“El mejor libro que he leído”, dijo Bill Gates después de leer En defensa de la ilustración, lo último de Steven Pinker. Profesor estrella de sicología en Harvard, prominente psicólogo experimental, científico cognitivo e influyente intelectual público, Pinker se ha dedicado a estudiar la psicolingüística, las relaciones sociales, la cognición visual, entre otros campos. Ha reflexionado en sus libros -entre los que destacan La tabla rasa y Los ángeles que llevamos dentro- acerca de la naturaleza de la mente y del lenguaje.
En En defensa de la ilustración argumenta robustamente por qué estamos en el mejor momento de la historia de la humanidad, haciendo visible los signos indudables de progreso en muchas áreas, y realiza a la vez una defensa de los valores de la ilustración, la razón, la ciencia y el humanismo. Uno de los 100 personajes más influyentes del mundo según la revista Time, de los 100 mejores intelectuales públicos según Foreign Policy, es miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias de Estados Unidos y ha recibido numerosos reconocimientos. Su nuevo libro, que aparecerá este año, será sobre la racionalidad: qué es, por qué parece escasa y por qué importa. Desde Cape Cod conversa con La Tercera vía Zoom, con un hermoso paisaje marino de fondo, que dice que es muy parecido al que tiene frente a su casa.
Tal como usted describe -y fundamenta- en su libro En defensa de la ilustración, estamos viviendo el mejor momento como especie, pero suena contraintuitivo, pues muchas personas no lo sienten de esa manera, ¿por qué?
Una razón de ello es debido a la interacción entre la naturaleza de la cognición humana y la naturaleza del periodismo. Nosotros estimamos riesgos, probabilidades y peligros de acuerdo a qué tan fácilmente podemos recordar anécdotas vívidas. Se llama el sesgo o la heurística de la disponibilidad.
¿Y qué tiene que ver el periodismo?
Con el periodismo ocurre que éste presenta una muestra muy aleatoria de las peores cosas que están ocurriendo en esta era. Así, nuestro sentido de lo que pasa en el mundo proviene de los ataques terroristas, los tiroteos de policías, las guerras, los colapsos, que pensamos son habituales. Las mejoras en la condición humana son invisibles para el periodismo. Porque o consisten en que nada está ocurriendo -como pasa en un país que está en paz, o un país que no está bajo dictadura- o, de lo contrario, consisten en cambios incrementales, que construyen puntos porcentuales al año, si los consolidamos. Max Roser, el economista que dirige el sitio web Our World in Data, dice que podríamos ver un titular del tipo “Ayer se logró que 137.000 salieran de la pobreza extrema” cada día, durante los últimos 30 años. Pero nunca han publicado ese titular, a pesar del hecho de que millones de personas han escapado de la pobreza extrema, y nadie lo sabe.
¿Cómo fue su propio camino? Ha dicho que tampoco sabía esto antes de comenzar a investigar y ver la evidencia, ¿cierto?
Eso es cierto, me impresionó la primera vez que vi un gráfico de un historiador, sobre tasas de homicidio en Inglaterra desde la Edad Media hasta el presente. Había una declinación masiva: de alrededor de 35 asesinatos por cada 100.000 personas al año, a menos de 1 asesinato por cada 100.000 personas al año. Y esto simplemente no encajaba con mi estereotipo sobre la vida siglos atrás versus hoy día. Y luego mencioné esto en un blog y me preguntaron “¿qué es lo que le parece optimista?”. Y yo dije: bueno, la esclavitud fue abolida y el Imperio Soviético colapsó con muy poca violencia, y las tasas de homicidio han bajado durante los siglos, así es que quizás algunos tipos de violencia han disminuido.
¿Qué otras respuestas obtuvo?
Luego, para mi sorpresa, comencé a recibir correspondencia de académicos de distintas áreas, que no se conocían entre sí y estudiaban cosas muy distintas, diciendo que podrían agregar otras cosas a mi lista. Por ejemplo, me preguntaban si sabía que las tasas de abuso hacia menores habían disminuido, o que las tasas de muerte en guerras han bajado desde 1945. Otros me decían que las tasas de muerte por genocidio han declinado. Y me di cuenta de que había una historia que debía ser contada. Porque quizás algunas pocas personas estaban al tanto de estos datos, pero incluso era posible que estos académicos no supieran de las búsquedas de los otros. Así que sería importante hacer que las personas estuvieran en conocimiento de esto. Y como psicólogo, quería tratar de explicar no sólo por qué la gente era tan violenta en el pasado, sino cómo fue que logramos reducir la violencia hasta el presente. Ese fue mi libro Los ángeles que llevamos dentro. Después de publicarlo me di cuenta que no sólo en la violencia ha habido progreso, sino que también en el aumento de la esperanza de vida. Esta solía ser de alrededor de 30 años; hoy en países desarrollados es alrededor de 80 años, e incluso a nivel mundial es más de 72 años.
¿Qué otros indicadores vio mejorando?
