Steven Levitsky es uno de los politólogos más influyentes del mundo. Su libro Cómo mueren las democracias (en coautoría con Daniel Ziblatt) fue bestseller de The New York Times en 2018 y se publicó en 25 idiomas. Desde entonces es lectura obligada para entender la crisis del sistema. Gran conocedor de América Latina, es profesor de Estudios Latinoamericanos y de Gobierno en la Universidad de Harvard. Ha escrito otros 11 libros, y el último de ellos, Tyranny of the Minority: Why American Democracy Reached the Breaking Point (también en coautoría con Ziblatt), propone cambios sustanciales institucionales y también a la Constitución estadounidense.
Levitsky aparece en Zoom desde su casa en Boston, saludando en un español que asegura no es tan bueno como sugiere la fluidez de su acento.
¿Por qué la Constitución de EE.UU. es un gran problema, como dice en su libro? Se supone que es la Carta Magna más antigua y una de las mejores del mundo...
Es la Constitución más antigua y ha tenido un éxito extraordinario en muchos aspectos. Proporcionó la base para un desarrollo económico y una estabilidad espectaculares a lo largo de dos siglos. Cuando se redactó era una Constitución muy democrática en comparación con el resto del mundo. Pero el mundo, los tiempos, las sociedades cambian y siempre es importante que las Constituciones no necesariamente se descarten, sino que se modifiquen para alinearlas con las sociedades e innovaciones cambiantes en el mundo.
¿Cuál es el problema constitucional?
Que no se ha adaptado lo suficientemente rápido. Fue creada en una era predemocrática, no existían democracias en el mundo en 1787, la idea de que las masas votaran no existía; cada nación importante del mundo era una monarquía, nadie sabía cómo elegir un líder. Entonces era una Constitución muy progresista, pero a lo largo de 200 años otras Constituciones en Europa y en otros lugares han evolucionado gradualmente hacia una dirección más democrática y, francamente, hacia una dirección más mayoritaria. Por ejemplo, la mayoría de los países de América Latina, básicamente copiando a Estados Unidos, adoptaron alguna forma de Colegio Electoral. Pero a lo largo del siglo XX todos ellos la eliminaron y la reemplazaron con una elección presidencial directa. Estados Unidos queda como la única democracia presidencial del mundo en la que el perdedor del voto popular puede ganar la Presidencia, y eso no es muy democrático. No estamos hablando de eliminar esta Constitución, estamos hablando de reformarla y alinearla con las democracias establecidas.
Solo tiene 27 enmiendas, como usted dice en su libro, y la gente es muy reacia a cambiar la Constitución en Estados Unidos. ¿Líderes como Donald Trump lo aprovechan para su propio beneficio?
Hay líderes autoritarios que se benefician de ello. Hay dos problemas con cambiar la Constitución estadounidense. En primer lugar, entre las democracias, (esta) Constitución es la más difícil de cambiar: requiere 2/3 de ambas cámaras del Congreso más 3/4 de los legisladores estatales para aprobar una enmienda. Debería ser difícil cambiar una Constitución, pero no debería ser imposible. El segundo problema es más cultural. Los estadounidenses son muy reacios a cambiar la Constitución. Debido a que es tan antigua, tendemos a considerarla casi bíblica, de alguna manera sagrada. Ha habido movimientos desde arriba, por parte de las elites, a veces desde abajo, para reformar las instituciones y hacer nuestro sistema más democrático.
¿Qué pasó después que eso cambió?
Solo en los últimos 50 años los estadounidenses dejaron de hablar de reformar la Constitución y hacer que nuestro sistema sea más democrático. Sé que en Chile probablemente la mayoría siente que se han dedicado demasiado tiempo a pensar en la reforma constitucional, pero en Estados Unidos no hemos dedicado ningún tiempo a pensar en ello y creo que es importante que lo hagamos. En términos de Trump, no es tanto que haya utilizado esas instituciones, sino que se ha beneficiado de ellas. Trump nunca, ni por un día, tuvo el apoyo de las mayorías en Estados Unidos. Ha perdido el voto popular en todas las elecciones en las que se ha presentado y nunca, ni un solo día durante su presidencia, tuvo apoyo mayoritario. Entonces se benefició de un conjunto de instituciones contramayoritarias que permitieron que una minoría autoritaria gobernara. Así, en las elecciones de 2016, el perdedor del voto popular ganó la Presidencia. Y el partido que obtuvo menos votos para el Senado en el voto popular obtuvo el control del Senado. Y luego, ese Presidente, elegido por minoría, y ese Senado, elegido por minoría, aprobaron a tres jueces de la Corte Suprema. No conozco otro término más que de gobierno minoritario para describirlo. Eso no es democracia, eso es un gobierno minoritario, eso es un problema.
