Francisca Mardones, lanzadora de bala

”Mi relación con el deporte existe desde que tengo uso de razón. Practicaba diferentes cosas: basquetbol, voleibol, natación, atletismo, tenis, también fútbol, mi hermano me ponía al arco. En mi niñez y adolescencia nunca vi el deporte como una opción para desempeñarme profesionalmente. Eso me pasó la cuenta: me vi de 18 años y no me había especializado en ningún deporte. Terminé siendo administradora de hoteles y restoranes y empresas de servicios, un mundo que me gustaba.

Fui porfiada. Después del accidente hice muchos años de rehabilitación y traté de volver a tener mi vida como era antes. Me esforzaba mucho por intentar caminar y mantenerme de pie, no me importaba si me dolía, pero llegó un minuto en el que no tenía calidad de vida y tuve que elegir mi bienestar físico. Asumí que sí tengo discapacidad y la vida sigue.

Mi vida de deportista terminó llevándome a juntar mis dos grandes pasiones : el deporte y la hotelería y turismo. Todo lo que hago y lucho es por darle a mi familia un mejor futuro, para demostrarle a mi hija que su mamá creyó en su trabajo, creyó en lo que podía hacer y lo intentó. Si resultaron o no las cosas... bueno, tengo una medalla de oro y mi bala con la que rompí tres récords mundiales”.

Sebastián Morales, ciclista

”De niño me encantaba andar en bicicleta -siempre me gustó-, pero también pasé por otros deportes. Soy valdiviano, entonces hice remo y después me vine a vivir a Santiago, donde hice atletismo en el colegio. Alrededor de 2010 me reencontré con la bici. Primero empecé andando en mountain bike, pensando que me iba a meter a carreras. Pero, en esas casualidades, como no podía ir al cerro todos los días, mi hermano me prestó una bicicleta de ruta y ahí quedé flechado. En un inicio, corrí un par de carreras con el equipo Clos de Pirque Trek. En marzo de 2016 venía la Vuelta Ciclista a Chiloé y yo me estaba preparando para esa carrera. Último día de vacaciones, me conseguí un permiso para salir a una vuelta más larga y me atropellaron, a la altura de Guanaqueros. Haciendo un recuento de ese día, lo hice todo mal: salí solo, iba vestido de negro, habían cosas que pude haber hecho distinto. No me acuerdo mucho de lo que pasó. El perito me contó que fue en una curva cerrada. Lo que creen es que atrás mío venía un camión que se pasó en la frenada y me empujó contra la barrera de contención.

Cuando todavía estaba en la clínica ya estaba buscando qué hacer, viendo sillas de carrera para correr en maratones y en noviembre de ese mismo año competí en mis primeros 10 kilómetros. Por una infección que me tuvo hospitalizado, decidí dejarlo. Mi hermano me regaló una bicicleta, que no me ponía tanta presión al ir acostado. Ahí me llamó un amigo en Temuco -que también es discapacitado- para decirme que si andábamos bien en la maratón de Santiago, podrían llevarnos a Lima 2019. Me empecé a meter más fuerte y de ahí no me bajé más de la bici”.

Margarita Faúndez, atleta

”Tengo una enfermedad genética hereditaria a la retina, que implica ir perdiendo progresivamente la vista. Cuando nací no sabíamos qué tenía: me lo descubrieron recién a los cinco años. Siempre tuve problemas a la vista: tenía estrabismo, usé parches desde que tenía sólo meses de vida y a los dos años empecé a usar lentes, en una época en que no existían lentes o marcos chiquititos para niños. Fui creciendo con muchas inseguridades al caminar, al hacer mi vida diaria, porque chocaba, las cosas se me acercaban o se alejaban y no entendía bien por qué, no lo sabía expresar.

Yo era totalmente sedentaria. De hecho, en el colegio me eximían de educación física, yo no hacía nada. A los 20 años entré a estudiar masoterapia a una escuela en donde la carrera se impartía solo para personas ciegas o con discapacidad visual. Ahí mis compañeros empezaron a correr, a ir al Estadio Nacional y se metieron a un club. No entendía bien cómo podía funcionar eso, no lograba comprender cómo un ciego podía correr. Uno de mis compañeros me invitó, pero rechacé la invitación por meses.

