Es una de las referentes mundiales sobre biodiversidad y cambio climático. La argentina Sandra Myrna Díaz recibió en 2019 el premio Princesa de Asturias en Investigación justamente por sus contribuciones pioneras en el campo de la biología de las plantas y su trascendencia en la lucha contra el cambio climático. Cordobesa, es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en la Universidad de Córdoba, miembro de la Academia de Ciencias de Estados Unidos y de la Royal Society, y fue reconocida por la revista Nature como una de las 10 personas más relevantes de la ciencia de 2019, entre muchos honores y reconocimientos.
Díaz es una de las invitadas estrella del Festival Puerto de Ideas Antofagasta, que tendrá este fin de semana decenas de charlas y actividades en torno a la ciencia. Sandra Myrna Díaz tituló así su conferencia: “La naturaleza y la humanidad: ¿Edén, botín o jardín?”. Previo a su viaje a Chile, contestó estas preguntas vía e mail a La Tercera.
La biodiversidad está en un punto crítico, dijo usted cuando ganó el Premio Princesa de Asturias. ¿Cuál es el grado de empeoramiento en estos años?
Las evaluaciones mundiales sólo se hacen cada tantos años, porque llevan muchísimo tiempo y esfuerzo y porque, de todos modos, las tendencias no suelen cambiar dramáticamente en un par de años. En esa oportunidad, se acaba de presentar el Informe Global de Ipbes sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos, del cual fui co-presidenta. En eso me basé en mi discurso. Este informe sigue siendo la fuente más completa y actualizada a nivel de panorama mundial. Alrededor de un cuarto de las especies de animales y plantas están amenazadas de extinción. En el caso específico de las plantas vasculares, un trabajo más reciente indicaría hasta un 40% en riesgo. Y la velocidad de extinción es la más alta de los últimos 10 millones de años. O sea, son tendencias realmente preocupantes.
¿De quién es la responsabilidad de aquello?
Los impulsores directos del deterioro de la naturaleza en los últimos 50 años más importantes a nivel mundial son los cambios en el uso de la tierra y los mares, la extracción de organismos -por ejemplo, por caza, pesca o tala selectiva-, la contaminación, el cambio climático y las especies exóticas invasoras. La importancia relativa de cada uno de estos factores cambia según la región y según el grupo de organismos. Por ejemplo, en el Ártico y las áreas antárticas, el más importante ha sido el calentamiento climático, mientras que en las zonas tropicales, lo ha sido el cambio de uso de la tierra (concretamente el avance de las fronteras agropecuarias por sobre los ecosistemas naturales). En las islas, en cambio, el principal factor han sido las especies exóticas invasoras. Pero todos estos impulsores son en realidad la manifestación más evidente, el brazo ejecutor, por así decirlo, de las causas de raíz, que son sociales, económicas, políticas. En última instancia, la causa más importante, persistente y de fondo de la crisis ambiental es el modelo dominante de apropiación de la naturaleza.
¿Qué cambios hay que hacer en materia individual? “No podemos seguir consumiendo así”, ha dicho usted. ¿Qué consumo es aceptable y cómo promoverlo?
Efectivamente, el ritmo de consumo, particularmente de los sectores y países de consumo más alto, no puede seguir así. Es incompatible con un futuro mejor y más justo para todo lo vivo en el planeta, humano y no humano. Individualmente, cada persona, particularmente en el caso de los sectores de nivel económico medio-alto, puede preguntarse qué de todo lo que consume es realmente imprescindible y cuál es el costo, en términos de daño al ambiente y a otras personas, de su consumo de ropa, comida, energía, recreación, etc. Pero yo no quisiera que se piense que el tema del consumo obsceno (aquel consumo innecesario, suntuario, que tiene muy alto costo en términos ecológicos y de sufrimiento humano) es sólo una cuestión individual. Todo el modelo económico, todo el modelo social dominante en casi todo el mundo, impulsa el consumo acelerado, la obsolescencia. La vida de otras personas y la vida no humana también se consumen como parte del proceso. Es este modelo el que hay que cambiar, en el fondo. Por supuesto también se puede avanzar hacia la “desmaterialización del consumo”, que no quiere decir desaparecer en el aire como en una serie anticuada de ciencia ficción, sino que se siga consumiendo, pero con un costo menor en términos de materiales, energía y desechos. Por ejemplo, seguir recorriendo las mismas distancias, pero en automóviles con motores más eficientes, menos contaminantes y usando combustibles renovables. Pero, en última instancia, la “desmaterialización” tiene un límite y, además, está lo que los economistas llaman el rebound effect, que dice que cuando algo es percibido como más barato o más eficiente, la gente simplemente consume más…
¿Qué solución hay?
Entonces, la única solución de fondo es una cultura donde no esté tan instalada la idea de que hay que consumir para ser feliz, para tener éxito. Donde lo socialmente deseable sea no devorar (física o metafóricamente) todo lo que una puede pagar, sino tomar sólo lo necesario, para que todas las personas tengan todo lo que necesitan. Donde la experiencia de compartir, de percibir, de pensar, crear y ayudar sea valorizada por encima de la de consumir. Parece muy idealista, pero en realidad es muy realista. O al menos es mucho más realista que las promesas de que podemos seguir consumiendo cada vez más y va a alcanzar para todos. En el último par de siglos ha habido varios cambios culturales que parecían impensables y, sin embargo, ocurrieron.
La extinción no es inevitable
Hay más de un millón de especies amenazadas de extinción. ¿Cómo no deprimirse y seguir adelante intentando protegerlas?
