Efecto pandemia: aumentan por primera vez en 10 años los escolares que trabajan

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Un estudio realizado por el Ministerio de Educación evidenció que los estudiantes que trabajan mientras estudian aumentaron de 1,3 puntos porcentuales durante 2020 llegando a un 4,9% a nivel nacional. Con esta alza se rompió la tendencia, pues desde 2010 que esta cifra venía a la baja. Tanto autoridades como expertos recalcan que esta situación no es la ideal, pues trae grave consecuencias en su etapa de aprendizaje.


“Era complicado hacer las tareas, porque no me daba el tiempo. Los meses en que trabajaba y estudiaba fueron pesados”. Así describe Harrison Páez (19) su rutina de los últimos meses, antes de egresar de 4° medio, en diciembre pasado.

El joven colombiano migró en agosto de 2019 a Chile, junto su mamá y un hermano menor. Luego llegó la pandemia, la consiguiente crisis económica, y se vio forzado a trabajar. Empezó a atender una heladería. “Llegó un punto en que era muy pesado para mi mamá y la situación no era estable, entonces me tocó aportar”.

Páez no es el único estudiante secundario que, por necesidad, se ha sumado al mercado laboral en los últimos meses. De hecho, por primera vez en casi una década, los casos aumentaron. De acuerdo al análisis del Ministerio de Educación, el porcentaje de jóvenes que van al colegio y, además, trabajan venía en una disminución sostenida desde 2012, alcanzando su menor nivel en 2019, cuando llegó a 2,9%.

Pero en 2020, en plena pandemia y asociado a la crisis económica, la tendencia se quebró. El año pasado los estudiantes que debieron buscar un empleo crecieron al 4,9% del alumnado. Es decir, 31.418 estudiantes de enseñanza media, de entre 17 y 19 años, declararon tener actividad laboral, 7.956 más que el año anterior (ver gráfica).

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Raúl Figueroa, jefe de la cartera de Educación, atribuye este incremento a la crisis sanitaria: “Si bien hay que analizarlo con más detalle, todo indica que esta alza está asociada a los efectos de la pandemia y, en particular, a las consecuencias económicas y a los cierres de escuelas que alejan a los alumnos del sistema escolar”.

Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el mercado laboral chileno presentó una tendencia sostenida al alza desde 2010 hasta 2019, tendencia que se interrumpió en 2020, cuando la cantidad de ocupados cayó ocho puntos porcentuales, pasando del 58% al 50%. Eso significó una pérdida del ingreso para miles de hogares.

Claudio Castillo, académico del Inta de la Universidad de Chile, señala que “lo que han observado la Cepal, la Unicef y la Organización Internacional del Trabajo es que la pandemia ha generado un aumento del trabajo infantil en el contexto de que las escuelas se encontraban cerradas, pues además de eso se produjo una crisis económica y social, lo que hizo que, sobre todo en familias vulnerables y de bajos ingresos, se vieran situaciones de trabajo infantil y adolescente”.

Gabriel (16), estudiante de segundo medio, es otro de estos casos. Empujado por la necesidad de su hogar, en 2020 encontró un trabajo como ayudante en una panadería y cargando sacos. “Mis papás no tenían un trabajo estable como para mantenerme a mí y a mis hermanos. Nosotros somos siete, y no alcanzaba para todos”, relata.

La brecha

Aunque el alza de estudiantes que trabajan se repitió en todo el país, no ocurrió con el mismo impacto en los distintos establecimientos del sistema. En los colegios particulares pagados los alumnos que además trabajan tuvieron una leve disminución, mientras que en el resto hubo un fuerte incremento, el que fue más notorio en los colegios municipales (ver gráfica).

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“Hay una correlación fuerte entre los alumnos de niveles socioeconómicos más bajos y quienes asisten a la educación pública, y es ahí donde los efectos económicos de la pandemia se hicieron más evidentes. Por lo tanto, uno podría concluir que uno de los elementos que hacen que el trabajo juvenil se incremente son las necesidades económicas, precisamente de esas familias”, explica el ministro Figueroa.

De hecho, según un estudio de la Universidad Diego Portales que procesó cifras Casen de 2020, hay 439.307 menores de 18 años que viven en hogares en situación de pobreza (ingresos por persona menores a $ 169.349) y otros 263.738 niños y niñas que se encuentran en condición de pobreza extrema (el ingreso por persona es menor a $ 112.898).