La pobreza extrema solía representar al 90% de la humanidad: hoy es menos del 9%. Alrededor de un 50% de la población mundial estaba alfabetizada, ahora más del 80% lo está. Así que, medida tras medida, hay una mejora de la cual no estaba consciente.
Usted define el concepto de progresofobia, fobia al progreso, que también tiene consecuencias políticas, porque crea una idea falsa de que todo es malo. Así es como Donald Trump usó ese tipo de narrativa, ¿no?
Es así, la progresofobia, en parte, proviene del fenómeno que conversamos antes, donde nuestra impresión del mundo está determinada por narrativas, imágenes e historias, en vez de datos. También es porque entre mucha gente que escribe sobre el mundo -intelectuales, profesores, críticos, editorialistas y periodistas-, existe cierta rivalidad, y criticar el presente también es una manera de criticar a tus rivales. A los políticos, tecnólogos, líderes militares….
¿Qué más explica esto?
Bueno, la mayoría de la gente que escribe artículos, no son responsables de que corra agua limpia por las cañerías, o de que los alcantarillados se lleven los residuos, o de proporcionar electricidad a los hogares, o de financiar escuelas. Así que es muy fácil criticar a aquellos que no lo están haciendo tan bien como soñamos. Siempre existe un incentivo de criticar, en las sociedades contemporáneas, a otras élites.
¿Qué consecuencias hay?
Creo que existen consecuencias perniciosas de no estar al tanto de nuestro progreso. Una de ellas es el fatalismo. Si todos nuestros esfuerzos en hacer que el mundo sea un mejor lugar han fallado, entonces ¿por qué molestarnos siquiera? Si todo va a seguir empeorando, independiente de lo que hagamos, entonces disfrutemos, tomemos lo que podamos... Y la otra naturaleza hacia la cual sentirse atraído es el radicalismo.
¿Cómo opera ese radicalismo?
Principalmente así: si todo el sistema está fallando y está corrupto, y no puede ser corregido, entonces simplemente destrocemos todo, porque cualquier cosa que salga de estos escombros va a ser mejor que lo que tenemos ahora. Así es como tenemos a la izquierda, llamados para desmantelar el sistema, destrozar la máquina, desfinanciar a la policía. Y a la derecha tenemos demagogos que dicen: “yo puedo arreglarlo, déjenme drenar el pantano, dénme poder”, lo que puede ser corrosivo para las instituciones y la democracia liberal, y para los intentos por identificar problemas y resolverlos.
¿Por eso, a su juicio, estamos viendo tendencias a liderazgos antidemocráticos y populistas, que están debilitando la democracia?
Es difícil saber cuáles son las tendencias, porque por supuesto que en Estados Unidos probamos con nuestro populista autoritario, y luego vimos lo que ocurrió, y vimos que estaríamos mejor sin él, y podría ocurrir lo mismo que en Brasil o India. Especialmente cuando hay una crisis que depende del conocimiento, la planificación, de la ciencia. Y si los populistas anti-intelectuales son debidamente responsabilizados por la respuesta ante los desastres, entonces quizás algo de esto podría enviar al populismo autoritario hacia el sentido contrario. Pero, en parte, es porque la gente no está consciente del progreso que se ha logrado. En parte es porque los sistemas electorales favorecen a las áreas más rurales, sobrerrepresentan ciertas partes de la población que han sido dejadas de lado tanto por a los cambios políticos -como la empoderamiento de minorías, de las mujeres- y también por algunos de los cambios económicos que han tendido a concentrar la riqueza en ciudades -y las ideas y tecnología también-, en vez de enfocarse en sectores agrícolas, en fábricas.
“La historia no es inevitable”
También podría argumentarse que el hecho de que las cosas estén mejor no implica que todo esté bien...
Claro. El hecho de que exista progreso, no significa que no haya problemas, siempre hay nuevos problemas: la pandemia es el ejemplo más grande. Así es que siempre tiene que existir un gobierno y otras instituciones que puedan responder ante nuevas crisis, nuevas emergencias, nuevos cambios. Y a veces las instituciones no van a la par.
No proveen las soluciones...
Claro. Debido a que la automatización y la globalización han dejado a gente detrás, han surgido revueltas económicas. Y los gobiernos todavía no han descifrado cómo lidiar con el hecho inevitable de que las fábricas van a mudarse a Bangladesh, Vietnam, Indonesia y China. Y que van a tener a personas desempleadas en las Américas.
¿Piensa que el Covid está cambiando mucho el progreso del mundo sobre el cual escribió? ¿Habrá un nuevo momento?
