Samuel Valenzuela: “Hay que dejar de hablar de la Constitución del 80, esa Constitución nunca se aplicó”
Para el sociólogo chileno y académico de la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos, hoy rige en Chile la Carta Magna de 2005, no la de 1980, pero pocos lo reconocen, “porque faltó llamar a un plebiscito” que marcara ese hito. A eso se suma, según él, una transición a la democracia demasiado suave, donde no hubo un quiebre simbólico, que le sigue penando a la sociedad. “La gradualidad hizo que el cambio profundo pasara inadvertido para la gran masa del electorado, porque parecía una continuidad”, dice.
Samuel Valenzuela vive desde hace años enEstados Unidos, pero pese a la distancia ha adelantado como pocos varias causas de la crisis política chilena de los últimos años. En 2005 publicó un artículo titulado “¿Hay que eliminar el sistema binominal?”, donde advertía sobre los riesgos de fragmentación del sistema político si se volvía a una elección proporcional y sugería una “propuesta alternativa” que ajustaba el binominal. Más allá de sus defectos, apuntaba entonces, el sistema binominal “obliga a los partidos afines a aglutinarse en dos grandes coaliciones”, facilitando “la gobernabilidad en el país”. El documento, sin embargo, tuvo poca incidencia en el debate posterior, que concluyó con el cambio del sistema electoral en 2015.
Algo similar sucedió con sus advertencias sobre el voto voluntario. “En otro artículo puse que eso haría que en una elección presidencial votara menos del 50% de la gente y en las elecciones municipales si es que se llegaba al 35-40% iba a ser mucho, y se cumplió”, recuerda en este diálogo con La Tercera desde Estados Unidos, antes de viajar a Chile para participar en un seminario de la Universidad San Sebastián sobre los 50 años del Golpe de Estado. “No sé por qué nadie leyó ese artículo”, se lamenta hoy. Sociólogo y profesor de la Universidad Notre Dame en Estados Unidos, Valenzuela lleva años estudiando la historia política de Chile. Pero, además, ha contribuido a campañas políticas como la de Ricardo Lagos en 2000.
¿Cómo ve el actual momento político del país, porque parece que pasamos de un extremo a otro del espectro en poco más de dos años? ¿Tiene confianza en el nuevo proceso constitucional que se inicia?
Un señor constitucionalista de derecha puede escribir una Constitución muy buena, el error básico es tratar de meterle elementos de política pública dentro del reglamento constitucional. Las Constituciones son básicamente para fijar los procedimientos a través de los cuales se deciden las políticas y para detallar los poderes fundamentales de una democracia para la cual los modelos están clarísimamente establecidos. Todo lo que es de mi política, de lo que yo quiero hacer, hay que hacerlo a través de las leyes y de la discusión democrática. En las democracias hay que tener paciencia, funcionan más lentamente que los actos autoritarios. Si de repente no salió mi proyecto preferido, bueno, hay que esperar las próximas elecciones.
¿Cree que hay valores de la democracia que se han debilitado, que algunos hoy no tienen el mismo compromiso con ellos?
No estoy en Chile, pero sí miro Televisión Nacional casi todas las noches, y leo la prensa. Algunas de estas cosas son difíciles de captar desde afuera, pero en el fondo, mi impresión es que Chile sigue siendo profundamente democrático. Eso viene del pasado histórico. También viene de la manera en que terminó el gobierno de Pinochet. La dictadura de Pinochet mantuvo la idea de que había que tener un período presidencial, que esto tenía que ser legitimado con un plebiscito. Al llegar el momento de hacer el plebiscito del 88, el Tribunal Constitucional dijo no, esto tiene que hacerse con todas las leyes electorales, las que venían de la tradición histórica del pasado, y restablecieron exactamente lo mismo que se hacía en el sistema electoral anterior. Incluso, pusieron mesas de hombres y de mujeres. No tenían por qué ponerlas.
Hay una cultura legalista muy fuerte en Chile...
Claro. ¿Qué es lo que más quería hacer Pinochet? Bueno, tener una Constitución. ¿Qué es lo otro que más quería? Ser el Presidente de la República. Él estaba muy condicionado por la legitimidad democrática que venía de antes. Eso es lo que yo llamo el trasvasijo institucional de un régimen a otro. En inglés se llama spillover effects. Y los spillover effects de la democracia en el régimen militar dictatorial están ahí, en ese afán de tener alguna legitimación democrática.
