Cientos de manifestantes bailaron el domingo alrededor de la estatua del comerciante inglés de esclavos del siglo XVII Edward Colston, que yacía en el suelo tras haber sido derribada en la ciudad británica de Bristol. La acción se enmarcaba dentro de la ola de manifestaciones que se ha desarrollado en el mundo a raíz de la muerte del afroamericano George Floyd en Minneapolis, EE.UU.
“Reino Unido no es inocente”, cantó la multitud también en Londres. La exigencia de justicia para Floyd iba acompañada con la de casos similares en el país, donde el “racismo institucional” se refleja en cifras oficiales: pese a representar solo el 3% de la población, las personas negras experimentaron el 12% de los incidentes de uso de la fuerza en 2017-18, según las estadísticas gubernamentales. También representan el 12% de la población carcelaria adulta. Por otro lado, las desigualdades que ha demostrado la pandemia de Covid-19 ha sido otra de las razones de las protestas, y los manifestantes han recordado el caso de Belly Mujinga, una trabajadora negra que murió de Covid-19 en abril después de ser escupida en una estación central de trenes de Londres.
El lunes, un portavoz del primer ministro Boris Johnson dijo que este “no duda de que sigue habiendo discriminación y racismo, pero no está de acuerdo en que este sea un país racista”.
En Londres, los manifestantes también derrumbaron la estatua de Abraham Lincoln, quien, paradójicamente, proclamó la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, y la del expremier Winston Churchill sufrió daños. Por esto, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, ordenó una revisión de las estatuas y los nombres de las calles.
La misma situación se repite en varios países de Europa, donde todavía los líderes lidian con encontrar una estrategia que permita integrar a los miles de migrantes y refugiados que han llegado de África y Medio Oriente en los últimos años. Un tercio de las personas de ascendencia africana en Europa han sufrido acoso racial, según una encuesta de la Unión Europea.
En Bélgica, miles de personas se han reunido para criticar el pasado colonial del país y este martes en Amberes fue derribada la estatua del líder de la era colonial, el rey Leopoldo II.
En ese país, los manifestantes también piden justicia por la muerte de Adil, un joven de 19 años que fue golpeado y asesinado por una camioneta de la policía en abril después de que huyó de un puesto de control policial durante el cierre por coronavirus.
Francia también cuenta su propia historia de racismo y violencia policial. La primera manifestación en ese país tras el asesinato de Floyd, se enfocó en el caso de Adama Traoré, un hombre de 24 años de origen maliense, que murió en 2016 poco después de ser detenido y mientras estaba en custodia. El gobierno ha reaccionado al enojo ciudadano y al día siguiente el ministro del Interior, Christophe Castaner, prometió que cualquier miembro de la fuerza policial sospechoso de cometer actos de violencia o racismo sería procesado. El lunes, el ministro anunció que el método de estrangulamiento “será abandonado” y no será enseñado en las escuelas policiales.
El organismo de control de la policía francesa ha informado que recibió casi 1.500 denuncias contra oficiales en 2019.
En Alemania, las protestas han llegado hasta Berlín, Hamburgo y Frankfurt. El número de denuncias de racismo aumentó un 10% a 1.176. “El racismo no es un problema estadounidense, sino un problema en muchas sociedades, y estoy seguro de que también hay racismo en Alemania”, dijo el portavoz de la canciller alemana, Angela Merkel.