Cuando tenía alrededor de 42 años y era gerenta del área de programación de un canal de televisión, la actual documentalista y productora audiovisual María Elena Wood (63), se enfrentó a que un jefe le preguntara por qué quería un aumento de sueldo si su marido la podía mantener.
Por ese entonces ya se sentía lo suficientemente segura y capaz de responderle. Su trayectoria profesional –en un mundo en el que se le exige a las mujeres tener un bagaje sólido para poder negociar– la respaldaba; “Le dije que mi habilidad, rendimiento y logros no tenían nada que ver con lo que ganaba o no mi marido y me fui”.
Anécdotas como esa, Wood acumula por montones. Pero no siempre pudo responder como lo hizo aquella vez. Hubo épocas en las que no se sintió preparada, no supo qué decir, no la acompañó la fuerza, la habilidad o se sintió totalmente acallada.
Hoy, sentada en su sala de estar, donde la acompañan libros de Marta Blanco, Joan Didion, Cristóbal Marín y Cristina Peri Rossi, hace un esfuerzo por recordar cuál fue la palabra exacta que usó otro jefe la vez que se le sentó al lado y le dijo seriamente que, para hacerse escuchar y para presentar sus propuestas, tenía que cambiar su forma de ser. “¿Sexy? Seguramente fue sexy. O sensual. O coqueta”, dice.
Esa vez escuchó atenta y de su boca no salió respuesta alguna. Al poco rato se paró y se fue, invadida por la angustia y sobre todo por la culpa de no poder, ni querer, cumplir con lo que le habían dicho –tan invasivamente– recién.
“Me costó mucho tiempo entender que el que estaba totalmente equivocado era él y no yo, porque esos comentarios, que pasan como sugerencias a veces aparentemente inofensivas, calan profundo y dejan su huella durante años. La manera de equilibrar el poder, que está pésimamente distribuido, es desnaturalizando el abuso; hay que nombrarlo y reaccionar”.
Pero ese tipo de conductas y agresiones, aunque no hayan ocurrido hace tanto, se han identificado y puesto en tela de juicio este último tiempo. Ella, que hace 20 años fundó ComunidadMujer –organización que busca la igualdad de género a través de la transformación social, cultural, normativa y organizacional–, lo sabe bien. Porque los primeros 10 años desde su creación, los avances fueron mínimos.
“Justo cuando cumplimos 10 años nos miramos con mirada cómplice y dijimos ‘qué duro ha sido esto’. En los años que le siguieron se produjeron cambios muy relevantes, pero que rápidamente pueden ser desmembrados”, advierte. “Es importante entender que en la medida que la igualdad de derechos, la igualdad social, cultural, política y económica, no estén normadas por la ley y consagradas en la Constitución, no existen. No sirve que por dos veces en la historia hayamos tenido una presidenta mujer. Es muy importante, sí, como modelo a seguir, pero no asegura que avancemos como sociedad”.
Es ese pie forzado, constitutivo del marco legal, lo que para Wood hace que a la larga exista un cambio cultural profundo. “Es eso y la educación. Cuando yo era chica nadie se ponía cinturón en el auto, pero cuando llegó el decreto, no quedó otra y con eso hubo un cambio de perspectiva. Cosas que hoy son evidentes, no lo eran”, reflexiona.
A dos semanas de que se estrene en Chilevisión su última serie documental, titulada Operación Chile y codirigida con Patricio Pereira, Wood revisa su trayectoria. Fue la primera mujer directora de programación en Televisión Nacional; creó series documentales como Dignidad y Nuestro Siglo; y hoy es vicepresidenta de la Academia de Cine de Chile y de la Federación Iberoamericana de Academias de Artes y Ciencias Cinematográficas. Espacios que, según reflexiona, han sido históricamente ocupados por hombres.