¿Cuáles son las principales reflexiones que hace ahora que se cumplen 50 años del Golpe de Estado?
Lo más importante es valorar la democracia, algo que es tan chileno, en el sentido de que Chile fue uno de los países pioneros del mundo en crear este tipo de régimen. Eso es algo que no se sabe, no se sabe ni en Chile ni en el resto del mundo. Ese es un problema serio, porque cuando uno tiene ese sentido histórico, de que Chile fue uno de los países pioneros en crear la democracia, entonces uno toma nota y le pone un aprecio mayor. En Chile hay una impronta institucional de la democracia en la historia que viene de ese pasado que comenzó justo después de la independencia, los años de la llamada anarquía, entre 1810 y la guerra civil del 28-29, que en realidad no es cierto, porque fueron años clave para empezar a crear la democracia. En eso tuvo un rol importante el general Freire. A partir de eso salió la Constitución del 33 que creó la tradición constitucional chilena. Durante las décadas siguientes, además, Chile tuvo -como Inglaterra- un partido conservador, que fue decisivo, fue uno de los líderes de la democratización.
¿Cuál es el valor de ese partido conservador?
Cuando tú tienes un partido conservador que está propiciando mecanismos democráticos, entonces eso hace que la gente más pudiente, que se siente más representada por el partido conservador, y sobre todo con una identidad católica -porque no todas las personas pudientes eran partidarias del partido conservador, pero sí eran católicas-, apoyaran el sistema. El partido conservador era uno de los puntales fundamentales a través de los cuales se expresaban los intereses de las clases altas chilenas y ellos estaban a favor de la democratización. En su libro, Daniel Ziblatt compara Inglaterra con Alemania y dice que Alemania tenía menos acervo democrático, porque no había un partido conservador que hubiera empujado eso como sí lo había en Inglaterra. Bueno, en Chile sí había un partido conservador que empujaba eso.
Usted ha estudiado los partidos políticos, los que hoy enfrentan una severa crisis de confianza. ¿Cómo se recupera esa confianza?
Los partidos son parte de la democracia. Los partidos surgen porque encarnan las opciones electorales que se producen. Ahora, hay países, como Chile, donde las tendencias políticas son más importantes que las identidades partidarias. Francia también tiene eso. En Francia les cambian el nombre todo el tiempo a los partidos, pero todo el mundo sabe más o menos en qué tendencia está. Lo mismo pasa en Chile. La continuidad de las tendencias es bien asombrosa, pero, pese a ello, es verdad, en este momento sí hay una descomposición de la estructura partidaria.
¿Y por qué cree que se produjo?
Depende muchísimo del sistema electoral. Con el sistema binominal, los partidos estaban en una caja, donde no podían sino hacer acuerdos que producían una distribución proporcional de las posiciones políticas a través de los acuerdos electorales. Eso cambió con la reforma al sistema electoral.
Usted advertía hace años sobre el riesgo de cambiar el sistema binominal y proponía ajustarlo…
Yo pensaba que se podía arreglar el sistema binominal haciéndolo menos binominal, o sea, con cuatro entradas. Tuve una conversación con Ignacio Walker sobre eso cuando estaban pensando en cambiar el sistema y le insistí en que no volviesen al sistema D’Hondt, no sé por qué había que volver al sistema D’Hondt. El sistema D’Hondt en los años 30 y 40 produjo también una grandísima cantidad de etiquetas partidarias. El Partido Socialista tenía tres, cuatro partidos. Cuando hablamos del Partido Socialista en los estudios electorales que hacemos nos vemos obligados a sumar todas las vertientes socialistas que aparecen en las listas. En las elecciones de fines de los 30 y los 40 había más de 100 listas partidarias en cada elección, ¡100! Entonces hemos vuelto a ese patrón. Pero todos sabemos que este o aquel partido se identifica con este lado o ese otro.
En la última elección de consejeros pareciera que el centro colapsó. ¿Cómo lo ve? ¿Comparte la idea de que el centro se desfondó?
