La noche del 10 de septiembre de 1973 Patricio Aylwin se acostó angustiado. En los últimos meses, desde la presidencia de la DC, había desplegado intensas negociaciones con el gobierno para buscar una solución a la crisis política. Pese a la oposición de sectores de su partido, incluyendo a Eduardo Frei, sostuvo dos reuniones en La Moneda con el Presidente Salvador Allende. Luego se encontraron a solas, en casa del cardenal Raúl Silva Henríquez.
-Mientras haya una salida democrática, hay que buscarla -le había dicho a la asamblea del partido cuando anunció los diálogos con Allende.
Pero las conversaciones no prosperaron.
Los rumores de un golpe de Estado eran cada vez más persistentes. Entonces el Presidente Allende decidió convocar a un plebiscito. Ese era el anuncio que Patricio Aylwin esperaba el lunes 10. “Esa noche me acosté preocupado, expectante, frustrado, pues había esperado en vano el rumoreado discurso del Presidente Allende del que tanto se especulaba y que, por motivos desconocidos, al menos para mí, había expresado que lo haría al día siguiente”, anotó en su libro La experiencia política de la Unidad Popular, 1970-1973.
Por la mañana recibió un llamado de su hermano Arturo diciéndole que encendiera la radio. “De esta forma empezaría una nueva etapa en la vida nacional, dura, cruel y dolorosa para muchísimos chilenos, y muy apremiante para la Democracia Cristiana y para quienes éramos sus dirigentes”, afirma Aylwin en el libro, una detallada crónica sobre el gobierno de la Unidad Popular y el rol que cumplió su partido, así como la izquierda, la derecha, las Fuerzas Armadas y los grupos extremistas. Publicado por el sello Debate, será presentado el martes por la ex presidenta Michelle Bachelet y Carlos Peña, rector de la UDP, en el salón de honor de la Universidad de Chile.
En el verano de 1974 Aylwin comenzó a trabajar en estas páginas, pero decidió retomarlo en un momento con mayor perspectiva. Volvió a ellas en forma intermitente en los 80, y tras la campaña del No y su período en la Presidencia, trabajó con más calma al dejar La Moneda. Su hija Mariana Aylwin lo acompañó en la parte final del proceso, que culminó en 2011.
-A mi padre le dolía la idea que se instaló de que parte de la DC apoyó el golpe. El estaba contra el golpe, hizo lo posible por evitarlo. Empezó a escribir con esa motivación: relatar cuál había sido la actuación de la DC durante el gobierno de la Unidad Popular. Y después su mayor motivación fue advertir sobre los riesgos de debilitar las convicciones democráticas. Esa es una advertencia también a su partido: quería decir que la Democracia Cristiana tiene que defender las convicciones democráticas.
La conmemoración de los 50 años del golpe está tensionada por la renuncia del ex coordinador presidencial, Patricio Fernández, debido a las presiones del Partido Comunista y las agrupaciones de derechos humanos. ¿Qué piensa de su renuncia?
Creo que es muy distinta la actitud del Partido Comunista durante el gobierno de la Unidad Popular, que era el partido que tenía la película más clara respecto a los riesgos de extremar las posiciones, con la actitud intolerante del Partido Comunista de hoy, que quiere imponer su visión del golpe como la única válida moralmente, acusando de negacionistas a quienes no tengan una visión igual a la de ellos. Y la salida de Patricio Fernández me parece preocupante en términos de que se cede a una posición tan intransigente y, a mi modo de ver, injusta respecto a lo que hizo y dijo Patricio Fernández durante este tiempo como coordinador de los 50 años.
¿Se justificaba su renuncia?
En absoluto. En el fondo es ceder a una presión indebida. Entiendo que él personalmente puede sentir que perdió legitimidad, pero es la presión de un sector acotado. Y hay otra reflexión: ¿qué le importa esta discusión a la ciudadanía? Yo creo que no se entiende. Entonces da más argumentos para criticar al gobierno de que no resuelve los problemas y está preocupado de otras cosas.
¿Fue un desacierto, un error que el gobierno se involucrara tanto en la conmemoración de los 50 años?
