Son las 8:15 y Marco Antonio Ávila, hasta hace siete meses ministro de Educación y hoy director de la Escuela Básica Territorio Antártico en San Miguel, saluda uno a uno a los estudiantes que a esa hora ingresan al recinto. “¡Hola, dire!”, le dicen algunos con cariño. Padres y docentes siguen el mismo camino.
Es miércoles 13 de marzo y el exsecretario de Estado vive su segunda semana en este nuevo cargo en una escuela municipal, el que no define si es que es un paréntesis en su vida política, o acaso si su paso por el Mineduc fue una pausa de su carrera docente. “No descarto nada, porque mi perfil profesional es uno, como se llama en el fútbol, polifuncional, porque tengo visión política, despliegue, facilidades para comunicarme, pero también una capacidad técnica importante para el desarrollo de la política pública”, se extiende. Y añade:”He desarrollado ciertas capacidades de liderazgo que me permiten estar hoy día en la dirección de una escuela y haber estado en el Mineduc. No me cabe ninguna duda que tengo esa capacidad para estar en cualquiera de las responsabilidades. Estoy siempre cómodo donde me toque liderar”.
Quizás lo único que el exministro sí desecha como opción, al menos en el futuro inmediato, es presentarse a un cargo que implique una votación. “Eso sí que no”, asegura, a pesar de que hasta hace no mucho lo sondearon desde Revolución Democrática, su partido, para pelear la alcaldía de La Florida. “Algunas personas que saben de diseño electoral me han hecho saber que soy un candidato altamente competitivo, pero es una decisión mía hoy no aventurarme”. Con esto Ávila asegura no querer renegar su rol como político, pero este quiere desarrollarlo desde lo educativo.
Como sea, esa cualidad de polifuncionalidad que señala tener, además del hecho de haber pasado por las aulas antes que el ministerio, con la calma que suponen casi siete meses de análisis de su paso por la cartera, es lo que justamente cree haberle favorecido al ser parte del Ejecutivo. Esa fue, de hecho, una de las razones que llevaron a que el Presidente Boric se decantara por él. “Cuando uno mira el diseño de la política y la implementación en la escuela, esa distancia tan grande para mí es muy corta. Cuando fui ministro sabía perfectamente cómo se llevan a cabo esas políticas, todo lo inverso de lo que pasó, por ejemplo, con el Transantiago, donde quienes diseñaron no eran usuarios”.
De golpe y porrazo, el profesor de Lenguaje cambió en medio año su amplia oficina en el piso 7 del Ministerio de Educación por una más pequeña en el corazón de San Miguel, donde denota sentirse a gusto, cosa que no es casualidad: se crio en la comuna (estudió en el Liceo Andrés Bello) e incluso su padre reside a cuatro cuadras del lugar donde ahora trabaja y al que llega tranquilamente en Metro. “Es muy interesante volver a hacer una conexión así de completa”, dice.
Aunque sus despachos –el anterior y el actual– son distintos, guardan algo en común: la foto del Presidente Boric que los adorna. Con el Mandatario, eso sí, no ha hablado desde que se supo de su regreso a las aulas. Sí recibió otras decenas de mensaje, comenta, de ministros, rectores, diputados y gremios.
Antes de eso, claro, había recibido el llamado de la alcaldesa Érika Martínez (Convergencia Social) para sumarse al proyecto educativo de la comuna. “Ella me contó que algunos de los directores terminaban su periodo y si es que desde mi formación me parecía interesante acompañar. Y para mí es una señal importante que una autoridad de la República no pierda de vista su formación de origen. Mi vida está aquí”, profundiza. Y agrega: “No es en ningún caso un retroceso”.
Para Ávila volver a una escuela es pisar terreno conocido: antes de llegar a la esfera pública se desempeñó, entre otras cosas, como director en diferentes establecimientos educacionales, como la Escuela Emprender de Puente Alto. Asimismo, fue profesor de Lenguaje –su profesión– en la Fundación Belén Educa, algo que retomará ahora en su nueva escuela de San Miguel, toda vez que impartirá ciertas unidades.
“Alumnos, padres y profesores han sido superreceptivos”, cuenta. Si antes le decían “ministro”, ahora se acostumbró a que lo llamen “dire”, por director.
En efecto, en medio de esta conversación un dirigente escolar, quien hace unos días tuvo a su cargo uno de los discursos del inicio del año académico, lanzó al aire: “¡Dire, traiga al Boric!”. Ávila solo respondió con una sonrisa, recordando que de tanto en tanto los niños se le acercan para preguntarle si es cierto que hasta hace poco salía en la televisión.
Esa situación es quizás la que mejor refleja la soltura con la que, desde su función de director, Marco Antonio Ávila se pasea por los pasillos del Territorio Antártico, donde muestra con orgullo el orden con el que se realizan las clases. Lejos parecen haber quedado sus jornadas más álgidas como ministro. Las críticas, pautas y despliegues, ahora se transformaron en clases, campanadas y gritos de recreo.
“Hay relaciones que se mantienen”, reseña del cada vez más lejano Mineduc. Y agrega: “Pero también siempre estoy al tanto, buscando información, cuando puedo le mando un mensaje de ánimo al ministro Cataldo, porque obviamente sé que su tarea es superdifícil”. ¿Por qué? Haber estado en ese cargo le hizo saber que cuando se está ahí “siempre se necesita el respaldo, el aprecio y la valoración de quienes están afuera”.