En tiempos en los que un 99% de los chilenos tiene al menos una televisión en casa y un 89% consume canales de televisión abierta, Wood profundiza en las repercusiones de una industria desigual, que muchas veces se reflejan en los contenidos que se transmiten; en la importancia de que los cargos de liderazgo sean ocupados por voces distintas para que haya variedad en los relatos que se desarrollan; en el rol que cumple la televisión en la formación de opinión pública; y en los desafíos de ejercer un liderazgo colaborativo hoy. “El liderazgo conlleva ciertas características, como la perseverancia y el esfuerzo, y eso muchas veces es difícil para una generación que lo ha tenido casi todo y que vive en la inmediatez de la tecnología. Pero a su vez, es esa misma generación la que establece relaciones más horizontales y justas, de asociación y no de dominación como se establecía antes”.
Hablemos de imágenes que rondaron mucho tiempo en el imaginario colectivo y que hoy parecen obsoletas; esa del jefe inalcanzable sentado en un sillón en el piso 15. ¿Qué te provoca?
Cuando trabajaba en el Área de Programación, que es como una oficina de arquitectura donde se diseñan los contenidos que después se transmiten, hablábamos con el equipo de lo importante de estar en la calle; hacer ese trámite, ir al supermercado, tomar la micro, caminar por el parque, quedarse sentados en una banca y observar. Esa imagen que mencionas y ese tipo de liderazgo, ya no van. Y el desplazamiento es más bien al revés; no es uno el que tiene que acercarse a esa figura, es esa persona la que tiene que bajar. Estar con los pies en la tierra y sentir la humedad, ensuciarse, trabajar con el barro, escuchar y apoyar. De otra forma, no se puede estar en sintonía con lo que ocurre y con las distintas realidades que conforman un equipo.
¿Cómo se ejerce un liderazgo hoy? ¿Cómo se conecta con las audiencias?
En momentos de cambio tan relevantes como el que vivimos hoy, es fundamental que los líderes sepan dónde están parados. Tienen que saber leer muy bien cuáles son las piedras que están tocando, los obstáculos que están teniendo, las emociones a las que se enfrentan. El peor liderazgo hoy es aquel que es ciego y sordo frente a las evidencias que se viven. En ese sentido, creo que lo fundamental es la empatía, la sensibilidad y la intuición para poder escuchar aquellos sonidos que no necesariamente son los más fuertes o ruidosos, sino que los que indican el camino que debemos seguir. Hay que saber escuchar, recoger historias, salir de la cúpula de vidrio en la que se encuentran –o encontraban– muchos líderes. Estos líderes a su vez, tienen que saber enfrentarse a los cambios más grandes que hoy están dados por la globalización y la tecnología, y en Chile, acostumbrados a ser un territorio aislado, eso nos trae enormes desafíos. La opinión pública se forma hoy a través de las redes sociales y son muy fáciles de manipular, no las sabemos regular y no sabemos cómo defendernos de la marea de desinformación, que puede causar no solo pánico, sino que odiosidad, rabia, malestar y desestabilizar la democracia. A eso se le suma la gran problemática de la salud mental y el desconocimiento que tenemos respecto a cómo funciona nuestra cabeza para lo potente que es. Todo eso lo tiene que considerar un líder.
¿Y cómo se le hace frente a la desinformación?
La educación ahí es fundamental, porque a través de ella podemos generar consciencia crítica y cuestionar qué intereses hay detrás de lo que me están comunicando, si es que los hay. Poder dilucidar qué mueve lo que me están comunicando y cómo dejo de ser una marioneta.
¿Cuál es el rol actual de la televisión en la formación de la opinión pública?
Una cosa es que cada hogar en Chile tiene en promedio 2,5 televisores, pero otra cosa es que ese aparato se esté usando para jugar videojuegos, para usar plataformas de streaming, conectar, informarse y entretenerse. No necesariamente para ver televisión abierta tradicional. Esa televisión ha perdido relevancia, conexión y tacto. También ha perdido reputación y credibilidad, sobre todo por restricciones presupuestarias que evidentemente inciden en el cómo se hace el contenido. Lo mismo ha pasado con los diarios. No se puede hacer buen periodismo sin investigación, ¿no? Y para eso se necesita presupuesto. Pero como no lo hay, y rige la lógica mercantil del rating, los programas de noticias se han convertido, en su mayoría, en matinales. Algunos países sí han logrado mantener la calidad y una buena cobertura en sus medios, pero en Chile existe un déficit.
¿Se le puede exigir a la televisión abierta un rol educativo y social?
