se caracteriza por ser la era del exceso?
El kitsch se caracteriza por un mundo de copia industrial, barato, considerado como vulgar, aparentador. El kitsch tiene algo de excesivo, de demasiado: muchos tapices y decorados, pinturas, muchas cosas que quieren mostrar la riqueza o el estatus de las personas. El problema es que ese estatus excesivo ha cambiado de escala. Antes era el pequeño mundo interior burgués, pero hoy hay un mega kitsch. Mira Disney World, los parques de diversiones, los centros comerciales. Mira a los consumidores que salen de los hipermercados, repletos de mercadería, o mira el show business; Lady Gaga o Madonna, con un exceso de color, de lentejuelas. Entonces hemos pasado de un exceso que estaba en el pequeño mundo burgués, a uno generalizado. Es cosa de ver cómo internet y las redes sociales no paran nunca de mostrar decenas de fotos sobre lo que la gente come, compra o dónde está.
¿Qué más caracteriza a esta época?
Antes el kitsch estaba muy separado del resto; pero hoy, incluso las áreas que no eran kitsch, florecen con él. El lujo, por ejemplo, la marca Gucci, Trump y su torre de nuevo rico; incluso el diseño se ha vuelto kitsch también. Áreas que antes no estaban en eso, han incorporado el kitsch con su propia lógica. El exceso ha ido ganando cada vez más sectores de nuestro mundo.
Usted dice que la civilización del exceso es también una del estrés, de la falta de calidad de vida, de ausencia de sentido. ¿Por qué estamos así?
Estamos en la era de la ansiedad y la inseguridad, una inseguridad generalizada. Tenemos miedo hoy del cambio climático, de la globalización, de la migración descontrolada. En la vida privada, no hay estabilidad, hay divorcios, separaciones. Estamos obsesionados con la calidad de nuestra alimentación. Estamos leyendo todo el tiempo información alarmista sobre las comidas, el aire que respiramos, estamos obsesionados con la dimensión de amenaza sobre nuestras vidas. ¡En los 60 solo hablábamos de sexo! Hablábamos de liberación, no de salud ni polución. La atmósfera ha cambiado, estamos en un estado de ansiedad, de miedo, de malestar, porque estamos bombardeados por información, pero también porque el modo de regulación tradicional no funciona más. No se trata de decir que antes las personas estaban felices, eso es absurdo, pero hoy, en una sociedad hiper individualista, todo reposa sobre nuestras espaldas, lo que nos impulsa a ser autosuficientes y a buscar el bienestar total. Eso tiene como contrapartida un malestar permanente.
¿Cuál es la solución? Usted ha hablado de una ética de la sobriedad…
Pienso que es necesario (tener) una sociedad de “menos”, la ética de la sobriedad es una de “menos”. Es necesaria. Consumimos demasiado, acumulamos demasiado: ¡no hay necesidad de cambiar cada dos años de celular! Sabemos hoy que es necesario economizar electricidad, contaminar menos, reciclar los materiales. Es necesario adoptar medidas sensatas. Pero yo quiero decir que no es por la disminución que encontraremos la solución. No está bien comer tanta carne, claro, hay que usar más la bicicleta que el auto, muy bien. Pero hay millares de personas que quieren tener un auto hoy en el mundo… La solución no es decirle a la gente que eso está mal, no es por la moral que llegaremos a una solución. Esta pasa porque el Estado y el poder público tomen conciencia de que deben hacerse inversiones considerables para la transición energética, las energías renovables, la economía circular. Las empresas deben cambiar su manera de producir. Hay que inventar el nuevo modo de producción; hay que tener el avión a hidrógeno, autos que no solo consuman menos gasolina, sino eléctricos. Son inversiones considerables, y hay que movilizar a toda una sociedad, a los laboratorios, los investigadores, el estado, no solamente al consumidor. Hay una tendencia hoy día a esto último.
¿Por qué?
