“Se registran más de 50.000 estudiantes desvinculados entre los años 2021 y 2022 en todos los niveles y modalidades”, anunció el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, el pasado miércoles 9 de noviembre en medio de una reunión con distintas organizaciones ligadas a la educación.

Desde la cartera detectaron en concreto que entre 2021 y 2022 hubo 50.529 estudiantes desvinculados, es decir, que estaban matriculados en 2021 y que no aparecen matriculados este año. La cifra es 24% mayor respecto de 2019, es decir, antes de que se desatara la crisis a causa de la pandemia, y afecta principalmente a la educación regular básica y media, tanto humanista-científica como técnica-profesional.

Pero, ¿cuáles son las principales causas de los jóvenes que abandonan el sistema educativo en Chile?: cuestiones religiosas, mayor ingreso económico, accidentes y bajo apoyo educacional son algunos de los escenarios detectados.

Roxana Guerrero: De estudiante a militar

Roxana tiene 17 años y hoy en día acompaña a su familia en un puesto de ropa en calle Estado. Ofrecer productos a viva voz ya es una costumbre para una joven a la que los problemas conductuales la acompañaron en su vida escolar, la que llegó abruptamente a su fin. “Llegué hasta octavo básico porque estaba haciendo primero y segundo medio (dos en uno), pero tuve problemas con una chica y no fui más al liceo”, rememora. Los problemas no fueron más que una pelea.

Me gustaba más o menos el colegio la verdad. En el antiguo que estaba tenía ayuda de mis profesores, porque me cuesta aprender, necesito que me repitan las cosas. Eso sí, ahí también tuve problemas con algunos compañeros, pero al menos me ayudaban en las pruebas. Y en el último instituto en el que estuve no me ayudaban en nada. Creo que el cambio me afectó demasiado”, repasa la menor que su vida escolar la vivió entre Santiago y Quinta Normal.

Tras ello, su tiempo lo pasa ayudando a su padre en el mentado puesto, donde también están la abuela y un hermano. “Pero más tarde trabajo en otro lado también vendiendo para ayudar más en la casa”, señala, aunque aclara que, en todo caso, generar ingresos en la calle no es algo reciente para ella. “Trabajo acá desde chiquitita, siempre al lado de mi familia. Somos todos vendedores”, dice.

¿Qué será de su vida ahora que está fuera del sistema escolar chileno? “Me voy al servicio militar. Ahí quiero terminar mis estudios. Creo que tengo que repetir los últimos cursos que estaba haciendo, ya averigüé. Termino los estudios escolares y luego puedo seguir alguna carrera”, se esperanza.

Alexis Ortiz: ¿Trabajar o estudiar?

De un momento a otro, Alexis Ortiz quedó viviendo con una tía, en La Pintana. Sus padres se fueron, sin decir a dónde. “Mi último colegio fue el Iberoamericano de La Pintana. Llegué hasta segundo medio. No me dio para seguir estudiando más, por tiempo”. Eso ocurrió hace muy poco, en septiembre de este año. Y así, de golpe, Alexis, a sus 17 años, pasó a ser otro estudiante fuera del sistema.

Pero ¿cómo se dio esto? Según detalla, siendo escolar ya trabajaba por las mañanas y estudiaba en las tardes. “No alcanzaba a llegar o llegaba muy tarde. Siempre trabajé en la feria. Mis papás trabajaban acá, pero se fueron y yo me quedé”, dice. Eso lo tiene hoy como feriante en Fray Camilo Henríquez. Sus clases, dice, eran de 6 de la tarde a 10 de la noche y debido a sus deberes laborales, según asegura, “recién podía llegar al colegio a las 7 u 8 de la tarde, pero a esa hora ya no me recibían. Al principio me dijeron que hiciera guías, pero después ya no me querían mandar más cosas y me dijeron que no iban a hacer más trabajos así conmigo”. Así llegó la decisión.

