Pocillo atravesado
Vámonos al bosque, a Villarrica, para que de la mano de este notable artesano, Sello de Excelencia Unesco, aprendamos cómo nace una fuente nativa, respetando el árbol y su proceso de trabajo.
“Comencé a tallar a temprana edad, alrededor de los 12 años, por la influencia de un pascuense que había llegado al Coihue, el sector donde yo vivía... Como yo nací en un lugar de bosque sabía mucho de madera y él sabía de escultura y tallado en piedra, por lo que fuimos una buena dupla de maestro-aprendiz en un mundo de madera”. Así relata Héctor Bascuñán, autor de esta pieza, sus inicios con este noble material de nuestros bosques chilenos.
Dice que con los años aprendió que la artesanía no tenía que ser solo utilitaria, sino también decorativa. Busca que el árbol sea interpretado al tacto, siguiendo sus vetas o “venas del alma” para “no interrumpir la armonía de su movimiento con formas exageradas”, y así hace eco de su oficio, “que un día me dijeron que es la forma de hacer arte sano”.
Héctor trabaja con árboles muertos que toma generalmente bajo tierra: “Es como si (el árbol) se encontrara en un refrigerador y se sacara listo para moldear”, dice. Estos ejemplares están en lo profundo del bosque, en lugares más difíciles de hallar, “así mantienen las condiciones para dar las formas que busco”. Luego con los compañeros de su taller secan por 2 a 4 meses, pulen y aceitan para resaltar vetas y el color natural. No usan químicos ni colores artificiales, porque la idea es resaltar “lo sano del proceso”.
Este Pocillo Atravesado, que en 2008 recibió el Sello de Excelencia Artesana de la Unesco -algo así como los Oscar de la artesanía en el mundo-, es de lingue o de raulí. Héctor los talla en forma transversal, de ahí su nombre, por la dirección que toman las vetas en la fuente. Sutil, sus asas quedan escondidas y se descubren solo al tacto, cuando la mano naturalmente se adapta a la madera para sostenerla. Y al mirarla se entiende que sea del todo díscola y atravesada esta fuente rebelde. Las “venas del alma” le dan el movimiento, asemejan olas impresas por el viento en la superficie de una dulce y abundante barca de madera. Apuntando hacia el cielo, aligeran sus proporciones, templan su carácter terrenal, robusto y firme. Un poco como el espíritu de nuestros bosques del Sur, fuertes, potentes, pero a la vez cálidos y suaves como el olor y color de su madera pulida.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.