En marzo del año pasado, el Comité Técnico Asesor del Sistema de Acceso a las universidades resolvió reemplazar la PSU por una nueva prueba de admisión universitaria que, acorde al cronograma, debutará a fines de 2022. ¿La idea? Mover el foco de la medición desde los contenidos memorizados hacia las competencias, con miras a priorizar las aptitudes de los estudiantes en su solicitud de ingreso a la educación superior.
En el intertanto, se dio curso a un proceso de transición de dos años, en el que una nueva modalidad de preguntas y contenidos comenzó a ser puesto en marcha. Y las evaluaciones de los realizadores, hasta aquí, son positivas.
“Tal como lo anunciamos en su oportunidad, hemos querido recorrer este camino de cambios en las pruebas de admisión de forma paulatina, para monitorear el efecto de los cambios realizados”, expone Juan Eduardo Vargas, subsecretario de Educación Superior.
En este período de transición y en línea con lo que viene, ya se consideró una reducción de contenidos y una nueva alineación con el currículum escolar, integrando una proporción creciente de las llamadas preguntas del “nuevo tipo”.
Estas tienen como propósito evaluar competencias necesarias para un buen desempeño universitario e intentan ser más cercanas a las distintas experiencias de los postulantes, con un lenguaje más cotidiano y más ajustadas a las necesidades de las universidades que los acogerán. Este tipo de preguntas, dicen desde la Subsecretaría de Educación Superior, serán “el corazón” de las nuevas pruebas de admisión.
Por ello, agregan, se han considerado las oportunidades de aprendizaje que verdaderamente han tenido los jóvenes, evitando los temas donde no haya certeza de que hayan sido impartidos en el alumnado. Y si bien esto reduce los contenidos a considerar, los mismos entendidos aseveran que no se trata de una prueba más fácil, sino una más moderna y de mayor calidad.
“Las nuevas pruebas evaluarán competencias, es decir, tanto el saber, como el saber hacer, integrando conocimientos y habilidades. El objetivo central de este y los otros cambios es contar con pruebas de mayor calidad, más pertinentes, equitativas y justas, acordes a los cambios en el sistema de acceso, inspirados en aumentar la flexibilidad para acoger una mayor diversidad y aumentar la equidad de la admisión universitaria”, dice Leonor Varas, directora del Demre, el órgano técnico encargado de la construcción de las pruebas.
La transición
Para entender el proceso que culminará con las nuevas pruebas, hay que repasar la fase de transición en curso, que ya da luces del futuro. De hecho, la última prueba que se rindió los primeros días de diciembre, así como la que se hará el próximo invierno (la última de la transición) tienen bastante más de la nueva prueba que de la antigua Prueba de Selección Universitaria, PSU.
La primera versión de la PDT (Prueba de Transición, de fines de 2020) ya redujo de 80 a 65 el número de preguntas en las pruebas obligatorias (Matemática y Lenguaje) y sustituyó el 25% de las preguntas PSU por las del nuevo tipo.
En esa oportunidad, acorde a las autoridades de Educación, los resultados mostraron una promisoria reducción de las brechas de puntajes, principalmente entre estudiantes de establecimientos públicos y privados. Así, mientras en 2020 los egresados de colegios particulares pagados obtuvieron 119 puntos más que los alumnos de establecimientos municipales en Lenguaje, en el primer año de la PDT la diferencia bajó a 106, es decir, se redujo en 13 puntos. En el mismo período, la brecha en Matemática bajó de 131 a 129, en Ciencias cayó de 130 a 127 y en Historia pasó de 119 a 113.
Más notorio fue lo que ocurrió entre los colegios científico-humanistas y técnico-profesionales, donde en Comprensión Lectora la diferencia se acortó en 14 puntos (95 a 81), mientras que en Matemática se redujo en ocho (de 88 a 80).
Así, en pos de seguir avanzando, en la prueba recientemente aplicada las preguntas del nuevo tipo abarcaron un 50% del cuestionario. Pero no fue lo único, puesto que adicionalmente se redujo el número de temas en la prueba electiva de Historia y Ciencias Sociales y con ello el número de preguntas, que también pasaron de 80 a 65. Además, en la prueba de Ciencias, si bien se mantuvieron las 80 preguntas, en el módulo común aumentó el requerimiento de habilidades científicas, que apuntan a los conocimientos sobre la ciencia y cómo se hace ésta.
En esta última prueba el número de preguntas no se puede reducir, toda vez que consta de dos partes: una común y una electiva. Así, la parte común va transitando a una prueba transversal y fundamental, y la electiva es de biología, física o química, con preguntas de tercero y cuarto medio.