Dejé de estudiar porque tuve problemas familiares y no quería seguir estudiando así. Me salí y dejé de estudiar”, relata.Esto, sin embargo, parece no importarle demasiado: “Estoy cómodo en la feria, me levanto en la mañana, armo y desarmo los puestos de martes a domingo. Me levanto a las 4 de la mañana, aunque a veces me quedo dormido. Vendo frutas en el puesto de mi hermano”, cuenta.

Sobre retomar los libros de Matemáticas o Historia, el joven no lo tiene tan claro: “Me gustaría volver a estudiar, pero no tengo mucho tiempo”, asevera.

Paula Correa: Una decisión familiar

Paula Correa y su familia tomaron la decisión en 2015: el hijo mayor haría tercero y cuarto medio fuera del sistema escolar, con exámenes libres. “Nos dimos cuenta que estar insertos en el sistema tradicional no era lo que más nos acomodaba”, revela. Y añade: “Sentimos poco respaldo de su colegio. Si bien estaba en uno particular, nos encontramos con la sorpresa que el perfil de mi hijo, en cuanto a calificaciones, no era suficiente. Nos sentimos decepcionados”.

Ahí lo matricularon en otro colegio. “Pero nos dimos cuenta que tampoco era lo ideal para él. Ahí tomamos la opción de que diera exámenes libres. Le fue superbién, terminó cuarto medio sin problemas. Por eso entendemos que no siempre estar inserto en el sistema tradicional es la mejor opción”.

Luego, en 2021, vino la decisión con el hijo menor, uno de los que engrosa la lista de alumnos que estaban escolarizados el año pasado, pero que este no. “Nos encontramos con la pandemia, temas de salud y otras situaciones que actualmente no van acorde a lo que uno quiere entregar a los hijos”. Y como ya sabían de qué se trataba la educación en casa, junto a la familia fue más fácil tomar la determinación. “Mi hijo menor quedó en uno de los liceos emblemáticos, pero en beneficio de él decidimos no matricularlo porque sabíamos que corríamos riesgo de protestas, de no terminar bien el año. Ahí decidimos ponerlo en otro, pero estuvo solo un año”.

Ese hijo, esta semana, terminó cuarto medio “sin problemas” desde la casa. “Ha sido espectacular, no tenemos ninguna queja. Salir del sistema tradicional en estos tiempos no es tan malo. Es otro camino, pero no por eso no se cumplieron los objetivos”.

Daniel Echeverría: Jefe de sí mismo

Daniel tiene 25 años y llegó hasta octavo básico. “Los medios no dieron para más, tenía que trabajar, me gustó la plata y ser comerciante genera lucas”, dice. Hoy tiene un puesto -con patente- en la feria de Santa Isabel, en Santiago. Ahí trabaja martes, miércoles, viernes, sábado y domingo, a veces desde la 1 de la mañana. El negocio lo conoció gracias a la familia paterna, donde todos son feriantes. “Los acompañaba siempre, entonces estar acá era una motivación desde chico”, detalla, antes de recordar que tenía alrededor de 15 años cuando le dijo a sus papás que no quería seguir estudiando, que lo suyo era trabajar. “Me compré mi puesto y me dediqué a esto. Al principio ellos no querían, pero después, hasta hoy, me apoyaron”, revela.

No me gustaba el colegio, siempre me gustó el comercio: comprar, vender, negociar, manejar mi camión. El colegio nunca fue una motivación”, se extiende sobre las razones que lo llevaron a abandonar el sistema escolar, en el que pasó por siete establecimientos, entre La Florida, Puente Alto y Santiago. “Me echaron por conducta; me echaron por notas. Para mí era agobiante escuchar a los profesores, escuchar a mis compañeros, sentía que no era mi mundo y me excluía solo. De repente sentía que todos hablaban puras hueás, para qué voy a mentir”, se sincera.

