En marzo, cuando el Presidente Gabriel Boric realizó un amplio cambio de gabinete, junto con eso también decidió hacer modificaciones en 15 subsecretarías, entre ellas la de Educación del Mineduc.
Así fue que dejó su cargo Gabriel Bosque para darle paso a Alejandra Arratia, quien hasta ese momento ejercía como directora ejecutiva de Educación 2020.
Para la sicóloga, que ha trabajado casi toda su vida en educación, eso sí, no es la primera vez trabajando en la cartera, puesto que ya lo había hecho por 10 años durante la presidencia de Ricardo Lagos y las dos de Michelle Bachelet, aunque nunca como autoridad.
“Me convoca tremendamente aportar a lo común, al programa de gobierno y la mirada de abordar las fracturas más estructurales que tenemos y que nos permita construir un país más cohesionado y unido”, dice en una entrevista donde también abordará los numerosos desafíos de la subsecretaría que ahora comanda y que se encarga de un sistema escolar, sobre todo en su pata pública, enfrentado a una crisis agudizada por la pandemia.
¿Cuán mal le ha hecho la necesidad de inmediatez a la discusión sobre educación?
Muy mal. A mí me interpela mucho esto que plantea el Presidente: dialogar hasta que duela. Por eso me preocupa mucho cuando la conversación en educación es muy superficial, llena de titulares, pero sin profundizar la conversación a una más pedagógica. A Chile le falta hablar más de aprendizajes. Cuando quieres inmediatez es porque solo estás mirando superficialmente.
Pero no se puede desconocer que hay problemas que sí necesitan inmediatez.
Por supuesto. Y sentido de urgencia. Pero es importante tener una mirada sistémica y comprensiva del conjunto. Y ahí entender cuáles son las cosas que podemos abordar rápido y cuáles son las que requieren profundidad y largo plazo. Y cómo entender que sobre eso necesitamos una conversación que permita llegar a pisos mínimos de acuerdo. Eso muchas veces nos ha faltado.
Y a dos meses de iniciado el año escolar, ¿cuál es el balance de lo inmediato y lo de largo plazo?
Estamos claramente en un momento crítico ante un desafío bien sustantivo, porque el sistema educacional -esto a veces se pierde en perspectiva- venía de antes de la pandemia, de una época de cambios necesarios en la estructura, pero que no ha sido capaz de impactar la experiencia pedagógica. Solo un dato de 2018: 49% de los niños de cuarto básico cree que hay cosas que ellos no pueden aprender. En ese contexto vino la pandemia y sabemos que golpeó fuertísimo al sistema educacional. Y ahí también hay que poner perspectiva, porque fue una crisis mundial que golpeó en muchos ámbitos y no solo a Chile. Tenemos el desafío de potenciar el sistema, de volver a que las escuelas sean espacios seguros en término amplio, que los niños tengan bienestar y que aprendan. El gran desafío es cómo hacemos todo eso, pero distinto a lo que teníamos. Si decimos ‘aquí no ha pasado nada, volvamos a lo mismo’, vamos a habernos perdido una oportunidad grande de pensar la educación de otra forma. Entiendo que se hable menos, porque tenemos una urgencia con desafíos bien concretos, como la asistencia, pero tenemos que ser capaces de abordarlo mirando a qué invitamos a los niños.
¿Dónde hay más dificultades en el sistema?
Es difícil elegir solo una. En primer lugar, Chile tiene un tema estructural con la educación pública. Está organizada, desde las reformas en dictadura, de una forma que ha ido empobreciendo sus condiciones de trabajo. Ahí hay un nudo crítico. Y tenemos que trabajar más en el desarrollo de capacidades en distintos niveles. En el mundo hay consenso total en que dentro de la escuela la variable que más impacta en la calidad de la educación es la calidad de la docencia y las condiciones en que trabajan esos docentes. Ahí tenemos un desafío país.
En pos de todo esto, ¿es pronto para, tangiblemente, pedirle resultados al Plan de Reactivación Educativa, o ya hay indicadores buenos?