Cuando uno ve la conmemoración de los 50 años del golpe en Uruguay, uno piensa que una conmemoración como esta, dirigida desde la autoridad gubernamental, tiene menos posibilidades de tener éxito. Porque en definitiva también depende del apoyo que tenga el gobierno y hoy el gobierno tiene bajo apoyo. Entonces, por muy buenas que sean las intenciones, es más difícil movilizar en un sentido positivo una conmemoración como esta. Y cuando digo positivo me refiero a valorar la democracia y condenar todo aquello que va contra la democracia, como es un golpe militar, la violencia, el uso de las armas y la violación a los derechos humanos, obviamente. Ahora, creo que aún hay posibilidades de hacer una convocatoria más amplia, más abierta. Y, además, dejar que la historia fluya por un lado, y que la memoria se haga cargo de lo que tiene que ver con la memoria.
¿Lee la intención de tratar de imponer un relato en torno a los 50 años del golpe?
Sí, pero no lo veo de parte del gobierno. Pero al ceder en esta polémica tan sin base, siento que cede frente a una presión de un grupo pequeño y que es el Partido Comunista, básicamente, sacando un poco las castañas con la mano de las organizaciones de derechos humanos.
Así como van las cosas, ¿la conmemoración puede traducirse en un momento de encuentro o de diálogo entre los chilenos?
No van bien encaminadas, hoy día especialmente, pero hay que revertirlo. Y creo el presidente tiene la responsabilidad de hacer una convocatoria más amplia, en la cual haya un compromiso con las tres palabras que han usado: memoria, democracia y futuro. Lo que se tiene que hacer es buscar una mayor unidad de los chilenos. Eso se hizo después de la recuperación de la democracia y vivimos un tiempo en que dejamos de mirarnos como enemigos. Pero después del estallido de 2019 volvimos a fracturarnos muy profundamente. No quiere decir que no haya antecedentes para eso, siempre hay; lo mismo para el golpe. Entonces porque vivimos esa historia tenemos el deber de reconducir la historia que estamos escribiendo hoy, antes de que sea tarde. El autoritarismo, el populismo, están a la vuelta de la esquina. Que esta conmemoración sirva para dejarle a nuestros hijos y nuestros nietos un país mejor
Aylwin y la UP
En el libro el ex presidente Aylwin dice que el golpe fue una derrota para la DC.
Yo creo que el golpe es la derrota más grande de la DC, y fue la derrota de toda una generación. La Democracia Cristiana era un partido nuevo cuando asumió el gobierno, el año 64. En esa época se decía que la DC iba a gobernar 30 años. Era la revolución en libertad, comunitaria, versus la revolución socialista marxista, que después cambió al socialismo a la chilena. Había convergencias en las ideas de lo que había que hacer, pero los caminos eran distintos. Era una época de mucho sectarismo y radicalización. Llegó un momento en que incluso las personas más de centro de la Unidad Popular y las personas más de centro de la Democracia Cristiana estaban sobrepasadas por la polarización que había en la sociedad.
En el libro Aylwin da a entender que Allende tenía voluntad de acuerdos, pero chocaba con el ala dura.
El gran conflicto jurídico era sobre el proyecto de las tres áreas de la economía. Nunca quisieron hacer esa definición por ley. Creo que ahí la Unidad Popular cometía un error, porque en la Democracia Cristiana hubo votos para llegar a acuerdos. Pero había un sector que no creía en el parlamento; para ellos, el parlamento era donde se atrincheraba la burguesía y los que estaban contra los cambios. También pasaba que las autoridades tomaban acuerdos y estos no se cumplían, porque tenían que pasar muchos filtros, partiendo por el comité de ministros y partidos. Mi papá cuenta que en el primer diálogo con Allende se juntaron en La Moneda y estaba Clodomiro Almeyda. Pero en la tarde no llegó Clodomiro. ¿Por qué? Le pusieron freno. Cuando mi papá y Clodomiro habían sido amigos de chicos, pensaban muy distinto pero había confianza. Con Briones, el ministro del Interior, también habían sido amigos. En política las confianzas son muy importantes.
Mansuy ha dicho que hay dos Allendes, el Allende mito que muere en La Moneda y que ha opacado al Allende gobernante. ¿Cómo lo ve?
Tal vez uno podría decir que hay más Allendes, ¿no? Porque Allende tuvo una trayectoria democrática, fue senador, fue presidente del Senado, fue ministro de Salud, postuló tres veces a la Presidencia. Sin embargo, yo creo que Allende tuvo ciertas ambigüedades que quedan claras en este libro. Yo creo que el gobierno de alguna manera tenía dos almas, y en definitiva se impuso el alma más rupturista de la Unidad Popular en ese momento. Y el discurso de Allende era un poco ambiguo. Entonces uno podría decir que esos años en que él gobernó, él se radicalizó también.
