Alan García, el camaleón de la política peruana
El dos veces Presidente de Perú se suicidó con un disparo en su cabeza, antes de ser detenido en su hogar en Lima. Carismático y con un innegable poder de oratoria, García tuvo muchas vidas: lideró un gobierno desastroso en los 80 y luego se redimió con un segundo mandato.
Hay muchas escenas que definen la vida de Alan García, pero una en particular marca de alguna manera lo que fue su larga trayectoria política. En 1992, tras el autogolpe de Alberto Fujimori, la policía peruana acudió a su casa para detenerlo, pero el exmandatario se las ingenió para fugarse por los tejados de las viviendas aledañas y pasó la noche dentro de un tanque vacío de agua.
Luego, consiguió refugio en casas de amigos y finalmente se escondió en la maleta de un auto para, más tarde, partir al exilio en Colombia. Para sus partidarios, García siempre encarnó eso de los "principios" y "valores" de la política; para sus enemigos, el exjefe de Estado era un "caballo loco" que solía acomodar la situación para evadir las tormentas que se avecinaban en su contra.
Alan García Pérez, de 69 años, siempre "jugó" con las sorpresas, con lo inesperado, con lo dramático y con la "consecuencia política". En ese contexto, cuando se vio abrumado por su arresto en el marco del caso Odebrecht, se pegó un tiro en la cabeza, en una de las habitaciones de su hogar en Lima. García, conocido por su carisma, su imponente 1,93 de estatura y su inagotable poder de convencimiento, ya venía mal.
Acusado de recibir sobornos de la constructora brasileña, advirtió en varias ocasiones que no pasaría un día en la cárcel, que no sufriría el destino trágico de otros expresidentes peruanos procesados y encarcelados por la justicia, siempre con el caso de Lula da Silva en Brasil como referente. Cuando en noviembre pasado vio que no le quedaba otra salida, intentó en vano refugiarse en la embajada de Uruguay, pero aquello también le salió mal.
García, abogado de profesión y amado y odiado en partes iguales por sus compatriotas, sorprendió a Perú una y mil veces. Militante del APRA desde la secundaria, se aprendió de memoria el manual de Víctor Raúl Haya de la Torre -una de las mayores figuras políticas de Perú del siglo XX- y debutó en grande en las elecciones de 1985, en las que se impuso con el 45,7% de los votos. Tenía apenas 35 años.
Pero al Presidente más joven en la historia de Perú, impetuoso y seductor de masas, le pasó la cuenta su inexperiencia. Su gobierno (1985-1990) fue un completo desastre, con una hiperinflación de 7.000%, la mayor por lejos de América Latina en esa época, lo que arruinó al país. Así, terminó su gestión con acusaciones de enriquecimiento ilícito, acciones de grupos terroristas como Sendero Luminoso y el MRTA al alza y un "hijo político" inesperado: Alberto Fujimori, un outsider que surgió como un polo opuesto a García. "Reconozco que en mi primer gobierno hubo graves problemas y grandes errores de interpretación de la situación y mucho ideologismo", dijo tiempo después.
"Su gobierno fue muy malo, pero la democracia sobrevivió', dijo Mario Vargas Llosa respecto de la caótica administración aprista.
"La mentira en sus labios"
Más tarde tuvo su revancha. Tras su exilio en Bogotá y París, volvió en gloria y majestad a Lima en enero de 2001, cuando Fujimori había caído y Alejandro Toledo era el gran favorito para ganar esos comicios. "Alan tiene la mentira en sus labios", decía en ese entonces Toledo.
De manera absolutamente sorpresiva, García pasó a segunda vuelta y estuvo a un paso de vencer a su rival. En aquella ocasión, en una entrevista con La Tercera, señaló que los verdaderos socialistas eran figuras como el chileno Clodomiro Almeyda y no los políticos de la Concertación, con la que mantuvo una relación de ambivalencia. También afirmó que el modelo de su eventual gobierno sería Patricio Aylwin y que él aún se consideraba socialista. "Sigo siendo socialdemócrata, en el sentido moderno de la palabra. Soy aprista", afirmó, con su conocida labia.