Para que la gente entienda que es su culpa, que debe ponerle atención a todo. ¡Pero no es la altura del problema planetario! Hoy día los chinos usan cada vez más centrales a carbón. La bicicleta está bien, pero no es la solución. Esto es un problema global, que pasa por la reestructuración de nuestras economías: pasar de la energía fósil a la energía renovable; sin eso no hay solución. La moral está muy bien a título personal, pero no es la solución a un problema de la civilización, como es la crisis climática, el calentamiento global y el empobrecimiento de la biodiversidad. No es la llave que abre la vía de un futuro mejor.
Usted sostiene que la educación es clave para una vida con un sentido más allá de la moda y las marcas. ¿Cómo debiera plantearse aquello?
Es difícil de lograr todo lo que hablamos antes, cambiar el sistema internacional, porque los países pobres no tienen los medios para invertir. Pero la educación depende de los padres y de la escuela nacional, y ¡no es tan caro! ¡Se puede hacer! Cambiar el sistema moderno internacional es complejo, parar la guerra en Ucrania, no tenemos poder ni usted ni yo, para cambiar eso, son fuerzas supranacionales, pero la escuela no. Sí podemos cambiar el modo de educación sin que implique una fortuna. Yo abogo por un papel más activo. Debemos repensar el lugar de la cultura general, de la práctica artística, para que la vida no consista sólo en producir y consumir. Si es solo eso, es muy pobre… no es apasionante.
¿Qué es lo apasionante?
Hacer algo que tenga sentido. Y para eso hay que prepararse, mostrar a los niños que podemos (realmente) vivir. Está bien comprar y las marcas, pero no es el fin de la vida. Cuando vas a Santiago un domingo, todo el mundo está en el centro comercial, las calles están vacías. ¡Solo los centros comerciales atraen a la gente! Es triste. Porque la bella vida es inventar, crear, ser solidario, amar, ser justo, hacer cosas interesantes, escribir, danzar, crear una empresa… En el colegio hay que comenzar a hablar de eso, una educación más creativa, que dé un sentido a la existencia. Y eso lo podemos hacer sin que implique millares de dinero. Es responsabilidad del Estado, de los padres, de los electores, saber y considerar que la cultura general, la práctica del arte, no es algo secundario, porque es algo bueno para la realización de la vida. Si se considera que no hay más que acrecentar la riqueza material y saber hacer algoritmos para educar, yo estaría preocupado por el futuro: tendremos un futuro pobre. La escuela tiene un rol mayúsculo en ese sentido.
¿Cómo ve a la juventud de hoy? Pareciera contradictorio estar tan preocupado por el cambio climático pero también ser parte de la cultura del hiper consumo.
Lo que dice usted es cierto. El frenesí de la juventud por la moda, las marcas, está ahí. Pero no hay que ser demasiado pesimista, porque también vemos que hay muchos que son parte de asociaciones de distinto tipo. Los creadores de startup, por ejemplo. Ellos quieren ganar dinero, eso no está mal. El liberalismo no es el diablo, es el ultraliberalismo lo que es malo. Insisto en ese punto. Y hay mucha gente hoy que están orgullosos de hacer startups, porque se sienten útiles para un futuro mejor. Crean servicios nuevos, para personas mayores, enfermas, aparatos que consumen menos energía, los jóvenes agricultores buscan una orgánica, a diferencia de sus padres. En la juventud hay un apetito por actividades que tienen un sentido, un sentido que es útil para lo colectivo. Antes el sentido era la religión, había que imitar a Cristo, una vida ejemplar. Después, con las grandes ideologías, había que vivir por el futuro, por el comunismo; hoy, buscamos el sentido… El consumo es fácil; con un poco de dinero tienes un poco de satisfacción, y si no tienes nada más, ¿qué te queda? El consumo como una manera de existir. Yo no les condeno, no tienen nada más. No es culpa de los jóvenes.