Más cambios
El nuevo formato de la prueba de admisión, dicho está, debutará a fines del próximo año. En éste, las dos pruebas obligatorias contendrán un 100% de preguntas del nuevo tipo y estarán alineadas con el currículum de séptimo básico a segundo medio.
“Esperamos que el incremento en el número de preguntas del ‘nuevo tipo’ siga la senda de disminución de brechas observada en la primera Prueba de Transición aplicada, pero creemos, en todo caso, que implementar los cambios en forma gradual es lo más prudente, sobre todo en el contexto actual”, señala el subsecretario Vargas.
También debutará la nueva prueba electiva de Matemática, la que estará dirigida principalmente a carreras que requieran un desarrollo más profundo de ese tipo de competencias para su formación universitaria. Los detalles de esta prueba se espera que sean anunciados durante la segunda quincena de enero de 2022.
La visión de los expertos
¿Qué dicen al respecto quienes han estado siguiendo el proceso?
Para Gonzalo Muñoz, académico de la U. Diego Portales y exjefe de la División General de Educación del Mineduc, “la evidencia que tenemos es insuficiente para concluir si la Prueba de Transición es mejor que la anterior”. De hecho, señala que se necesitan “varias aplicaciones adicionales de los cambios que se han realizado a la prueba para saber si esta nueva evaluación aporta justicia al proceso de admisión, cuestión central dada la desigualdad de nuestro sistema”.
Desde Educación 2020, Alejandra Arratia, directora ejecutiva de la organización, dice que valora el espíritu de los cambios, “que han ido avanzando hacia disminuir de alguna manera los sesgos que pueda tener la prueba en términos de equidad”. También valora que se haya disminuido la cantidad de preguntas, que se avance en aquellas de más competencias, que se pueda dar dos veces en el año, que sigan aumentando los cupos de admisión especial y que se haya disminuido el peso específico de la prueba, “pues permite ampliar las fuentes de información que permitan reportar cómo ha sido la trayectoria educativa de un joven”.
Asimismo, Ana Luz Durán, decana de la Facultad de Educación de la Universidad San Sebastián, recuerda que cuando se acabó la antigua PAA y se dio paso a la PSU, la discusión era transitar de habilidades a contenidos “y hoy estamos volviendo a ese punto atrás, básicamente, porque se quiere avanzar hacia el desarrollo de mayores habilidades en términos de escritura, análisis y las matemáticas básicas, disminuyendo la importancia del contenido”. Por eso, cree vital “volver a hacer las definiciones para actualizar las pruebas de ingreso a las universidades, porque las generaciones y los perfiles de ingreso van cambiando”.
Por su parte, Ruth Arce, directora de Pedagogía en Educación Media de la U. Diego Portales, dice que la PSU, desde sus inicios, demostró que no reflejaba lo que aprendían los estudiantes en el sistema escolar, mientras que la “la PDT ya fue un avance importante para probar algunas preguntas y hacer que el sistema de admisión sea más acorde a la realidad”. Esto, porque, según ha visto, la nueva prueba “va dejando atrás gradualmente el contenido en sí mismo, el duro, y empieza a trabajar más en la necesidad de que los estudiantes demuestren habilidades transversales, es decir, no solo mostrar que sé contenido, sino que sé manejarlo y aplicarlo”.
En cuanto a los desafíos venideros, Muñoz expone que uno de los principales de la nueva prueba “será sostener en el tiempo la priorización de contenidos que ya se hizo en la prueba de transición y que seguirá siendo indispensable en el contexto de pospandemia”, aunque, en cualquier caso, y más allá de seguir mejorando el instrumento, el académico piensa que la discusión de fondo “sigue siendo cómo avanzar hacia un sistema de admisión mucho más integral, que considere, por ejemplo, cuotas de acceso de estudiantes vulnerables y una expansión de la lógica de programas de acompañamiento estudiantil”.
La decana Durán, en tanto, cree necesario que se les dé oportunidad a las instituciones de la educación superior de que tengan sus propios sistemas de admisión: “Un porcentaje para talentos diversos, que se concretice que tengan sus propios sistemas de acceso complementario al centralizado, porque es importante recoger la diversidad de perfiles, no solo socioeconómicos, sino que también la diversidad de los territorios”. Esto, asegura, beneficiaría sobre todo a las universidades de las zonas extremas.
Asimismo, la directora Arce opina que un instrumento “nunca es definitivo”, porque las generaciones y necesidades van cambiando, y que esta misma prueba definitiva que viene, también “tendrá que ser evaluada, tal como la PSU”. Pero, añade, “no hay que concentrarse solo en la prueba misma, sino que en el sistema general, considerando, por ejemplo, que las notas del colegio tengan mayor valor o que existan más pruebas especiales de admisión.