La zona central experimenta la peor sequía de la que se recuerde. Al menos desde que existen registros. El déficit de precipitaciones acumulado entre Coquimbo y el Maule supera el 60% de acuerdo a la Dirección Meteorológica (DMC). Entre el Ñuble y Los Lagos el déficit es en torno al 40 y 50%, y aumenta en algunas zonas de la Región de Aysén.

Ríos, lagos y lagunas literalmente están desapareciendo. Por ejemplo, el caudal del río Cauquenes ya experimenta una disminución de 32,1 % de su volumen hídrico. Si se continúan plantando especies exóticas en sus riberas, el déficit podría llegar a 46,2%.

De los 375 acuíferos catastrados en Chile, 189 tienen limitaciones para otorgar nuevos derechos de aguas subterráneas, sin embargo, la información respecto de la calidad y cantidad de agua en ellos es deficiente para evaluar su sostenibilidad. La Radiografía del Agua, realizada por la Fundación Chile, constató una reducción significativa en los niveles de los pozos en algunos lugares de uso intensivo en el país, siendo un indicador que alerta de un posible agotamiento del recurso.

Según datos de la Red Oficial de la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), la temperatura más alta medida en Chile desde que hay registros fiables data de esta década, en 2017, cuando en Los Ángeles los termómetros anotaron 42,2°C.

Imagen del río Mapocho, tomada el pasado 13 de abril.

Si bien Santiago aún no ha superado los 40°C, todo parece indicar que será cosa de tiempo romper esa barrera sicológica. Según mediciones de la Estación Quinta Normal de la DMC, en diciembre de 2016 el termómetro marcó 37,3°C, luego en 2017 subió a 37,4°C, mientras que en enero de 2019 alcanzó 38,3°C. Según un informe de @AntarcticaCL, en el top 6 de temperaturas máximas registradas en Santiago, cinco ocurrieron en la última década.

“En pocas décadas podríamos observar en Santiago 40°C, situación que hasta hace poco era inimaginable”, dice Raúl Cordero, climatólogo de la U. de Santiago, director de @AntarcticaCL y líder de este estudio.

Por ello, y una de las proyecciones más sombrías del cambio climático para Chile, por ejemplo, estima que Santiago dejará de tener un clima mediterráneo. Cordero dice que en la zona central (entre las latitudes 32-36) el promedio de las precipitaciones cayó bajo la barrera de los 500 mm en la última década. Tomando solo ese indicador, asegura, “el clima de la zona central ya puede considerarse semiárido, mas que mediterráneo”.

Especialistas del (CR) 2 de la U. de Chile han señalado que aunque no necesariamente Santiago pasará a tener un clima semidesértico, el límite entre este clima y el mediterráneo “se moverá más al sur”.

Imagen tomada el pasado 20 de abril en el cerro Renca. Foto: Andres Perez

Intensa sequía sureña

Precisamente el fenómeno, si bien es más crudo en la zona central, también ha golpeado al sur, con una sequía muy intensa en los meses de verano y comienzos de otoño. Este reseco escenario está literalmente cambiando el clima y la vegetación del país.

“Se espera que la zona semiárida de Chile se desplace hacia el sur, ocupando parte de lo que actualmente se caracteriza por un clima mediterráneo”, dice Francisco Correa, investigador del Instituto Iberoamericano de Desarrollo Sostenible de la U. Autónoma.

Las víctimas son variadas. Un ejemplo es el bosque esclerófilo de la zona central, que ha perdido el verdor de sus árboles debido al fenómeno conocido como browning.

Ya no lloverá como antes

Raúl Cordero, climatólogo de la U. de Santiago, señala que la combinación de bajas precipitaciones y alto consumo de agua configuran una situación de alto estrés hídrico que podría continuar empeorando. “La zona central comenzó a perder precipitaciones hace cuatro décadas. Las lluvias han estado disminuyendo alrededor de 7% por década. Esto significa que las últimas cuatro décadas hemos perdido ya un tercio de precipitaciones anuales. Esta pérdida promedio enmascara años en los que las precipitaciones han sido mucho más bajas. Por ejemplo, 2021 cerró con un déficit en la zona central de 2/3″.

Añade que bajo cualquier escenario climático, la zona central continuará perdiendo precipitaciones al menos durante las próximas tres décadas.