Bueno, ciertamente el cambio (del que escribí) se refiere a un par de años atrás; porque muchas de las mediciones de bienestar van a retroceder debido al Covid. La longevidad, la prosperidad, por ejemplo. Cuando la vacunación se convierta en algo casi universal, si es que llega a ser así, entonces es posible que el mundo salga más fortalecido. No es una garantía, nada es una garantía, pero las tecnologías que desarrollaron las vacunas para el Covid, especialmente las vacunas con ARNm, es posible que se puedan aplicar para combatir una variedad de enfermedades... Quizás, un resultado de esto sea un renovado aprecio por las organizaciones internacionales y por la ciencia. A los virus no les importan las fronteras nacionales, lo que comienza en Sudáfrica podría terminar en las Américas o en India. Debido a que a las tecnologías, como las vacunas, tampoco le importan las fronteras, así que esto podría resultar en un sistema fortalecido, de organizaciones internacionales que monitoreen el potencial de futuras pandemias, que puedan distribuir vacunas y medicamentos de manera rápida para beneficio del mundo entero. Nuevamente sigo usando palabras como “podría” y “tal vez”, porque nada es inevitable en la historia. Es una oportunidad, no una inevitabilidad.
La cooperación pacífica mundial sería evidentemente lo mejor, pero el mundo no ha funcionado de esa manera...
No suficientemente bien. Existen esfuerzos para lograr la colaboración mundial, como el Acuerdo de París -que no ha sido suficiente, pero fue un hito. El compartir fármacos antirretrovirales para el VIH, que comenzó hace aproximadamente 15 años, es otro ejemplo. Incluso Naciones Unidas, que tienen una trayectoria con resultados mixtos, merecen algo de crédito por la reducción en guerras, particularmente entre países, que han seguido disminuyendo… Hay fuerzas que siempre empujan a la humanidad hacia el retroceso: las enfermedades, la contaminación y la naturaleza humana. Pero existen instituciones que intentan lograr pequeños incrementos en el progreso, en contra de estas fuerzas devastadoras. Y, como hemos visto, pueden triunfar. Nosotros sí vivimos más que nuestros padres y abuelos...
¿Qué es lo que piensa con respecto al ascenso del populismo, y las interpretaciones de que esto es causado por este mundo de “ganadores” y “perdedores”, y donde estos últimos comienzan a sentirse muy atraídos hacia este tipo de líderes definidos como “anti-elites”?
Creo que, ciertamente, esa es gran parte de la explicación con respecto al ascenso del populismo autoritario. Y lo que hemos estado viendo en EE.UU. durante los últimos meses -y lo que podíamos ver en muchos países durante la segunda mitad del siglo 20-, es que los gobiernos sabios podían calmar parte de estas molestias y descontento, al entregar beneficios a las personas. Y que los mercados y el capitalismo, que son enormemente beneficiosos, no bastan por sí solos. Porque cada democracia exitosa y próspera también ha expandido su red de protección social, su redistribución... Y estos son los países de la OCDE.
¿Cómo ha visto la situación chilena, parte de la OCDE, pero con problemas justamente de desigualdad y distribución?
Chile es interesante ...Y, a la vez, es desconcertante lo que pasó ahí. El estallido social en 2019, a pesar de que -al menos para los estándares latinoamericanos-, Chile es posiblemente el país más exitoso de la región. Pero Chile está detrás de muchos países de la OCDE en monto de beneficios sociales y redistribución. Y existe un proceso, donde a medida que los países se enriquecen más, redistribuyen más. Y los países que tienen la mayor libertad de mercado y mucha prosperidad, como los Países Bajos, como Escandinavia, también tienen mucho gasto social y mucha redistribución. Y quizás cada país, para hacer a todos más ricos, necesita mercados y libertad económica y capitalismo, pero siempre hay perdedores, y los perdedores en la competencia económica, tienen que ser compensados. Tienen que existir mecanismos que (hagan que) se comparta la riqueza de las economías de mercado de una manera más amplia. Chile quizás podría estar detrás de esa curva, debajo de la media.
Por último, usted fue elegido hace un tiempo como “Humanista del Año”. ¿Cuál es la importancia del humanismo hoy?
El humanismo simplemente lo defino como un sistema moral y ético que no depende de creencias sobrenaturales (creencias en almas, espíritus y dioses), sino en éticas basadas en el sufrimiento y florecimiento humanos, que nadie puede negar. Todos sabemos que los seres humanos pueden sufrir y todos sabemos que los seres humanos pueden ser felices, pueden llorar, pueden morir, pueden estar saludables, pueden estar enfermos, eso no ha cambiado. Eso es lo que yo considero el alma del humanismo, si es que puedo usar esa expresión.
¿Qué aprendió sobre el humanismo después de haber vivido bajo el mandato de Trump?
Lo que Trump me recordó es que el humanismo no es particularmente natural, o intuitivo. Uno podría pensar que todos queremos que la mayor cantidad de personas sea tan feliz y tan saludable como sea posible, que todos estamos de acuerdo en que ese es el propósito de la moral, de la ética y también del gobierno, pero la respuesta es no. Tenemos instintos muy fuertes hacia el tribalismo, hacia favorecer lo que lleve al poder y gloria de nuestra propia coalición o grupo, hacia el autoritarismo, depositando poder en algún jefe fuerte y carismático; y hacia el pensamiento mágico, en pensar que lo que decimos que es verdad, se convierte en la realidad.