“Empecé nueva este año como profesora en el Institut Eduard Fontserè. No sé las caras que tienen mis alumnos, ni ellos la mía. Hoy, al salir de clase me quité por un momento la mascarilla y me dicen: ‘¡Wow, profe, no nos imaginábamos así su cara!’. Claro, porque nunca me han visto la cara”, relata Helena Huguet, profesora de catalán en este colegio ubicado en uno de los barrios más pobres de Cataluña y el con más densidad poblacional de Europa. Por esas mismas características, el instituto donde trabaja fue el primero en hacerse exámenes PCR en la región, y hoy son nueve las clases confinadas desde que se inició el año escolar el 14 de septiembre.

Los países europeos se vieron en la necesidad de reabrir los colegios con la llegada de septiembre, adoptando -muchas veces sobre la marcha- protocolos de seguridad para reducir los riesgos de contagios. A casi un mes del regreso a clases, los profesores ya sacan sus propias conclusiones sobre el nuevo año escolar en pandemia.

“Por una parte, deshumaniza bastante lo que es nuestra profesión”, dice Helena Huguet, quien enseña a grupos de entre 15 y 30 alumnos, de entre 12 y 17 años.

Parte de esta deshumanización también se evidencia en la forma de enseñar y comunicarse con los estudiantes. Shaneen Gorman es profesora de inglés en Atlas Language School, en Dublín, y cuenta a La Tercera que “aprender idiomas implica interactuar, demostrar, actuar, comunicarse. Es difícil disminuir nuestro contacto físico, no tomar el lápiz de un estudiante para escribir algo que necesita en el acto. Es difícil seguir implementando las reglas. Todo el mundo sabe lo que debe hacer, pero mucha gente ignora las pautas”. El instituto reabrió a fines de agosto y es una de las pocas escuelas de idiomas en Irlanda que decidió volver a clases presenciales este año.

“Ponte bien la mascarilla”

Uno de los tantos nuevos desafíos a los que se enfrentan ahora los profesores es que pasaron a convertirse en una especie de policía de las reglas del Covid-19. “Muchos estudiantes no usan sus mascarillas correctamente. Recordar continuamente las reglas es agotador y un poco desmoralizador. A veces siento que soy ‘el gobierno’, que dicta las reglas. Tuve que asumir un rol que no tenía. Ahora soy más que una profesora, soy madre, oradora, y eso no me hace feliz”, sostiene Gorman. Huguet coincide en esto: “Es muy difícil asegurarse todo el rato de que están llevando la mascarilla, porque les molesta, porque a todos nos duelen las orejas y constantemente se la están quitando y me paso media clase recordando ‘por favor, ponte la mascarilla’. Así todo el rato”, dice.

Los protocolos son similares entre los establecimientos: llegadas al colegio por grupos y horarios, clases y recreos en grupos establecidos, alcohol gel varias veces al día, toma de temperatura antes de ingresar a la escuela, desinfección y limpieza, etc.

En el instituto en Cataluña hay una complejidad adicional, ya que al estar ubicado en un barrio vulnerable no todos los estudiantes tienen los libros de lectura y el colegio debe prestarlos: “Tengo que dejarles los libros a un grupo, tienen que pasar 24 horas y luego se los puedo dejar a otro grupo, o sea no puedo hacer dos clases seguidas de lectura por tema Covid-19”, cuenta la profesora de catalán.

Claire Guéville es profesora de historia y geografía en un instituto general y tecnológico en la ciudad de Dieppe, en Francia, y relata a este diario uno de los principales retos que se repite en los testimonios: equilibrar lo aprendido y lo no aprendido por cada estudiante en el periodo del confinamiento en sus casas. “Es un comienzo escolar muy complicado debido a la necesaria recuperación de los estudiantes, que finalmente aprendieron poco durante el período de confinamiento. Los programas no se completaron el año pasado y es difícil llenar los vacíos sin recursos adicionales reales”, dice.

Un estudio realizado por la fundación educativa Insights for Education, y difundido la semana pasada, informó que la reapertura de escuelas después del confinamiento y las vacaciones generalmente no están relacionadas con el aumento de las tasas de Covid-19, sin embargo, los cierres sí dejarán una “deuda de aprendizaje pandémica” en 2020 de 300.000 millones de días escolares perdidos .

Lo mismo expone Jaime Ángel Pardo, profesor en el Colegio Miguel Servet de Fraga, en Zaragoza. “No todos ellos contaban con los medios necesarios para poder realizar las clases online. Esto ha provocado desniveles dentro de una misma aula y, por tanto, diferentes necesidades que atender”, cuenta. Pardo regresó a la escuela el 1 de septiembre y en su establecimiento ya se cerró una clase por un caso positivo.

“El confinamiento produjo efectos extremadamente sensibles sobre el aprendizaje. Hay estudiantes que no son suficientemente autónomos y se perdían rápidamente porque no tenían la ayuda de su profesor. Las desigualdades aumentaron”, expone a La Tercera Frédérique Rolet, secretaria general del sindicato nacional de profesores SNES-FSU. Por eso, el sindicato ha pedido que se revisen y se suavicen los programas por dos años, “porque se necesitará tiempo para alcanzar los aprendizajes que no se adquirieron realmente. El principal desafío de las escuelas en la pandemia es intentar reducir las desigualdades que se incrementaron”, añade.

Pero a nivel personal, el agotamiento físico les pasa la cuenta a los profesores. “A nivel de voz hay mucho desgaste. Hay profes que se han comprado micrófonos para no forzar la voz con la mascarilla”, dice Helena Huguet. “Todos estamos mucho más cansados de lo habitual”, concluye Guéville.