"Encantador de serpientes"
Seis años más tarde, García volvió a la arena política y arrasó en las urnas (52,6%) tras vencer a Ollanta Humala, en una campaña a la antigua, con mítines multitudinarios, en los que palomas blancas solían posarse sobre sus hombros, a lo Fidel Castro.
"Es un encantador de serpientes", decían en aquella época de Alan García, por su inigualable poder de oratoria. Muchos peruanos solían bromear que preferían no escuchar los discursos de García, porque los terminaría convenciendo de votar por él.
Con una política diametralmente opuesta a su gobierno izquierdista de los 80, García optó por el pragmatismo en su segunda gestión y no tuvo reparos en acercar sus convicciones hacia la derecha, un giro sorprendente para algunos.
Tanto en la campaña que lo llevó a la Presidencia en 2006 como durante su gestión, puso a Chile como el ejemplo económico a superar. Y tuvo éxito, al lograr un crecimiento promedio de 6,9% según el FMI. "Vamos a recuperar el sitio que con inteligencia Chile nos ha quitado", dijo en otra entrevista con La Tercera en aquella época.
También se dio maña en 2007 para presentar ante La Haya una demanda contra Chile por la delimitación marítima e incluso se enemistó con Michelle Bachelet tras un caso de espionaje. En ese momento, dijo que las actitudes chilenas eran más propias de una "republiqueta".
Con un manejo de la opinión pública admitido incluso por sus adversarios, durante su segunda administración García debió reconocer a un hijo extramatrimonial, pero aquello -muy de la personalidad de Alan- terminó dándole dividendos positivos, un contraste brutal respecto de cómo manejó el mismo tema Alejandro Toledo. Memorables también fueron sus peleas con Hugo Chávez, quien calificó a García como "ladrón y corrupto de siete suelas". Luego se reconciliaron.
En 2008 enfrentó también el escándalo de los "petroaudios", grabaciones que filtraron los medios y que revelaban un presunto manejo irregular de licitaciones de lotes petroleros. Un año más tarde estalló "El Baguazo", un enfrentamiento entre fuerzas de seguridad e indígenas amazónicos que bloquearon durante casi dos meses una carretera en protesta contra un decreto que favorecía el uso de territorios por parte de empresas transnacionales y mineras. Treinta y tres personas murieron, entre éstas 23 policías.
De todos modos, con su segundo paso por el Palacio Pizarro, García se redimió. Pero en su afán de siempre obtener más -por su ego desbocado según sus detractores-, no ocultó su deseo de un tercer mandato.
La vida después de la muerte
Incluso en los cables de Wikileaks, altos funcionarios de la embajada de Estados Unidos hicieron referencia a su ego y "trastornos maníaco depresivos". "Seguramente porque hay gente que entra arrodillada a ciertas embajadas y yo no", se justificó en una entrevista con El Comercio en 2014, mucho antes de su intento fallido en la sede diplomática uruguaya.
Pero tras su segunda administración el encanto sobre su figura se fue apagando, aunque su deseo era seguir moldeando la política peruana, como lo había hecho desde los 80. En las elecciones de 2016 intentó una nueva aventura presidencial, pero obtuvo apenas un 5,8%. Para la vara de García, un porcentaje absurdo.
Desde entonces, no logró el apoyo necesario ni para cambiar su imagen ni para situar al APRA como un actor político relevante.
En la última entrevista que concedió a Radio Programas del Perú (RPP), lanzó pistas sobre su destino trágico: "Soy el hombre más investigado de Perú de los últimos 30 años y lo que tengo es producto de mi trabajo y así lo he demostrado. Confío en la historia. Soy cristiano. Creo en la vida después de la muerte".
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