Esto tiene que ver con la superficialidad o inmediatez. Tiene que ver con qué tipo de resultados queremos. Por ejemplo, los de asistencia. Para ellos no es pronto, pero hay que mirarlos en perspectiva. Esto no es una carrera de 10 metros, es un maratón, pero es un dato súper positivo que hayamos aumentado la asistencia de 85% a 89% o que hayamos disminuido la cantidad de estudiantes con problemas de inasistencia crónica de 1,2 millones a 750 mil más o menos. Da luces de que estamos en un camino que hay que sostener. Ahora, si uno quiere ver resultados en aprendizaje, eso toma tiempo. La proyección a nivel global es que el impacto es muy fuerte. Los resultados del Simce vienen pronto y nadie que trabaje en educación puede decir que no serán bajos. Para mejorar ese tipo de situaciones hay que esperar.
¿Cuánto?
Estamos poniendo como meta 2025. En la estrategia de la nueva educación pública hay un marco temporal interesante en esa línea.
Pero en el hoy hay situaciones -narcofunerales o balaceras- que dificultan seriamente el desarrollo de clases en algunos sectores, ¿cómo se resuelve?
Lo primero es que no podemos normalizar que ese tipo de cosas ocurran; que la vida cotidiana y el acceso a algo tan básico como el derecho a la educación se vea alterado por estas situaciones. Nosotros lo estamos abordando coordinadamente con la Subsecretaría de Prevención del Delito y se ha dicho que esto es a propósito de lo reciente, pero es un trabajo desde el año pasado, donde se trabajó, por ejemplo, en estas orientaciones sobre qué hacer cuando ocurre una situación así.
¿Qué nos ocurrió como sociedad que pasamos de la Operación Deyse a la ‘operación balacera’?
Es una acción rápida para buscar una forma de abordar, de un modo coordinado, una situación que es más compleja. Pero hay que tener ojo, porque este tipo de situaciones tienen más matices que ser blanco y negro. Uno entiende -es importante la empatía- que las escuelas y familias estén tensionadas. Como comunidad tenemos que acoger eso, pero lo que no se nos puede perder de vista es el cuidado de la niñez y que este tipo de situaciones tienen un impacto en el bienestar socioemocional de los niños. Hay que tener mucha precaución con las decisiones que se tomen y no podemos naturalizar tener a los niños en simulacros o situaciones así. Pero también hay muchas capas en que el Estado puede y tiene que estar presente y eso es lo que hemos ido haciendo.
Como sea, esos simulacros son signo de que el narco ha ido ganando terreno.
Lo que desde Interior se ha señalado es que tenemos un escenario en que el crimen organizado y el narco son distintos a los de hace algunos años. Eso también hay que mirarlo en perspectiva, porque a veces se piensa que la escuela es un espacio aislado e impermeable al resto de la sociedad. Y no lo es. Si tenemos un crimen organizado distinto eso también llega a la escuela, que es un reflejo de la sociedad.
Dentro de las escuelas los hechos de violencia -peleas u overoles blancos- se mantienen, ¿cómo se le pone freno?
En las escuelas ciertamente se están dando más, hace tiempo, situaciones así. Otro dato de 2018: en octavo básico uno de cada tres niños creía que la violencia es una alternativa para resolver problemas. Y eso uno lo ve en la vida pública, por eso decía que la escuela es reflejo de la sociedad.
Dice que los adultos estamos poniendo ese ejemplo.
Obvio. Tenemos mucha responsabilidad. Por eso desde la escuela es fundamental trabajar estos temas. El aprendizaje se da mucho más que por lo que uno habla, por lo que uno vive. Lo que tenemos que lograr es mostrar una experiencia formativa que sea coherente con los valores que queremos construir, de poder dialogar cuando estamos en desacuerdo, pero eso no se hace solo diciéndoles a los niños que lo hagan.
Los Reglamentos Internos de Convivencia Escolar (RICE) se supone que son la herramienta para abordar ese tipo de situaciones, pero no las han podido contener, ¿hay que repensarlos?
Hay que separar los casos más extremos, como los overoles blancos, que son inaceptables, con casos que tienen que ver más con convivencia en la escuela. Cuando uno busca abordar dos problemáticas, que tienen un diagnóstico distinto, con el mismo instrumento, lo más probable es que nos vamos a equivocar.
Pero hay sostenedores que ante los overoles blancos dicen ‘aplicaremos el RICE’ y seguimos viendo lo mismo.