Efectos negativos del trabajo adolescente

En Chile, los mayores de 15 años pueden trabajar, siempre y cuando cuenten con autorización por escrito del padre, madre o de ambos. Además, su jornada laboral no puede ser superior a 30 horas semanales, distribuidas en un máximo de seis horas diarias en el año escolar y hasta ocho horas en el período de vacaciones.

La Dirección del Trabajo es la encargada de fiscalizar el cumplimiento de la normativa asociada a niñas, niños y adolescentes. Fernando Arab, subsecretario del Trabajo, explica que “si no cumple con su jornada escolar, entramos en un ámbito cuya fiscalización resulta más compleja. En este contexto, es importante hacer un llamado a las familias y empleadores a que se preocupen de que los adolescentes trabajadores compatibilicen adecuadamente el trabajo con los estudios, para asegurar así que el tiempo de estudio y la jornada escolar no se vean afectados por la contratación del adolescente”.

Sin embargo, los expertos miran con preocupación que los escolares cumplan una jornada laboral y estudien al mismo tiempo, pues esta carga los puede afectar en diferentes aspectos.

Blanquita Honorato, subsecretaria de la Niñez, señala que “los adolescentes tienen un número limitado de horas al día dedicado al estudio y la otra parte a la recreación, que implica una relación con los pares por la cual los jóvenes construyen su identidad, por lo tanto, cuando no hay tiempo para esto, se crea un problema de identidad y de construcción del ser que pueden generar problemas de salud mental. Es un problema quitarle horas de recreación y dárselas al trabajo”, sostiene.

Ernesto Triviño, director del Centro UC para la Transformación Educativa y académico de la Facultad de Educación UC, también explica que afecta su aprendizaje: “Lo que se ve en los estudios de educación y trabajo es que estos estudiantes tienen pocas oportunidades de cumplir con las tareas académicas externas al horario escolar, y también suelen estar muy cansados y, por ende, con poco foco de atención durante la jornada, y esto se convierte en una desventaja”.

Así le ocurrió a Josefa Vásquez (19), quien relata que le costó estudiar mientras atendía un local de frutos secos: “Sentía que tenía menos tiempo y me sentía en desventaja para hacer las tareas. Estudiaba mientras atendía el local o me quedaba hasta muy tarde”.

Vásquez decidió buscar trabajo en agosto del año pasado, mientras cursaba el último año de colegio. Sin embargo, cuando las clases volvieron a la presencialidad, renunció para concentrarse en las clases.

Hugo Césped, director del Liceo Patricio Aylwin, afirma que la actividad laboral de los alumnos perjudica su asistencia a clases: “Generalmente, cuando trabajaban no se podían conectar y ahí difícilmente el estudiante podía implementar las estrategias que los docentes promovían en sus clases. A los alumnos se les hacía muy complejo, porque tenía que preguntar por otros medios, y no es lo mismo la clase en vivo que la grabación o lo que se les comunicaba vía mail.”

Durante 2020 la asistencia de los alumnos se vio afectada por el cierre de las escuelas, además de quienes faltaban por trabajar. En ese contexto, el ministro Figueroa recalca la importancia de acudir al aula: “La asistencia es un elemento central para el desarrollo de los alumnos, tanto del punto de vista de sus habilidades sociales, su desarrollo socioemocional y, por supuesto, también para el aprendizaje”.

El desafío pendiente

Candy Fabio, oficial de Protección Unicef, sostiene que es necesario crear políticas públicas para evitar que los escolares tengan que trabajar: “No debe caer sobre los niños la responsabilidad de mejorar los ingresos familiares, eso es una tarea de los adultos. Por eso es tan relevante que existan políticas específicas que miren esta situación y que apoyen con ingresos monetarios. Por eso hacemos un llamado para que exista un piso de protección social”.

“Tiene que haber sistemas de protección social que permitan a las familias tener los recursos necesarios para satisfacer las necesidades básicas. Un sistema así que responda rápido a las necesidades puede hacer que familias en situación de vulnerabilidad o de bajos ingresos no tengan que requerir que los niños y adolescentes tengan que trabajar para conseguir ingresos”, coincide el académico Castillo.

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