Soy muy terca y me gusta probar cosas nuevas, pero al mismo tiempo soy miedosa. Esa dualidad me hace querer avanzar, pero estar estancada, entonces pensé por muchos meses si ir a correr, hasta que decidí dar ese paso el 2008. Llevaba 20 años sin hacer actividad física. Empecé corriendo dos días a la semana, después tres y cada vez más. Pero nunca olvidaré la sensación de la primera vez que corrí en el estadio, esa sensación de libertad, de correr contra el viento, de sentir mis pasos; una libertad que nunca en mi vida había experimentado. Eso fue lo que me maravilló”.

Juan Carlos Garrido, pesista

”Conocí las pesas en 1998, pero anteriormente a eso -en 1995- entré al deporte paralímpico con el basquetbol. Empecé en Recoleta y jugué por tres años, pero me di cuenta de a poco que no iba a conseguir lo que esperaba: representar algún día a mi país.

Tuve la fortuna de que me invitaron a levantar pesas, con mi actual entrenador, y empezamos a entrenar sin ninguna expectativa. A los tres meses me dice que me preparara porque íbamos a ir a Dubai, a un mundial. Yo le pregunté qué micro había que tomar para allá, porque ni siquiera me imaginaba de lo que estaba hablando. Yo tenía 18 años. En Dubai me di cuenta que esto no era un juego, que había que “sacarse la mugre” entrenando y que así era el deporte de alto rendimiento, a pesar de que en Chile en esos años se veía al deporte paralímpico sólo como rehabilitación o recreación.

Da lo mismo la discapacidad que uno pueda tener, para cada persona hay un deporte. Mis papás fueron muy sobreprotectores conmigo. Fue muy diferente empezar a salir en micro, andar en el centro y moverme solo. Tuve varios accidentes, no había un ambiente cómodo para movilizarse en sillas de ruedas, no eran las micros que hay hoy. Pero a mí me gustaba. Así como en el deporte he cumplido sueños, en la vida también he cumplido otros, como tener mi taller de mueblería. Y a pesar de que hoy día es un hobby, en algún momento fue mi fuente de trabajo.

Todas mis medallas son para mi papá y para mi hija, que también ha crecido con un papá que a veces no está por los campeonatos. Todos mis triunfos son para ella”.

Cristian González, tenimesista

”Nací en Maipú. Tengo dos hermanos mayores que ya no viven en esa casa: uno está en Francia y el otro en Iquique. Jugábamos harto cuando chicos. Nos juntábamos en nuestra calle con los vecinos, los amigos, y andábamos en skate, me subían a esos carritos en los que te llevan. Me caí varias veces. En los inviernos, nos encerrábamos en la sede a jugar ping pong mientras llovía. Ahí desarrollé una suerte de debilidad por el tenis de mesa. De todos los que jugábamos, éramos dos que siempre llegábamos a la final y con él competíamos más.

Durante mi rehabilitación tras el accidente, hice varios deportes, pero como estaba estudiando, dejé todo para después. Mi prioridad eran mis estudios y me dediqué 100% a ello. Estudié Ingeniería Civil en Química en la Universidad de Santiago. Cuando terminé de estudiar, empecé a trabajar en Enel. Después del accidente empecé a ir al gimnasio y me di cuenta que ponían una mesa de ping pong ciertos días. Me acerqué a preguntar si podía jugar y ahí conocí a Pablo Gaete, uno de mis entrenadores. De inmediato me invitó a conocer a los otros profesores de la selección. No entendía mucho en lo que me estaba metiendo, pero me gustó y empecé a entrenar con ellos a fines de 2013.

Me interesé mucho en el aspecto psicológico del deporte y empecé a leer mucho al respecto. Durante la concentración para los Juegos Paralímpicos de Tokio (2020), me leí tres veces un libro de mentalidad deportiva. Eso me cambió rotundamente. El resultado es muy distinto cuando aplicas todas las herramientas que tienes para concentrarte mejor.

Yo trabajo por las mañanas, hasta la hora de almuerzo, cuando ya me empiezo a arreglar para entrenar. Cuando me faltan cosas que hacer, ocupo los fines de semana”.