Hablemos del proceso constitucional de Chile. ¿Cómo ve estos cuatro años sin poder redactar una Constitución de consenso?
Todo esto es bastante trágico. En primer lugar, es importante decir que, a pesar de todo este fracaso, en realidad es muy bueno ver a los chilenos luchando por el cambio político y sus diferencias de manera pacífica. Ha sido caótico, ha sido frustrante, ha estado lleno de fracasos políticos, pero no hay ningún proyecto autoritario, no hay imposición, no hay violencia, entonces los chilenos siguen tratando de resolver sus diferencias políticas de una manera pacífica. Y eso es muy importante y no siempre ha sido así en Sudamérica. Ha habido una demanda bastante generalizada y legítima de una nueva Constitución opuesta a Pinochet. Obviamente no todos querían eso, pero dado que la Constitución era el legado de una dictadura, que no tenía un origen democrático a pesar de sus muchas reformas importantes, es comprensible que muchos chilenos quieran redactar una nueva Constitución. Pero ha habido un par de problemas que han acabado con estos esfuerzos.
¿Cuáles, en su opinión?
Primero, el proceso de redacción de la Constitución se produjo en un momento de descontento público generalizado en el que los votantes estaban muy enojados con el statu quo y, como muchos otros países del mundo, simplemente se inclinaban a votar en contra de quien estuviera en el poder. Y al mismo tiempo, los partidos políticos estaban colapsando. Las Constituciones requieren negociación, consenso, políticas bien reflexivas y, por lo general, requieren partidos políticos y de políticos. Entonces, Chile se proponía redactar una Constitución en un momento en que todo eso se estaba desmoronando. Y así, el primer momento constitucional fue de tendencia izquierdista porque Piñera estaba en el poder y los chilenos no estaban contentos con un gobierno de derecha, por lo que se obtuvo una asamblea constitucional de tendencia izquierdista, pero no de partidos políticos, sino de amateurs. Un grupo muy fragmentado de aficionados que cometieron errores muy grandes. Creo que la política de identidad de izquierda, todo eso, todas esas críticas, están un poco exageradas. Chile podría haber vivido con esa Constitución, pero las personas que la escribieron cometieron algunos errores enormes, porque cualquier Constitución que se escriba debe tener un amplio consenso. No al 100% de la sociedad, pero tiene que representar dos tercios de un país, lo que significa que si vienes de la izquierda y la izquierda controla la asamblea, al menos tienes que conseguir que el centro político se una, tal vez no la derecha, pero al menos el centro político. (En cambio) ellos pensaron que la historia estaba con ellos, que los 3/3 de la política chilena ya no existían, que ellos eran el futuro, que podían imponer su visión en el país, y así les fue. Y eso terminó siendo un descomunal y trágico autogol, uno de los mayores autogoles políticos que he visto en mi carrera política, por parte de la izquierda. Así que la izquierda tuvo una gran oportunidad de redactar una Constitución mucho más democrática y progresista, podrían haberlo hecho si hubieran negociado con el centro, podrían haber tenido una buena Constitución con la que los progresistas en Chile estarían muy contentos. Pero fallaron.
Y luego vino el segundo proceso, ¿cómo lo ve?