“Hay cierta incertidumbre relativa a la magnitud de esas pérdidas, pero no respecto a la tendencia”, dice. Correa señala que las probabilidades de revertir la megasequía “son mínimas”.

Roberto Rondanelli, investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, agrega que en el pasado algunas sequías terminaron con una gran inundación o con un año de grandes inundaciones. “Eso tiene relación con la manera en como ocurre la variabilidad de la precipitación en Chile, en que tenemos muchos años secos y unos pocos años lluviosos”. Pero dice que esa capacidad de recuperación no se ha visto en estos últimos 12 años y no hay indicios de que eso vuelva a ocurrir.

Al menos en los próximos meses, el escenario será el mismo de la última década. Se proyectan bajas precipitaciones en la zona central debido a la persistencia del Fenómeno de la Niña, que enfría la temperatura superficial del Pacífico tropical generando una baja de precipitaciones. “En la última proyección de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de EE.UU. se mantuvieron sobre el 70% las probabilidades de que la Niña persista al menos hasta la primera mitad del invierno. “Eso significa que las probabilidades de que este sea el año final de la larga e intensa sequía que nos afecta no son muy altas”, dice Cordero.

Las sequías meteorológicas (déficit de 20% o más) son un elemento recurrente en el clima semiárido y mediterráneo de Chile central, y típicamente duran uno o dos años. Sin embargo, desde 2010 en adelante todos los años han estado por debajo del promedio histórico de precipitación.

En 2021 la megasequía de Chile central cumplió 13 años. La estación de Quinta Normal en Santiago acumuló 118 mm, cerca de un tercio de su antiguo promedio histórico de 320 mm, dejando a 2021 como el quinto año más seco de un registro de más de cien años.

Los 40 mm que cayeron en el extraordinario evento de fines de enero del año recién pasado maquillaron un poco el escenario. Si se considera solo los registros del invierno extendido (abril-septiembre), el año 2021 queda como el segundo más seco desde 1911. Esto claramente cae en la categoría de hipersequía, dicen los especialistas.

Rondanelli explica que esta es una megasequía que no tiene precedentes en el registro histórico. Sospecha que no es natural. “No habría sido tan intensa”, asegura.

El cambio climático la está haciendo más intensa y, por lo tanto, “la más extrema que hemos observado en el registro” se lamenta. Cordero establece que la pérdida de precipitaciones se suma el alza en el consumo que ha nivel urbano se ha incrementado tanto en la Región de Valparaíso como en la Región Metropolitana en un 20% solo durante la última década.

Los costos de la nueva realidad

Esta nueva “normalidad” climática trae consigo una serie de consecuencias. Por ejemplo, y siguiendo con el modelo que han empleado municipalidades en jardines públicos, incluso clubes deportivos o simplemente cualquier ciudadano, se ha reemplazado el césped natural, el que requiere mucha agua, por una versión similar, pero sintética. ¿Cuánto ahorra una persona por cambiar el pasto?

Escenarios Hídricos 2030 entrega algunas cifras. Por ejemplo, el pasto consume siete litros de agua por m2 al día, el consumo de agua por persona al día son 170 l/día. El paisajismo xérico consume 0,6 l/m2/día, o sea, ahorra cerca de 90% de agua comparado con el uso del pasto en áreas verdes.

Rondanelli dice que hay una serie de medidas de adaptación y mitigación que no han sido implementadas, porque para la mayor parte de las personas, sobre todo en la zona central, el cambio climático no representa un gran cambio en su estilo de vida mientras sigan abriendo la llave y siga saliendo agua.

Cordero explica que a nivel urbano, la infraestructura e institucionalidad con la que la zona central contaba ha sido capaz de sobrellevar una década de sequía, incluyendo años extraordinariamente secos, como 2019 y 2021. Sin embargo, esta misma infraestructura e institucionalidad podría no ser suficiente para garantizar el consumo urbano durante la próxima década si la situación continúa deteriorándose.

Considera que una de las estrategias para sobrellevar el estrés hídrico es mejorar la eficiencia. A nivel rural esto implica la adopción del riego tecnificado. A nivel urbano implica controlar las pérdidas, que muchas veces representan un porcentaje hasta tres veces superior a los de estándares de países desarrollados.