Macarena Cabrillana, tenista

”Al tenis llegué por rehabilitación. Tuve un accidente en 2008, cuando sufrí una caída de altura y eso me provocó una paraplejia. Entré a Teletón y empecé con kinesiología, terapia ocupacional y talleres deportivos, dentro de los que estaba el tenis. Ahí comencé a jugar. Al principio el objetivo era netamente aprender a mover la silla de ruedas, porque tenía que enfrentarme a andar en ella y hasta ese entonces no tenía idea cómo. De a poco me empezó a gustar cada vez más, me enganchaba cada vez más e iba los miércoles a ese taller.

Cuando competí en mi primer torneo, dije: ‘Por aquí va la cosa’. Me gustaba mucho más que un hobby y ahí comencé a dedicarme al deporte. Antes del accidente no practicaba ningún deporte. De hecho, era muy mala. El tenis fue una salvación para mí, por todo lo que me estaba pasando física y psicológicamente tras el accidente. El deporte fue como una vía de escape, me sacó de todas esas cosas que me estaban pasando e incluso, con la condición en la que estaba, me estaba permitiendo pasarla bien, disfrutar. Conocí a otros deportistas que se dedicaban profesionalmente al tenis. En ese momento me di cuenta que la discapacidad, por lo menos en otras personas, no era un obstáculo y eso me dio la inspiración de que no tenía por qué serlo para mí”.

Jaime Aránguiz, badminton

“Empecé jugando handball en silla de ruedas. Con el tiempo fui interiorizándome y conociendo distintas disciplinas: pasé por el basquetbol, por el atletismo hasta que -en el 2014- conocí el bádminton y desde ese entonces no me salí más. Fue el deporte que me enamoró.

Fue súper extraña la forma en la que entré al deporte. Yo iba a la universidad y un día bajando de la micro, un chico me dijo: “Oye, ¿te tincaría hacer deporte paralímpico?” y me explicó que era lo mismo que el deporte convencional, pero en silla de ruedas. Yo le dije que a mí me gustaba el tenis de mesa y me aseguró que en el centro había, pero cuando fui, resulta que no había tenis de mesa, sólo handball. Él quería reclutarme para el equipo. Ahí me metí a jugar. El handball me gustó mucho, porque era lo que podía hacer con mi discapacidad para pichanguear y necesitaba esa experiencia de equipo. Pero el handball todavía no estaba reconocido.

Fue una amiga de handball quien me dijo que tenía pinta para el bádminton. Yo no sabía qué era eso y pensé en el deporte de las raquetas del supermercado que te regalaban cuando uno era chico. Acá en Chile nadie hacía. Me decidí a probar y contacté a mi coach (José Muñoz), un entrenador de bádminton convencional, para proponerle la idea. Me aceptó y no me fui más.

Tengo osteogénesis imperfecta, que se le conoce como la enfermedad de los huesos de cristal, y por cualquier movimiento o dificultad podía fracturarme. La enfermedad no tiene cura, pero sí tiene un stand by y a los 15 años dejé de fracturarme constantemente. Tengo 76 fracturas sólo en las piernas.

Entreno ocho horas diarias y estoy todo el día en esto. Este es mi trabajo y gracias a él yo puedo mantener a mi hija”.

Mariana Zúñiga, tiro con arco

“Llegué al tiro con arco a los 10 años, cuando vi la película Valiente. No fue como hasta los 15 o 16 años que volví a interesarme y descubrí este maravilloso mundo. Además, me gustaba la sensación que me daba el arco. Siempre he sentido esta unidad que existe entre el atleta y el arco, es una extensión del brazo de uno.

Empecé a entrenar en enero (2019) y ya a finales de marzo o principios de abril estaba competiendo en mi primera competencia convencional internacional -que fue acá en Chile- y estaba ganando mi primera medalla.

Partí entrenando y competiendo con los convencionales porque el equipo paralímpico de tiro con arco es relativamente nuevo y, en ese momento, todavía no se formaba la selección. Me tocó medirme con los convencionales, después le fui agarrando el gusto y me quedé compitiendo por los dos equipos.

Nací con una condición que se llama mielomeningocele, eso me dejó con la secuela de no poder caminar. Gracias a una operación intrauterina que me realizaron -que fue la segunda en Latinoamérica- quedé solamente con esta parálisis de la rodilla para abajo.

Soy estudiante de tercer año de psicología en la Universidad Católica. Es un desafío diario el tema de compatibilizar los estudios con el deporte, pero tengo la fortuna de que tanto mis entrenadores como la universidad me apoyan. Mi mamá siempre está pendiente, También mi pololo, con quien comparto esta pasión.