En esa elección, el 16% de la votación fue de gente que no votó, nulos y blancos. Básicamente, hay un cansancio electoral en Chile. Esto pasa con las democracias. La fatiga electoral es un fenómeno que tú puedes ver también en otros países. Cuando hay muchas elecciones repetidas, que aparentemente no producen un resultado, los votantes se cansan. Eso pasa con volver a repetir una elección de constituyentes para reiniciar un proceso que ya transcurrió una vez. La elección de consejeros regionales está extraordinariamente marcada por la elección de la constituyente. Y la votación que recibió el Partido Republicano no creo que sea una votación que se repita fácilmente.
¿No ve una inclinación hacia la derecha del votante chileno?
No, no es una elección representativa. Está muy marcada por la Convención Constitucional.
¿El voto obligatorio no cree que influyó en el resultado al dar cuenta de un votante que no se expresaba habitualmente?
Insisto en que las tendencias políticas de la sociedad chilena no desaparecen. No es un problema de la gente. Lo hemos visto con la elección del Presidente Boric. Si uno ve el plebiscito a Pinochet y la elección Boric-Kast, se repiten exactamente los mismos porcentajes. Hay una tendencia histórica, lo que pasa es que no se manifiesta en cada elección, porque hay de repente elecciones realmente excepcionales, como fue la elección parlamentaria del año 65, que le dio la mayoría absoluta a la Democracia Cristiana. Pero la tendencia siempre está. Lo que sí ha generado dificultades es el sistema D’Hondt extremo que hay en Chile. Elegir a una constituyente con ese sistema con base en los distritos electorales de diputados no fue buena idea.
¿Y cuál es el mejor camino, entonces, o el mejor sistema electoral?
El mejor sistema, a mi entender, es el voto donde el votante tiene que ranquear sus preferencias. En inglés se llama rank order. Uno vota por la primera, la segunda, la tercera preferencia. Ahora, cuando uno hace eso, el elector sí expresa a quién prefiere, pero va a tender a poner como segunda preferencia a otra persona que está más o menos cerca de la tendencia anterior. Y en la tercera, nuevamente. Entonces, si hubiera un voto preferencial donde uno marca tres veces, el sistema de coaliciones políticas lo hace el electorado. Ahora, eso significaría tener distritos uninominales y segunda vuelta si nadie obtiene el 50%. Sería tener una segunda vuelta con un voto preferencial, cosa que no se hace en ninguna parte.
Más allá de los efectos del sistema electoral, ¿cree que hay un votante que se está inclinando cada vez más por opciones más duras, que la sociedad se está polarizando?
Desgraciadamente, la cantidad de basura que aparece a través de las redes de internet es impresionante. Eso está minando la manera en que la ciudadanía ve su sistema político. La gente empieza a creer cualquier estupidez. Desgraciadamente, eso está pasando en todas partes. En Chile también. Habría que hacer una especie de campaña soterrada, pero amplia, de ajuste, sobre cómo hablamos de las instituciones y de los políticos. En este sentido, yo siempre he dicho que hay que olvidarse de hablar de la Constitución del 80 para aquí y para allá. Esa Constitución nunca se aplicó. Hablemos de la Constitución de 2005. La Constitución del 2005 resultó después de un largo proceso de 150 y tantas reformas constitucionales.
¿Por qué cree que nunca se instaló la idea de la Constitución de 2005 y se insiste en hablar de la Constitución de 1980?
Porque a diferencia de lo que pasó en Portugal, donde ¡boom! reventó el régimen de Salazar y hubo un momento de transición bombástica, donde hay un antes y un después, en Chile nunca hubo un momento de antes y después, claro, simbólico, contundente, fulminante. Eso afectó la transición chilena por la manera en que se hizo. La gradualidad hizo que el cambio profundo pasara inadvertido para la gran masa del electorado chileno, porque parecía ser una continuidad.
¿Usted sostiene entonces que debemos hablar de la Constitución de 2005, de la Constitución de Lagos?
Sí, incluso en el lomo del libro dice Constitución de 2005, ¡en el lomo del libro! Lo que faltó en ese momento fue llamar a un plebiscito, porque lo que pasó con la democracia chilena es que se hizo una transición demasiado suave. No hubo un momento en que uno diga ¡ajá!, aquí está el boom que produce esto. Y eso pasó porque Pinochet se quedó ocho años más de comandante en jefe del Ejército. b
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