Marcela Bornand es profesora de filosofía y magíster en educación. Llegó a la dirección de Educación de la Municipalidad (DEM) de Santiago este mes, como coordinadora de la Unidad de Género, para delinear políticas de educación integral, con enfoque inclusivo y de género. Y, también, empujar un compromiso de la alcaldesa Irací Hassler: poner fin a los colegios monogenéricos.
Son nueve en total -seis liceos y tres escuelas- los recintos de la comuna que no son mixtos, de un total de 44. Y por estos días la especialista está dando sus primeros pasos de evaluación antes de elaborar un diagnóstico de cada uno. ¿Qué viene después? “Acompañar el cambio de los establecimientos a plurigenéricos”, describe. Para eso tiene vasta experiencia: proviene del Centro de Estudios Saberes Docentes de la U. de Chile, donde coordinaba el núcleo de estudios en convivencia, ciudadanía y género. Tampoco le es ajena la adaptación de los recintos: desde mayo de 2018 ha asistido a varios colegios, entre estos al propio Instituto Nacional.
¿Cuál es el diagnóstico que hace de Santiago?
La DEM viene a recoger una transformación en curso, de cierta forma a escuchar y acompañar un proceso que ya está instalado en muchas comunidades educativas, no solamente en transitar de monogenérico a plurigenérico, sino también en transformar culturas escolares muy tradicionales, muy potentes, muy complejas. En Santiago hay 44 establecimiento educacionales y tenemos nueve que aún son monogenéricos, tres escuelas básicas y seis liceos, y ahí hay un desafío importante. En ese sentido, es súper relevante apuntar a que Santiago se vuelva un referente de modelo educativo para otras comunas en la medida en que logremos sistematizarlo.
Hassler ha dicho varias veces que quiere avanzar en que todos los establecimientos de Santiago sean mixtos, ¿lo ve factible?
Para el municipio es clave abrir la discusión en todos ellos. Escuchar, saber también en qué están esas comunidades y dejar avanzados los procesos para que transiten. Si tú me aprietas un poquito diría que es fundamental que ojalá el próximo año podamos transitar con algún liceo y luego trabajar con las escuelas, pero lo fundamental es dejar avanzado el proceso en los nueve.
¿Y qué es lo que más cuesta ahí?
El tema crítico es la infraestructura, pero también entendemos que no es sustantivo, porque es importante también avanzar en el trabajo a nivel de cultura. Por ejemplo, en formación inicial y en formación continua docente no hay trabajo desde la perspectiva de género.
¿Tienen ya una hoja de ruta?
Hay procesos en curso, como el del Instituto Nacional, y ya hay liceos que manifiestan su interés comunitario a transitar hacia colegios plurigenéricos.
¿Las nueve comunidades escolares han manifestado que quieren recibir a niños y niñas?
Es una conversación en curso. Es importante instalar la necesidad para que las comunidades puedan sumarse al desafío. Está dentro del programa de la alcaldía.
¿Antes de que se acabe el período de Irací Hassler se habrá transformado otro establecimiento?
Sin duda, ese el desafío, dar énfasis a este tránsito que también tiene que ver con inclusión social. El norte es dejar lo más avanzado posible los procesos y ojalá algunos, varios, ya se la hayan jugado.
¿A cuál ve más próximo?
Aún no hemos tenido conversaciones concretas con la comunidad. Si nombro a uno traiciono la idea de diálogo que hay que abrir. Ahora, el que ha manifestado más disposición y ha preguntado es el Liceo de Aplicación; ya tienen mujeres en su tercera jornada. Y ya ha trabajado espacios en el Consejo Escolar en relación a esto.
¿Cuánto tarda el proceso?
En cuatro años se gestó el tránsito del Instituto Nacional. Creo que podríamos comprometernos en estos tres años de gestión con transformar a plurigenéricos al menos una escuela básica y un liceo emblemático. Ojalá muchas de estas nueve escuelas ya hayan transitado, y en los que no, que el proceso esté lo más avanzado posible.
¿Por qué es tan importante?
La educación se torna en un espacio de reproducción de la desigualdad, la violencia y la discriminación por motivo de sexo genérico. Por principio, por enfoque de derecho, por ser garantes de la educación como un derecho social, no podemos permitirnos tener escuelas que hoy reproduzcan sexismo, que violenten las diversidades sexuales, que excluyen, que discriminen.
¿Cómo se le plantea a una comunidad escolar estos cambios?
Lo fundamental es abrir el diálogo y la discusión.
Pero igual se encontrará con gente que no esté de acuerdo.
En el Instituto Nacional lo hubo. Pero hay instalada una idea, sobre todo en las nuevas generaciones, de que no es natural y es solamente un signo de exclusión. Se va instalando también en el sentido común que no está bien naturalizar la exclusión. Siempre va a haber resistencias, pero esas resistencias también van viendo que hay mucho de mito.
¿Y una vez aceptado el cambio?
Hay un tema crítico que tiene que ver con infraestructura. Luego hay que dar un trabajo potente de prácticas pedagógicas, de cómo se piensa la clase. También es súper importante impulsar procesos participativos, de revisión, por ejemplo, del proyecto educativo original o del manual de convivencia escolar. Por eso es difícil comprometerse a metas concretas o a cuantificar el proceso, porque al final es un proceso transversal a la transformación de una escuela.
¿Cuál es la evaluación del Instituto Nacional?
El proceso de incorporación de las niñas ha sido un avance súper importante en un modelo educativo que busca ser realmente inclusivo y diverso. Quizás se escucha bien cliché, pero no lo es, porque cuando tú entiendes la enseñanza y el aprendizaje en función de la inclusión, necesariamente tienes que resignificar lo que enseñas y para quién lo enseñas.