¿Retomarlo en algún momento? “No es algo que me motive o que sienta que sea necesario por la condición que tengo, porque soy mi patrón, manejo mi plata, mis horarios, todo”, asegura, antes de explicar que le gustaría que su hijo de casi un año fuese ingeniero cuando adulto. “Pero en verdad, lo que él quiera ser lo voy a apoyar”, cierra.

Jamilet Cárdenas: Un accidente cambió todo

Jamilet es peruana, vive en Lo Prado, tiene 23 años y desde los 9 reside en Chile. En el país, de hecho, vivió el grueso de su etapa escolar, la que no terminó por culpa de un accidente automovilístico y que hoy la tiene como vendedora ambulante en Santiago Centro, afuera del Metro Universidad Católica.

“Llegué hasta primero medio en un liceo cerca de Santa Isabel. Fue porque tuve un accidente en la pierna, tenía 17 años y estuve sin poder caminar tres meses. Quise retomar, pero viajé a Perú, regresé y me puse a trabajar”, detalla. En ese retorno a Chile, donde viven sus padres, entró a segundo medio a un colegio técnico en San Joaquín, pero no logró pasar de curso. “Y de ahí ya formé mi familia, tengo una niña y por ella no he vuelto a postular. No tengo tiempo y no tengo en Chile quién me cuide a mi niña a diario, porque su papá trabaja todo el día. No es llegar y dejársela a alguien. Me da desconfianza por cómo está la cosa y no tengo apoyo de alguien que me la pueda ver”, se extiende.

Además, dice que el accidente la golpeó. “No tenía ganas de nada, me frustré y luego preferí trabajar para ayudar a mis papás, porque mi papá a veces tenía trabajo estable, pero otras veces no”.

Hoy, ya fuera del sistema y más grande, le trabaja el puesto a una señora aún empujada por la necesidad familiar. “Mi hermano tiene 16 y todavía velamos por él. Trabajo de 6 a 12, de lunes a sábado”. Eso sí, advierte también que le gustaría retomar el colegio el próximo año. “Siempre quise estudiar para ser educadora de párvulos, estoy buscando algún 2x1 para terminar el colegio y luego sacar algún título para que mi papá se sienta orgulloso de mí”.

Cristóbal Silva: Cuestión de creencias

Cristóbal Silva tiene dos hijos. La mayor debería estar cursando kínder y el menor, prekínder. Pero ninguno de los dos está en el colegio. La razón es cosa de principios. “Somos muy creyentes y por ahora, hasta no encontrar algo en lo que de verdad confiemos, optamos por educarlos nosotros mismos en nuestra casa”, dice. Y claro, mientras él sale a trabajar, su señora, que no tiene profesión, se queda en casa cuidando -y literalmente haciéndole una suerte de clases- a sus hijos.

“Ella se ha interiorizado en cómo y qué deberían aprender los niños. Hasta aquí ellos van superbién, saben los números, las letras y el mayor ya está empezando a leer algunas cosas”, asegura.

Él es pastor de una iglesia evangélica y junto a otros feligreses se han organizado para, de tanto en tanto, organizar actividades educativas para todos los menores que pertenecen a la comunidad religiosa. Todo esto es liderado por un profesor de Castellano. “Él a veces va evaluando a los niños y nos guía un poco en lo que están más débiles o en lo que van viéndose progresos”, cuenta. El sueño máximo, de hecho, es que la propia iglesia de la que son miembros logre tener su propio establecimiento educacional.

Pero hasta que eso no pase, Cristóbal y su señora pretenden mantener su decisión: los hijos no irán a un colegio que no les genere confianza, el que a pesar de haberlo buscado, no han encontrado, según asegura. “El tiempo y Dios nos dirán cómo organizaremos todo para que los niños puedan dar exámenes libres, pasar de curso y, cuando ya tengan la capacidad de discernir, conversar con ellos si es que quieren ir al colegio o más adelante a la universidad”, cierra Cristóbal.