Mientras realizaba su práctica como profesora básica de la Universidad Cardenal Silva Henríquez, un día Nelly León presenció cómo un adulto abusaba de una niña de 10 años. Ese momento “caló tan profundo” en ella que decidió que dedicaría su vida a defender a los más vulnerables. Ahora, 36 años después, forma parte de la Congregación del Buen Pastor, preside el directorio de la fundación Mujer Levántate y es la capellana del Centro Penitenciario Femenino (CPF) de San Joaquín.

Con su pelo al descubierto y con un par de anteojos rosados que combinan con su chaleco, esta monja de 62 años dice, sonriendo: “Soy muy nerd para las fotos”. León no solo trabaja en la cárcel, sino que pernocta ahí, junto a otras 460 mujeres privadas de libertad, de sábado a jueves. Ese día viaja una hora y media en bus hasta San Felipe y el sábado en la noche regresa al centro penitenciario. Oriunda de dicha comuna, desde diciembre de 2020 asumió la delegación episcopal de la pastoral general de la Diócesis de San Felipe.

”La madre Nelly”, como suelen llamarla, decidió acompañar en el encierro a las internas y cuenta que esta experiencia “ha sido puro aprendizaje, pura ganancia” para ella. Durante los primeros meses de la cuarentena, ni siquiera contaba con un baño personal, por lo que se duchaba en el patio, como todas las demás. Entre sus tantas tareas, “se me pasa el día y no me doy cuenta”, detalla. Comienza sus mañanas a las 8.00 con una misa por Zoom junto a una comunidad virtual, luego atiende a las mujeres presas con sus problemas y se preocupa de que las nuevas internas reciban una muda de ropa y útiles de aseo. Y al llegar la noche, generalmente lee o estudia para el diplomado en Teología Latinoamericana que cursa en la Universidad de Valparaíso de manera online.

“En el día aquí es puro bullicio, las mujeres en los patios están siempre en actividad, o conversando, hay bulla, música, televisión. Pero aquí la noche es como salir a escuchar el silencio (…). De a poco he ido conociendo qué es lo que pasa. Aquí están prohibidos los teléfonos, pero más de alguna tiene uno y se lo presta a las otras, hablan con sus hijos. De todas formas, por la pandemia, en el día se les habilitó un teléfono que yo misma me conseguí para que pudieran llamar a sus familias”, relata.

Producto de la pandemia de coronavirus, Nelly se ha tenido que realizar más de cinco PCR, que han salido negativos. Esto, pese al brote que surgió en uno de los 12 patios del centro, el Patio Mandela, el cual está a su cargo. Junto a otras funcionarias, en su momento debieron cuidar de las 51 internas, de mediano y bajo compromiso delictual, contagiadas de Covid-19 recurriendo a limonadas de jengibre con miel y mucho paracetamol. “Ninguna enfermó grave ni fue hospitalizada”, asegura.

Nelly León es la menor de ocho hermanos, de los cuales cuatro siguen con vida. Todos crecieron en el corazón de una familia campesina y apegada a la religión, donde “las mujeres eran solo para casarse y tener hijos”, narra. León perdió a su madre a los 17 años, en abril pasado a su sobrino y el año pasado a su cuñado. “Acompañar a las internas en ese proceso es muy duro y doloroso. Es difícil, no hay palabras. A veces se trata solo de abrazar, llorar con ellas si hay que hacerlo, contenerlas. Las palabras quedan cortas”, reflexiona.

El trabajo de la religiosa ha sido destacado por múltiples organizaciones. Su momento más mediático ocurrió durante la visita a Chile del Papa Francisco en 2018. En esa oportunidad, la capellana señaló en su discurso de bienvenida al centro penitenciario de San Joaquín que “estas mujeres representan a los casi 50 mil hombres y mujeres pobres y vulnerables privados de libertad, y digo pobres porque lamentablemente en Chile se encarcela la pobreza”. Ese hecho elevó a León como referente a nivel nacional respecto de la lucha por las mujeres privadas de libertad. Si bien está agradecida de los elogios que ha recibido a lo largo de su vida, dice que para ella lo relevante es que “cuando me muera, me gustaría irme feliz y en paz a la vida eterna por la labor ejercida”.