La extinción no es inevitable, es un riesgo. Depende directamente de nosotros si ese riesgo se transforma en una sombría realidad o en un riesgo que evitamos. Por eso es que esto no (debe) llevar a la parálisis. Más que preocuparse, hay que ocuparse, como dice el dicho. Hay muchas formas de ocuparse y hay formas de ocuparse a medida de todas las personas: científicas, educadores, profesionales de la salud, organizaciones de la sociedad civil, funcionarias de gobierno, empresarios privados… Lo importante es no quedarse en un rincón esperando que alguien, vaya a saber quién, haga algo. En esto la sociedad civil tiene un rol dinamizador insustituible. Lo hemos visto en parte ante el calentamiento climático. Ojalá también ocurra, pronto, con la defensa de la naturaleza y de nuestro lugar en ella.
¿Por qué las especies vegetales reaccionan de distinto modo que las animales? ¿Qué dificultad de adaptación a la nueva realidad climática tienen las distintas especies?
En realidad, no se puede hablar de una diferencia universal de cómo reaccionan plantas vs. animales, ni siquiera lo que parece una obviedad, que es la capacidad de movimiento. Digo esto porque las semillas de las plantas se mueven, a veces en grandes distancias, y por el otro lado los animales, si bien se pueden mover, no pueden migrar si sus fuentes de alimento, que pueden ser plantas, no migran lo suficientemente rápido. Sí podemos ver claramente que a no todos los “estilos” de ser planta o animal les está yendo igual de bien. Claramente a los organismos de gran tamaño, que tardan mucho en alcanzar la madurez sexual, que tienen pocos descendientes, que son más bien “conservadores y ahorrativos”, ya sean plantas o animales, les está yendo peor en nuestra compañía que a los que tienen las características opuestas. En ese sentido, estamos contribuyendo a una gran homogeneización del mundo vivo, algo que algunos han llamado “la gran batidora”, transportando alrededor del mundo ciertos organismos, voluntaria o accidentalmente, y de esa forma haciendo que las comunidades biológicas de sitios distantes se parezcan cada vez más.
¿Qué tipo de especies sobrevivirán a esta catástrofe climática y por qué? Y los humanos, ¿qué posibilidades tienen en este escenario?
Me gustaría señalar que yo no veo la crisis de la biodiversidad y la crisis del calentamiento climático y la crisis de la creciente desigualdad social (una de cuyas manifestaciones son las migraciones climáticas) como cuestiones separadas. Son diferentes síntomas del mismo modelo de apropiación que mencioné. A mí me parece que más que ver esto como un cataclismo inevitable que nos viene del cielo, hay que pensarlo como algo donde tenemos muchas posibilidades de decidir cuál es el próximo capítulo. Seguramente no vamos a poder salvar a todas las especies; lamentablemente, todos los escenarios muestran que, aunque hagamos todo “bien” de hoy en adelante, muchas se van a perder por los procesos que ya están desencadenados y que no se pueden detener o revertir de un día para el otro. Pero si se implementa un cambio profundo, sistémico, transformador, con la suficiente celeridad, podemos salvar un montón de especies, rescatar un montón de ecosistemas, mantener un montón de contribuciones de la naturaleza a nuestra vida humana. Yo no creo que estemos ante una posible extinción de homo sapiens como entidad física, como especie biológica. Pero sí ante la posibilidad concreta de que las próximas generaciones tengan una vida mucho más empobrecida en todo sentido que la que nosotros hemos disfrutado.
Con el Covid, la ciencia ha estado en gloria y majestad: vacunas en tiempo récord que nos permiten volver a nuestras vidas. ¿Qué hacer para que sean las ciencias las que dicten las medidas en materia ambiental?
La ciencia en realidad nunca dicta las medidas. La ciencia propone, pero no tiene el poder, la capacidad de agencia, para que esas medidas se implementen. En el caso del Covid se juntaron una capacidad extraordinaria de la comunidad científica para responder en tiempo récord junto con la decisión de todos los gobiernos de priorizarlo. No me sorprende demasiado el desempeño de los grupos de investigación y desarrollo, porque hay muchos ejemplos en la historia (no todos en beneficio de la humanidad) en que el sistema científico hizo esto. Siempre ha sido un sector altamente creativo y dispuesto a trabajar todo lo que haya que trabajar en pos de un objetivo. Sí me sorprendió que ciertos sectores siguieran priorizando cuestiones de patentes etc. mientras tanta gente moría. Yo pensé que en ese momento crucial todo el mundo iba a estar a la altura de las circunstancias, pero no fue así. Hubo sectores heroicos, como los equipos de salud, (pero) otros, como los intereses asociados a las patentes, que siguieron con sus modelos de poner la ganancia antes que nada y pase lo que pase, y así se perdieron muchas, muchas vidas que probablemente se podrían haber salvado con otra política, porque la disponibilidad de vacunas per se no era el problema.
¿Y en el caso de la biodiversidad?
En el caso de la biodiversidad, el conocimiento científico está sobre la mesa. Nuevamente la comunidad de investigación trabajó sin descanso durante los últimos años, en muchos casos de modo voluntario, para producirla, empaquetarla de modo que sea significativa y relevante. Y la acercamos a los niveles de decisión y a las organizaciones de la sociedad civil, incluyendo la Cumbre de Biodiversidad de Kunming-Montreal, que concluyó a fines de 2022 y en la cual participaron la gran mayoría de los gobiernos del mundo. Ahora creo que la clave está en que suficientes sectores de la sociedad, con suficiente poder, internalicen lo crucial que es la naturaleza para el bienestar de todos los humanos y defiendan el derecho de tener un futuro con ella. Si esto no es levantado como bandera por suficientes actores sociales, las recomendaciones de la comunidad científica seguirán siendo simplemente información.