En el segundo momento todavía había mucho odio público hacia el statu quo. Ahora Boric está en el poder y los chilenos vuelven a votar contra el statu quo, y esta vez llenan la asamblea con la extrema derecha… Y ahora existe el peligro de cometer el mismo error. Las Constituciones requieren un amplio consenso político, no pueden ni deben ser redactadas por una sola fuerza política. Tiene que ser una Constitución que cuente con el amplio apoyo de alrededor de dos tercios del país. Y no creo que los miembros de esta última convención (Consejo) hayan hecho eso tampoco. Tampoco lograron buscar un consenso amplio. En su mayoría son aficionados a la política y estamos en un momento muy, muy inestable y volátil en la política chilena. Vemos dos convenciones de aficionados, en su mayoría, que simplemente no han logrado hacer el trabajo político necesario para redactar una Constitución para todo el país. Y Chile sobrevivirá a esto, pero es una vergüenza y solo refuerza la ira pública ante el statu quo político.
La rabia contra el statu quo
En Cómo mueren las democracias, vio venir a Trump. Pero no el asalto al Capitolio como algo posible. Ahora Trump puede volver a ser Presidente...
No hay duda de que ahora nos encontramos en una crisis democrática que pocos imaginábamos. En el libro decimos que puede parecer que la crisis ha pasado, pero las condiciones subyacentes que dieron origen a la anterior continúan. Y esas son que uno de nuestros principales partidos políticos se haya vuelto contra la democracia y, en segundo lugar, un conjunto de instituciones que protegen y empoderan a las minorías autoritarias. Esas condiciones ayudaron a darnos a Trump y es posible que nos den a Trump nuevamente. Creo que es demasiado pronto aún (para saber), pero una cosa que debe preocuparnos es que en casi todas las democracias del mundo actual existe un descontento público generalizado. La gente está muy descontenta con sus gobiernos, con sus políticos, con sus partidos políticos, con el statu quo. El nivel de descontento público y de ira pública es muy alto. Solo en Latinoamérica -si se excluye Paraguay, que no es un sistema plenamente democrático- el partido en el poder no ha ganado ni una elección democrática en América Latina desde 2018. En 20 elecciones presidenciales consecutivas los “oficialistas” pierden, la oposición gana. Es lo mismo en Europa. En casi todas partes del mundo el descontento público es tan alto que los candidatos de la oposición casi siempre ganan. Esa ira pública también existe en Estados Unidos, y esta vez beneficiará a Trump y perjudicará a Biden.
También escribe sobre la trumpización del Partido Republicano en EE.UU. ¿Cuáles son las lecciones para los demás partidos tradicionales de derecha que se enfrentan al mismo tipo de desafío por parte de la extrema derecha?
Esa es una pregunta difícil: cuáles son las lecciones para los partidos de derecha. En otros lugares es un fenómeno muy inusual para un partido establecido de centroderecha como el republicano, que ha competido pacíficamente en las elecciones durante más de 150 años, es muy inusual que un partido como ese se vuelva contra la democracia. En términos de preservar la democracia creo que hay lecciones claras: los que dirigen esos partidos siempre subestiman el poder de los demagogos extremistas, siempre piensan que pueden controlarlos, tal vez utilizar su apoyo público para beneficio del partido, mantenerlos guardados. Y muy a menudo se encuentran rápidamente subordinados a ese líder. Eso sucedió en Europa en los años 1920 y 1930, le sucedió muy rápidamente al Partido Republicano, mucho más rápido de lo que pensé que sucedería. Así que las lecciones para la democracia son muy claras: los líderes de los principales partidos políticos de centroizquierda o centroderecha tienen que siempre, siempre, mantenerse alejados y siempre romper con los extremistas antidemocráticos. Eso puede resultar costoso para el partido, ¿verdad? Eso podría terminar llevando a una división del partido, puede terminar con la pérdida de las elecciones, no ser bueno para las carreras políticas, pero es lo correcto para la democracia. Cuando surge un extremista en la izquierda o en la derecha, los políticos tradicionales, particularmente los políticos dominantes en ese lado ideológico, deben romper con ese extremista, deben mantenerse a distancia, deben tratar de aislarlo, deben tratar de derrotarlo. Incluso si eso significa formar una alianza con tus rivales políticos. Es mejor forjar una coalición entre fuerzas prodemocráticas de izquierda y derecha para aislar al extremista, que tratar de alinearse con el extremista. Eso siempre termina mal.