Pedirle que eduque es mucho, pero sí que sea un factor de apoyo a la creación de conciencia crítica, que proporcione distintas miradas, que abra visiones. Tendría que haber espacio para todo, considerando su influencia. Los informativos suponen veracidad, por lo que ahí tiene que haber un nivel de rigurosidad e información valiosa y fidedigna. Pero un reality está para entretener. En ese sentido, tienen que estar todas las opciones. Le pediría a la televisión más que nada, que despierte la curiosidad. Porque lugares para aprender y profundizar hay. El tema es que haya diversidad y muestre mundos grandes, y eso no está pasando.
Es importante, entonces, que los puestos de liderazgo y toma de decisión no sean ocupados por las mismas personas. En ese sentido, en la medida que lo ocupa una mujer, hay ciertos relatos que se visibilizan.
Tiene que ver con el tipo de temas que se muestran e incluso el cómo son abordados.
Como el famoso ‘male gaze’ en el cine, que da cuenta de las historias femeninas contadas a través de la mirada masculina.
Es que mientras los directorios o salas de redacción sean ocupados por hombres, hay muchos temas que quedan fuera. O se representa a ciertas poblaciones desde los estereotipos, sin considerarlos realmente. Y eso pasa en todos los aspectos de la diversidad. También sucede con las etnias, con la edad. Una mujer de 30 años va a tener una visión distinta a la que tengo yo porque culturalmente viene con otro ADN, y es necesario que en la toma de decisión estén integradas todas esas miradas. Eso no significa que sea mejor o peor, pero sí distinto. Contar con diversidad en los puestos de liderazgo es ampliar el abanico de relatos y representaciones, que sigue siendo muy limitado especialmente en la televisión. A la mujer se le sigue pidiendo que sea muy delgada y atractiva según los cánones hegemónicos, los que establece el mercado y la publicidad. Hay patrones que se siguen dando, incluso hoy.
¿Cómo fue para ti ocupar puestos de liderazgo en una industria en la que, según cifras de la Academia de Cine, al 2023, solo un 37% de los integrantes son mujeres?
Si miro hacia atrás, me doy cuenta de muchas situaciones en las cuales no habría actuado de la misma manera y en las que recibí un trato distinto por ser mujer. Tuve jefes que me dijeron que tenía que ser más sexy para presentar mi propuesta. Otro jefe sistemáticamente me pedía nombres para buscar ejecutivos y directores de área y yo nunca me propuse a mí misma, siendo que lo quería. Es evidente que hay situaciones en las que hay un trato discriminatorio y que atenta en contra de nuestra dignidad, y hay otras situaciones en las que nosotras mismas no nos sentimos suficientes, o nos ponemos en duda. Es todo parte de lo mismo. Pero seguramente no recibiría de la misma manera que alguien me diga que tengo que cambiar mi forma de ser para que se me escuche. Reaccionaría de una forma que en ese entonces no me sentí capaz de hacer. Por eso es relevante visibilizar y detectar los machismos, por pequeños que sean, porque una misma va aprendiendo. No es algo que de por sí tengamos resuelto.
¿Qué tan determinante es lo que entrega la parrilla programática en lo que decidimos o no consumir?
Muy. Está comprobado que cuando se hace un relato de calidad, que tiene que ver con la cantidad de tiempo y recursos que se le dedica, logra tener un impacto y una relevancia a nivel social. Pensemos en Los 80; es un registro documental, muy bien hecho, con una impronta, que tiene una relevancia social y cultural que permanece. En el caso de Nuestro Siglo, por ejemplo, se sigue transmitiendo todos los años porque genera identificación. Hay que entender que la posibilidad de hacer cosas que impacten positivamente tiene que ver con la cantidad de recursos y tiempo que se invierten y eso no se consigue de un momento a otro, con la velocidad que hoy se busca. Por lo demás, la forma academicista de entender la cultura, que es del siglo pasado, no es la que deberíamos entregar en los medios audiovisuales. Lo que vemos es lo que se transmite, pero está más que claro que si se transmitiera contenido cultural de calidad, se vería. El tema, como en muchas cosas, es la falta de opción.