“No busqué ser ministro”
Lo primero que hizo Marco Antonio Ávila el día que dejó de ser ministro de Educación y que indefectiblemente lo llevó a alejarse de las jornadas de frenesí que implica ser secretario de Estado, fue tomarse unos días de descanso. “Había un cansancio acumulado. Cualquier persona que trabaja hasta 14 horas al día lo sentirá”. Eso, confidencia, le trajo costos en el ámbito familiar. “Me dediqué a recuperar ciertos vínculos”, así como también las lecturas pendientes: tenía un número importante de libros en el velador, los que disminuyeron considerablemente durante este tiempo. La trilogía de El Tercer Reich, de Richard Evans, eran algunos de ellos.
Pero, además, el exministro apoyó a la directiva de RD para el proceso de unificación del Frente Amplio, donde se desplegó entre Ñuble y Biobío. Algunas exposiciones en universidades (quiere hacer clases en alguna), como una en la Usach sobre LGTBIQ+, así como darse un tiempo para escribir, también ocupó su tiempo.
“Una reflexión importante que hice fue cómo se transita desde la construcción de un programa (de gobierno) a administrarlo, considerando las dificultades, a veces por recursos o que cuando uno está con un Parlamento en contra es bien complejo”, señala.
Sentado en la oficina de dirección de la escuela de casi 700 alumnos que hoy dirige, profundiza en su gestión. Lo bueno y lo malo es parte de ese análisis. “Yo no busqué ser ministro de Educación”, es lo primero que marca, antes de ahondar. “Creo que hicimos bien en haber implementado con un presupuesto que no era el propio el Plan Seamos Comunidad, que fue el antecedente de la política de Reactivación Educativa”, se apresura en señalar. También, dice, haber mantenido la priorización curricular que venía del Mineduc de Raúl Figueroa, así como ampliar los colaboradores del Mineduc, entre los que destaca a Joaquín Walker, secretario ejecutivo del Plan de Reactivación, iniciativa que, cree a ciegas, ya ha ido dando frutos, y es su legado.
Aunque Ávila asegura que lo pasó “muy bien” siendo ministro, también recuerda las situaciones complejas. “Hubo una oposición bien ruda. Primero una interpelación y luego una acusación constitucional con motivaciones que hoy puedo decir fueron absolutamente homofóbicas. Ahí se vio la esencia de cierto sector político”, lanza.
De esa acusación salió victorioso, aun cuando matiza que de cierta forma le afectó. Con todo, reafirma su decisión de haber aceptado el desafío de ser ministro con su homosexualidad asumida. “Decidí hacerlo afuera del clóset porque uno tiene que ser el que siempre es en todos lados”, argumenta, reconociendo que nunca imaginó que su condición sexual iba a ser siquiera tema. “Yo me imaginé que no. Creía que nuestro país y especialmente un sector político había evolucionado porque así se declaraba, pero nadie contaba con algunos bastante conservadores”, señala.
¿Y de la agenda educativa del gobierno mientras estuvo a cargo? “Me hubiese gustado avanzar más”, confiesa. Esto, cree, se dio porque las problemáticas en el sistema educativo cuando asumió eran tan altas que su foco fundamentalmente estuvo en el proceso de normalización tras la pandemia. “La falta de regulación era muy alta y no era evidente”. Si eso hubiera estado a mano, reconoce hoy, habrían buscado otras estrategias para la implementación del programa.
“Mi gestión no tiene grandes leyes aprobadas, salvo la evaluación docente, que le tocó promulgar al ministro Cataldo y me tocó tramitar a mí. Pero todas las demás cuando me fui quedaron diseñadas”, se consuela.
Aunque cree que no necesariamente esto se dio por un diseño opositor del Congreso, estar del lado del Ejecutivo sí le dejó una lección en esa línea: “Uno aprende mucho siendo oficialismo, y lo importante es que esos aprendizajes se traduzcan en una absoluta disposición para colaborar con el gobierno que venga, sin dejar por eso de reconocer las razones por las cuales emergemos como fuerza renovada y nuestras banderas de lucha”.
¿Las debilidades de su gestión? “Diría que una puede haber sido transmitir, al mismo tiempo, cuál era todo el conjunto de cambios que se quieren implementar. El sistema lo entendió superbién, pero al mundo académico-tecnocrático, que tiene llegada a los medios de comunicación, le fue muy difícil comprender que no era un giro copernicano”, se extiende, lamentando como gran deuda el no haber podido modificar el sistema de aseguramiento de calidad de la educación.
Pero hay otras dos situaciones que marcaron en buena medida su gestión: el impulsar con ahínco la Ley de Educación Sexual Integral, algo que Cataldo postergó indefinidamente, y haberse enredado con los Liceos Bicentenario, programa que no se quería continuar, cosa que fue frenada en la negociación presupuestaria de 2023.
“En el caso de Educación Sexual Integral mantengo que es una necesidad, quizás el volumen se vio por sobre, pero había una intencionalidad de ponerlo para decir ‘a este ministro le interesa solo eso’, y ahí creo que hubo una falta de visión de anticiparnos”, dice sobre lo primero, antes de adentrarse en los Bicentenario: “En sus orígenes profundizaron algunas prácticas de discriminación, pero tuve un aprendizaje cuando conocí el San Nicolás en Ñuble, donde estudiantes con síndrome de Down comparten las mismas aulas que el resto. Me permitió entender que de alguna manera tuercen la natural tendencia de transformarse en liceos de élite”.
Pero no es lo único que reconoce Ávila en esta conversación. “No sé si antagonista, pero sí creo que el diputado (Sergio) Bobadilla (UDI) no colaboraba por su disposición y sesgo ideológico”.
A punto de terminar su té en una taza de Condorito, cierra con otro reconocimiento: “Yo no vengo de la primera línea de los partidos políticos; por lo tanto, tuve que construir esa muñeca probablemente desde cero”.