Por Moisés Naím, analista venezolano del Carnegie Endowment for International Peace
Cuando al primer ministro británico Harold Macmillan un periodista le preguntó qué podría descarrilar su naciente gobierno, se dice que respondió “events, dear boy, ¡events!”. Tenía razón. Los presidentes recién electos llegan al poder cargados de planes y promesas, pero lo usual es que su agenda se desvíe al tener que responder a eventos que nadie había anticipado. Donald Trump y su gobierno no son inmunes a esta tendencia. Sin dudas, el enorme poder político que le han dado los votantes al presidente Trump y los vastos recursos del sector público estadounidense, le darán al gobierno un amplio margen de maniobra. Aun así, es probable que una variedad de crisis, tanto internas como internacionales, sacudirán a la nación y requerirán del gobierno respuestas y reacciones que no estaban en sus planes. Peor aún, muchas de estas crisis escapan al control de los gobiernos.
La más obvia de estas es la emergencia climática. Ya es normal que los medios reporten de alguna parte del mundo -de Siberia a Nueva York- acerca de los catastróficos efectos de incendios incontenibles y huracanes cada vez más poderosos. También nos informan del número de fatalidades, de los enormes costos materiales de estos accidentes climáticos e, inevitablemente, de lo inadecuadas que son las instituciones a cargo de responder a estas tragedias. La incompetencia gubernamental en este ámbito es un fenómeno global. Esta incompetencia es en parte debida a lo novedosos que son los retos que se le plantean a las burocracias públicas encargadas de responder a las nuevas emergencias. En todas partes, las organizaciones, leyes, normas, tecnologías y presupuestos con los que cuentan los organismos públicos que se ocupan de esto son obsoletos. Además, la respuesta gubernamental se complica debido a la polarización del debate acerca del cambio climático. Según Donald Trump, por ejemplo, la alarma por el calentamiento global y sus efectos son fraudes inventado por China para quitarles competitividad a las empresas estadounidenses. La columnista del diario Financial Times Gillian Tett escribe que durante la reciente campaña electoral Trump desdeñó la emergencia y les dijo a sus seguidores que no se preocuparan, que el cambio del clima “solo serviría para crear más propiedades frente al mar.”
Esta postura de Trump contrasta con el hecho de que cerca de la mitad de todas las viviendas en Estados Unidos están ahora expuestas a eventos climáticos extremos, según reporta Tett.
Las investigaciones sobre el calentamiento global concuerdan en que la frecuencia, ferocidad y costos de estos eventos irá en aumento. No es razonable suponer que estas tendencias se vayan a revertir o atenuar. Más bien, cabe esperar que en los próximos cuatro años que dura su presidencia, Trump se verá obligado a dedicar ingentes recursos públicos, no en apoyo a su agenda, sino a responder a la emergencia climática.
Otra distracción para la administración Trump podría ser una pandemia del mismo calibre que la que produjo el Covid-19. “La Próxima Pandemia: No sí, sino cuando”, es el titular de portada de una reciente publicación de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard. Los expertos no saben cuándo va a ocurrir, ni cuál es el virus que la podría desencadenar, pero concuerdan en que los gobiernos no están preparados para responder con la velocidad y los recursos necesarios. La postulación de Robert F. Kennedy Jr. como secretario de Salud de la administración Trump es muy reveladora: es conocido por sus denuncias contra las vacunas y su promoción de medicinas sin respaldo científico. Que sea él quien quizás dirija los esfuerzos del gobierno en caso de que ocurra una pandemia sería una letal distracción.
La economía también puede sorprender al mundo y al gobierno de Trump. Ya nos hemos acostumbrado a que periódicamente un país o un sector específico, como la construcción, por ejemplo, entre en crisis. Las vulnerabilidades económicas preexistentes tales como los enormes y crecientes déficits fiscales, las frágiles redes de suministro, la azarosa economía china o los anémicos mercados europeos y los costos de las guerras entre Ucrania y Rusia, así como las del Medio Oriente, señalan algunas de las principales fuentes de inestabilidad. A estas amenazas hay que añadir la guerra comercial entre Estados Unidos y China que Trump anuncia reiteradamente, el recorte de los impuestos que pagan los más ricos, la drástica reducción del tamaño del gobierno y la eliminación de ciertas regulaciones al sector privado. Todos estos cambios crean un ambiente lleno de consecuencias no anticipadas que limitan la acción gubernamental.
Trump también podría ser sorprendido por la capacidad de sus adversarios para usar el sistema judicial para atrasar o hasta bloquear algunas de sus iniciativas. Si bien el éxito electoral que tuvo Trump le abre posibilidades que sus predecesores recientes no tuvieron, cabe recordar que el sistema judicial estadounidense es altamente descentralizado y que los jueces gozan de gran autonomía. Algunos de ellos podrían sorprender al presidente con decisiones que afectan negativamente la agenda del presidente.
Y finalmente está la geopolítica: desde un Medio Oriente ya en ebullición hasta un estrecho de Taiwán cada vez más estrecho, la seguridad del planeta es precaria. Trump cree que desestimar a la OTAN y alardear de su admiración por Putin es un pasatiempo sin consecuencias. Pero ¿y si no lo es?
Los entusiastas admiradores de Donald Trump quieren creer que su líder es inmune a los vaivenes de la política y de la historia. Esa ilusión les durará poco. Los eventos se encargarán de ello.