Ahí hay una necesidad -y se ha ido avanzando en eso- de hacer denuncias. Es importante ir poniéndoles un peso mayor a los temas que tienen que ver con identificar e investigar y hacer que la institucionalidad funcione con los casos que tienen que ver con hechos más delictuales. Para todo lo otro el RICE es una estrategia adecuada, pero tenemos que ir avanzando en cómo usar este tipo de herramientas de un modo más participativo, porque seguimos creyendo que es cuestión de definir cualquier norma y eso basta. Pero es súper importante que esos procesos sean participativos, con un trabajo más robusto de apropiación de la normativa. La formación tiene que ver con ir aprendiendo que vivimos con otros. Cuando uno ve medidas solamente punitivas...
¿Aula Segura?
Por ejemplo, porque estamos perdiendo una oportunidad. Y ahí tenemos otro tremendo problema, que es que, ya, se saca al niño de esa escuela, pero, ¿adónde lo llevamos? Eso es como hacer trampa en el Solitario. Hay que mirar el impacto que tienen las decisiones educacionales en el tipo de sociedad que queremos construir. No basta que yo diga ‘no quiero el problema en mi comuna’ y lo traslado a otra.
¿Qué ha salido en limpio del trabajo coordinado por temas de seguridad?
Diría que los dos grandes temas son, por un lado, orientaciones para el sistema educacional y, por otro, una fuerte coordinación intersectorial, sobre todo en regiones.
¿Cuántos de los 50 mil abandonos del sistema escolar se han recuperado? ¿Saben dónde están?
Sí, estamos trabajando en eso. Cuando empezó la pandemia eran alrededor de 40 mil y para al menos llegar a esas cifras estamos trabajando en la contratación de 1.300 gestores territoriales. Y, además, hicimos un trabajo articulado con Fosis, que tiene un programa con 2.500 personas. Tendremos 3.800 personas yendo a donde están los niños. También tenemos un trabajo con las oficinas locales de la Niñez. No tengo un número para decir cuántos llevamos, pero este año aumentó un poco la matrícula (subió 0,58%, poco más de 20 mil alumnos), que en todo caso no quiere decir que todos sean niños que volvieron, porque hay otros factores como el migratorio.
¿La mejora en cifras de asistencia es definitiva? ¿Ya pasó lo peor y cuál es la meta?
Es alentador en la línea que nos muestra que estamos abordando un problema, pero del que hay que tener siempre presente que es de largo plazo. Tenemos la meta de volver a los indicadores prepandemia, pero en eso hay que ser ambiciosos y querer incluso mejorarlos. Tenemos un plan de reactivación no para volver a lo mismo, sino para algo más atractivo. Confío que ya pasó lo peor, pero no podemos bajar los brazos, no es para celebrar.
¿Qué han sacado en limpio de las jornadas hacia una Educación no Sexista y cómo avanza la ley sobre afectividad y sexualidad?
Se ha sacado en limpio la necesidad de abordar esto por un tema de derecho humano de los jóvenes. Por ejemplo, cómo han aumentado los casos de violencia de género. Hay que entender que cambiar ciertas cosas requiere de formación de niños. Todos los temas vinculados al consentimiento, a una educación sexual integral y responsable desde la perspectiva de erradicar todo tipo de conductas de violencia de género, de abuso, es fundamental, tenemos que educarlo. Hay datos bien reveladores: 55% de los profesores sienten que no tienen herramientas para trabajarlo. Por eso nos parece importante legislar.
¿Por qué cree que genera tanta resistencia?
Toca algo muy personal. Se superpone de alguna manera el derecho de las familias de educar a sus hijos con un derecho de niños que no podemos poner en jaque. Por eso creemos que es tan importante, incluso con temas de salud pública: cómo han aumentado en Chile ciertas enfermedades es bien interpelador.
Pareciera que la palabra ‘sexualidad’ es la que incomoda.
Sí, genera temor. Creo que tiene que ver con algo más profundo de cómo nos cuesta conversar temas en que no tenemos acuerdos. Sobre todo en educación tenemos que poder modelar eso, si no, cómo haremos que los jóvenes aprendan. Hay cosas en que podemos estar en desacuerdo, pero los adultos a cargo tenemos que conversar y llegar a acuerdos en pos de velar por la educación integral de las nuevas generaciones.