Trump vs. Biden: Guía para entender la noche más larga de EE.UU.
Hoy terminarán las votaciones que determinarán al ocupante de la Casa Blanca por los próximos cuatro años. Hay mucho en juego y variables que generan incertidumbre: la mayor de todas, cuándo se podrá tener un resultado definitivo. Aquí, seis claves a observar durante la maratónica jornada.
Pocas veces una elección con un resultado tan claro ha tenido tanta incertidumbre. Casi nadie duda que, una vez que todo esté terminado, Joe Biden habrá recibido más sufragios directos que Donald Trump, e incluso que la distancia podría ser mayor a los tres puntos porcentuales que Hillary Clinton le sacó al actual Mandatario en 2016. Pero se ha repetido hasta el cansancio: la elección estadounidense son en realidad 50 pequeñas elecciones, una en cada estado, y la fórmula donde -salvo contadas excepciones- quien gane aunque sea por un sufragio se lleva todos los electores ha generado que, desde el 2000, dos veces haya llegado a la Casa Blanca alguien que perdió en el voto popular: George W. Bush y Trump.
Pero ni siquiera el foco estará en las 50 elecciones estatales mencionadas antes, sino en un puñado de ellas, poco más de una decena del total, donde se presume que puede haber una disputa entre los candidatos. La “cifra mágica” a conseguir son 270 electores, y la primera duda es si el recuento alcanzará en la jornada para que alguno de los dos se proclame como ganador con esa cifra, o si tendrán que pasar días o semanas para tener claridad del resultado final.
Los viejos y los nuevos “estados clave”
Algunos de los denominados “estados clave” se repiten de memoria: Ohio, Pennsylvania y Florida. Han estado en ese rol durante varias décadas y se precian de él. En la última elección, por cierto, todos le dieron el triunfo a Trump, al igual que otro grupo de estados del denominado Midwest, el otrora corazón industrial estadounidense y que incluye, entre otros, a Wisconsin, Iowa y Michigan.
Estarán en los ojos y calculadoras de los analistas, pero también habrá un lote emergente en la parte sur de la nación. En la última década, los demócratas se han esperanzado con que Arizona, Georgia y especialmente Texas puedan seguir los pasos que han dado Colorado y Nevada y girar de su tendencia pro republicana, a partir de los cambios demográficos en las partes más urbanas de esos estados, apalancados en buena parte por la migración latina.
Tanto estos tres estados como Florida estarán en la mira por un motivo especial: en una elección donde se prevén amplias demoras en los cómputos considerando el voto anticipado y por correo, se cree que este grupo podría anticipar sus resultados durante la misma noche. Trump defiende los cuatro estados: si los mantiene, su camino a la Casa Blanca aparecerá más nítido. Si pierde uno, podrá haber disputa; si Biden gana dos o más, la carrera estará casi corrida.
El factor Covid-19
El escenario se ha levantado de forma dramática por parte de varios analistas, periodistas y expertos electorales: los primeros resultados que se vean en la noche de la elección pueden ser totalmente distintos de las cifras finales, incluso con diferencias en quién ganó o perdió un estado. Esto porque, aunque Estados Unidos tradicionalmente permite el voto anticipado o por correo en sus elecciones, en esta elección debido al alto interés, pero sobre todo a la pandemia del Covid-19 -que ha tenido al país como el más afectado del mundo tanto en número de contagios como de muertes-, las cifras se han disparado hasta bordear los 100 millones de sufragios previos al día de los comicios.
Como cada estado fija las reglas de cómo y cuándo contar esos votos, la incertidumbre está en que los cómputos iniciales, más basados en el voto presencial, podrían favorecer a Trump, debido a que los votantes demócratas han aparecido en las encuestas como muchísimo más probables a sufragar vía correo o antes del plazo que los republicanos. Algo que podría terminar en un caos, pues varios reportes de prensa en los últimos días apuntan a que Donald Trump evaluaría darse por triunfador en la línea de un argumento que ha mantenido durante el último semestre: que los votos por correo se prestan para un masivo fraude, algo que, según asegura sin pruebas, los demócratas estarían haciendo para sacarlo de la Casa Blanca.