Las utopías de ayer y hoy
Usted fue parte del movimiento icónico de los jóvenes, el Mayo del 68 francés. ¿Cómo ve las ideas que tenía usted en esa época, y las de hoy?
Mayo del 68 fue un movimiento joven y estudiantil, caracterizado por las utopías. Utopías de cambiar el mundo, de libertad sexual, libertad dentro del trabajo, en el colegio, en todo. Hoy en día los jóvenes viven esa libertad en gran parte. Y hoy en día no veo grandes utopías propiciadas por el romanticismo ni nada por el estilo. La utopía está siendo impulsada ahora por el transhumanismo, por todos esos profetas californianos, Elon Musk, que nos dicen que vamos a vencer a la muerte, que vamos a hibernar la humanidad, que vamos a vencer todas las enfermedades. Hemos pasado de una utopía romántica a una tecnológica; fue la tecnología la que tomó el relevo. No soy anti tecnología, pero no estoy de acuerdo en que la tecnología pueda hacerte feliz, te hace un servicio, pero la felicidad es otra cosa. La felicidad es un misterio. Ahora, yo no tengo la llave de la felicidad, no soy un gurú, pero puedo pensar en un mundo en el que los jóvenes y la gente corriente vivan de forma diferente. Y la creación, la cultura, la información de calidad, nos permitirán disfrutar de momentos de felicidad.
Mayo del 68 ha sido inspiración para jóvenes de izquierda en todo el mundo. ¿Qué define a la izquierda hoy, qué debiera definirla?
Mayo del 68 realmente ha quedado atrás. Soy casi uno de los últimos supervivientes, tenía 24 años. Ya no es el mismo mundo: Mayo del 68 era un caballo al futuro, pero al mismo tiempo tenía un pie en el pasado, en esa imagen romántica y con la idea revolucionaria. La revolución me parece una mala idea y es bueno que ya no la tengamos. Soy reformista, pero un reformista liberal y ambicioso. Creo en la reforma, no en la revolución, pero creo en una reforma profunda, y podemos hacerla. Es la única forma de avanzar hacia lo mejor. La revolución es retórica. La extrema izquierda… son palabras. ¿Qué sustituye al mercado? ¿Qué modelo? Nadie quiere una economía dirigida, y si no es el mercado, ¿qué es? No sabemos realmente lo que propone. Pero, por otro lado, el mercado puede ser regulado, no es una realidad intangible. Se necesitan reformas fiscales para combatir las grandes injusticias. Hacen falta reformas en profundidad para avanzar hacia la transición energética. Necesitamos una reforma en profundidad del sistema educativo. La socialdemocracia puede no estar muerta, pero está muy, muy enferma, (pero) puede resurgir de sus cenizas. De momento, lo que está subiendo es una derecha populista, que es muy peligrosa.
¿Por qué?
A veces hablamos de extrema derecha, pero la extrema derecha neonazi es minoritaria, es la derecha populista la que experimenta un ascenso constante. Incluso en Francia, un país republicano, hoy la Agrupación Nacional, el partido de Le Pen y ahora de su hija, está a las puertas del poder. No es fascismo, es una derecha populista que es peligrosa, porque trabaja sobre el odio a las élites, a las élites intelectuales, económicas, políticas, mediáticas, y establece las categorías de unos y otros. Hemos visto la desgracia que trajo Donald Trump: ¡hubo un asalto al Capitolio! Debemos luchar contra el populismo, porque miente, da información falsa al ciudadano. Lo vimos en Reino Unido. La derecha populista ganó el Brexit, porque dio información falsa a los ciudadanos británicos. Trump no para de decir mentiras, es increíble.
¿Y la izquierda?
Creo que hay espacio para la izquierda en democracia, no es bueno que ya no haya una izquierda creíble. Necesitamos reconstruir una izquierda reformista, una izquierda responsable, necesitamos alternancia en democracia. Tenemos mucho de qué preocuparnos. b