Pero no era un revolucionario, ¿no?
No, no era un revolucionario, era un reformista. Pero hay que entender la época que estábamos viviendo, plena Guerra Fría, proyectos globales excluyentes, mucha intolerancia, polarización en el mundo y en Chile también, golpes militares en la sombra. En ese contexto Allende no pudo imponerse a sus partidos. Y eso para mi papá fue la elección más importante. Yo nunca pensé que iba a ser presidente, pero cuando se acercó a eso, dijo este es el riesgo mayor, que un presidente no puede mandar a sus partidos. Los partidos deben estar detrás del presidente… Yo creo que la figura de Allende es controvertida en ese sentido. Ahora, él era un hombre de principios, de convicciones socialistas, y ciertamente, el gesto de no entregar la Moneda y de inmolarse fue un gesto heroico. No cabe ninguna duda.
La DC hizo una declaración el 12 de septiembre que se leyó como apoyo al golpe. ¿Su padre apoyó el golpe?
No, no apoyó el golpe. Apoyar es decir bienvenido al golpe. Y esa declaración lamenta el golpe, pero dice que hay factores que lo explican. Y luego pide al gobierno que se instaure que respete los derechos humanos, que respete los derechos de los trabajadores. Eso no es un apoyo al golpe. O sea, estoy absolutamente segura: mi padre no apoyó el golpe.
¿Es posible separar el golpe de la violación de los derechos humanos?
Una dictadura militar trae consigo violación a los derechos humanos. A veces también se violan los derechos humanos en democracia, pero en dictadura se limitan todas las libertades y además se persigue a los adversarios políticos. Y las dictaduras militares de Argentina, de Chile, de Brasil, fueron terribles. Fueron dictaduras muy brutales. En Argentina Alfonsín creó una Comisión de Verdad y mi papá fue a conversar con él. En Chile el Informe Rettig se entregó el marzo de 1991, fue rápido. Además, en Chile había 600 presos políticos en ese momento y en 1994 no quedó ni uno. Estaban los que habían atentado contra Pinochet y mi papá les dio pena de extrañamiento.
¿Cuál es la lección que a Ud. le deja este libro?
La lección más importante es que no se puede descuidar la democracia. Y descuidar la democracia significa empezar a aceptar que no se respete el Estado de Derecho, saltarse la fila, aceptar la violencia, la intolerancia, el sectarismo. En fin, son muchos pasos que van dando señales de que es un deterioro progresivo y que puede terminar fracturando la convivencia de un país. Hoy día no es posible pensar en un golpe militar, pero sí una dictadura civil con respaldo de la fuerza. Lo hemos visto en Venezuela, Nicaragua, Polonia, Bukele. Creo que la mayor advertencia de ese tiempo es cómo cada vez más sectores de la sociedad llegaron a sentir que la democracia no servía. Para unos, no servía para proteger los intereses propios, y para otros no servía para hacer la revolución. La violencia fue ganando terreno y terminamos con una incapacidad absoluta de resolver los problemas.
¿Qué sentido tiene para Ud. conmemorar los 50 años del golpe?
Creo que cuando uno conmemora los 50 años del golpe, tiene que conmemorar la memoria, que nunca más puede pasar, y también revisar la historia. Creo que es un momento para afirmar convicciones democráticas. Si no somos capaces de fortalecer nuestras instituciones y de tener una convivencia democrática civilizada, esto se puede deteriorar al punto que alguien se haga del poder en forma autoritaria. Cuando hay un gobierno de izquierda y no se avanza, lo que crece es la derecha. Entonces, ahí hay un símil, porque en tiempos de la Unidad Popular, la Democracia Cristiana se fue achicando, cada vez más. Y hoy día no existe el centro político. Entonces, también empieza la sociedad a tomar posiciones más radicales
¿Hoy no existe el centro político?
Creo que sí existe un centro, un sector de la sociedad que quiere cambios graduales sin ruptura, quiere seguridad. Pero quiere cambios, quiere que cambie el sistema de isapres, quiere mejoras… Si no se hacen cambios y la democracia deja de ser capaz de resolver esos problemas, la gente empieza a buscar salidas alternativas. Hoy el centro no tiene dónde reconocerse.