La justicia en la balanza
No lo ocultaron de ninguna forma: para Trump y los republicanos, tener designada a una nueva jueza en la Corte Suprema estadounidense antes de los comicios era un asunto de vida o muerte. El ingreso de Amy Coney Barrett -reemplazando a la fallecida Ruth Bader Ginsburg, ícono progresista de la justicia de EE.UU.- deja al máximo tribunal estadounidense con una conformación de seis jueces más cercanos a los republicanos y tres para los demócratas, algo clave pensando en un escenario de disputa por los resultados electorales.
Ya en 2000, la corte fue la que sentenció el triunfo de George W. Bush contra Al Gore al detener posibles recuentos en Florida, una decisión criticada en su momento, pero que hoy tendría un efecto mucho más complejo. A diferencia de hace dos décadas atrás, existe desconfianza por parte de los demócratas respecto a lo que estiman como una estrategia totalmente partidista de los republicanos en cuanto a los cupos judiciales. Y además, Trump no ha perdido oportunidad de hacer notar que espera que los jueces lo ayuden a defender un eventual triunfo, algo que podría desatar protestas e incluso manifestaciones violentas en ciudades del país.
El Senado, la otra elección crucial
Aunque esté en un segundo plano a nivel mundial, de forma simultánea otra elección estadounidense tiene un nivel de importancia muy similar a la presidencial: se renueva un tercio de los escaños del Senado, una cámara cuya importancia sólo ha crecido en el último lustro y en especial bajo la administración Trump.
Pese a que los demócratas tienen mayoría en la Cámara de Representantes -equivalentes a los diputados chilenos-, las fuertes atribuciones del Senado en cuanto a la confirmación de cargos políticos y judiciales han hecho que éste sea el verdadero tesoro a defender. Hoy, el balance es de 53 escaños para los republicanos y 47 para los demócratas.
El partido de Joe Biden necesita sí o sí retomar el control para que el vicepresidente de Barack Obama pueda pasar sin contratiempos su agenda en caso de vencer. Al mismo tiempo, e incluso si Trump perdiera, si los republicanos logran retener la mayoría en la Cámara Alta podrán defender conquistas tan claves como el esquema de nominaciones judiciales.
Nuevamente, acá será un puñado de carreras en estados los que cambiarán el Senado para uno u otro lado: Iowa, Colorado, Georgia, Arizona y las dos Carolinas aparecen como los puntos que pueden terminar siendo decisivos.
Una pelea sin concesiones
El ritual está tan afinado que la propia Hillary Clinton lo tenía claro: la mañana después de que los cómputos dieran como ganador a Trump en noviembre de 2016, realizó un discurso reconociendo el triunfo de su adversario, la denominada “concesión” de la derrota que funciona como el cierre no oficial de los comicios.
Esta vez, lo más probable es que esto no ocurra. Es una presunción fundada en el caso de Biden, que ya tiene preparados equipos legales para disputar cada voto en los estados si ocurre una elección disputada. Pero es prácticamente un dato de la causa para Trump, quien, en un hecho inédito y asombroso para la democracia estadounidense, se ha rehusado a comprometer públicamente que reconocerá el resultado si pierde.
En una sociedad profundamente dividida, este punto es el que más inquieta. Porque un escenario de poca claridad de los resultados, que puede ocurrir sobre todo considerando lo peculiar de una elección en pandemia, podría provocar protestas y hechos de violencia. Además, los expertos constitucionales han advertido que ni la versión original de la Carta Magna estadounidense ni sus sucesivas enmiendas han resuelto de forma tajante qué se debe hacer en el caso de una elección disputada, lo que provoca una multitud de interpretaciones para cada lado que arriesgan sumir a EE.UU. en una crisis muy profunda en caso de que no haya un rápido cierre. Un temor que, depende lo que ocurra esta noche, puede disiparse en el olvido o convertirse en otro de los problemas emblemáticos de un 2020 que ya quedó en los libros de historia.
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