Fueron surgiendo de a poco, a contar de marzo de 2020, coincidiendo con la llegada del coronavirus al país y la posterior crisis económica que gatilló la pandemia. Tres meses después, hace justo un año, ya se habían masificado: 881 ollas comunes llegaron a contabilizarse, solo en comunas de la Región Metropolitana.
Se instalaron en medio de barrios, poblaciones y campamentos, con ayuda de los municipios, organizaciones sociales o con las despensas de los propios vecinos, quienes, ante la adversidad, resolvieron aunar fuerzas para ayudarse entre ellos.
El movimiento, que tiene de solidaridad y angustia, no se ha detenido. Aunque sí ha visto una reducción de los comensales, de la mano con la reactivación que ya anotan distintas actividades productivas del país.
Un tercio de estos comedores sigue activo en la capital. Al menos 325 de ellos, a partir de un sondeo que realizó La Tercera en 31 comunas de la Región Metropolitana que entregaron información.
Una de estas iniciativas es la que dirigen Amalia León (58) y Anita Valenzuela (54), desde la olla común “Vecinas Cesantes en la Lucha”, ubicada en Cerro Navia. De lunes a viernes preparan un plato distinto: el último jueves fue lentejas con longaniza, en dos tambores que entregan 150 raciones.
Hace un año entregaban 100 almuerzos más por día y cuentan que la baja se produjo, principalmente, porque hay menos vecinos acercándose con sus cacerolas y recipientes. Algo que estaría asociado a las ayudas fiscales.
“Por los bonos que han entregado ha venido menos gente, hay menos necesidad. Pero igual, siempre entregamos sobre 150 raciones al día”, explica Amalia, quien estudió técnico en alimentos y trabajó para la Junaeb hasta que le detectaron un cáncer a la tiroides, cinco años atrás. Desde entonces se ha dedicado a cuidar su salud y ejercer como dirigenta de la Unidad Vecinal La Esperanza N°9, de Villa Italia.
Eso hasta mayo de 2020 cuando, junto a otras siete mujeres, decidió empezar a preparar almuerzos en la sede vecinal para residentes de la comuna que hubieran perdido sus empleos. “Esto lo hacemos para palear la cesantía y el hambre de nuestros vecinos, pero también viene gente de otras comunas. ¿Será que les gusta nuestra mano?”, añade sonriendo.
De acuerdo al sondeo realizado, las comunas con más ollas comunes vigentes son las siguientes:
Comuna | Ollas comunes |
---|---|
La Pintana | 40 |
Pudahuel | 40 |
Cerro Navia | 29 |
San Bernardo | 28 |
Peñalolén | 20 |
Quilicura | 20 |
Lo Prado | 20 |
Conchalí | 19 |
La mayoría son iniciativas independientes y autogestionadas por vecinos gracias a donaciones de terceros, pero algunas reciben apoyo municipal a través de financiamiento o suministros. En total, en la Región Metropolitana se entregan aproximadamente 25 mil raciones de comida al día, tanto al almuerzo como a la hora de once.
Un detalle significativo sobre las ollas comunes vecinales es que son principalmente lideradas por mujeres, como el caso del comedor que dirigen León y Valenzuela. Solo en la comuna de Cerro Navia, el 70% de ellas son administradas exclusivamente por vecinas. Y no se limitan a las colaciones de los vecinos: en las noches también reparten avena con leche a personas en situación de calle y gestionan donaciones de ropa.
Proteína: el ingrediente que escasea en los platos
En la olla común “Vecinas Cesantes en la Lucha” eran, originalmente, ocho las dirigentas, pero a medida que fueron encontrando trabajo dejaron de asistir al comedor. Por suerte, las donaciones del Banco de Alimentos de la Municipalidad de Cerro Navia y de Núcleo Humanitario no han escaseado. Estos organismos proveen de todos los insumos necesarios para continuar con la iniciativa.
“Yo llegué como al mes de que comenzó esta olla y ya ha pasado un año. Los vecinos nos llaman ‘tía’ y nos esperan todos los días”, comenta Anita Valenzuela. Junto a su vecina Amalia llegan a las nueve de la mañana para lavar las verduras, picar las cebollas, zanahorias y pimentones y organizar el almuerzo del día, asegurándose siempre de que sea distinto al del día anterior y al del siguiente. Pasadas las tres de la tarde, luego de limpiar los tambores y asear la sede vecinal, ambas se dirigen a sus hogares junto a sus familias.
Los alimentos que más se repiten entre las ollas comunes de la Región Metropolitana son las legumbres, papas, arroz, verduras y frutas. Aunque existe otro factor común: la escasez de productos altos en proteína como carne, pollo y cerdo. “No podemos darles solo arroz y legumbres, necesitamos la proteína, por temas de salud. Yo me preocupo y cocino pensando en que es para mis hijos”, explicó Valenzuela.
Una situación similar atraviesan las dos “cocinas comunes” del campamento Dignidad, en La Florida, donde viven más de dos mil personas. Desde la organización El Hambre No Espera, la vocera, Alexandra Galvis (38), comenta que “la idea era que aquí se levantaran cocinas porque no había infraestructura suficiente para partir cocinando ollas comunes. Llevamos más de un año trabajando, construimos cinco y hoy funcionan dos de ellas”.
Estas cocinas entregan más de cien raciones diarias. Aunque, con la disminución en las donaciones, la proteína se ha vuelto la excepción y no la norma en los platos.
El perfil de los comensales
Las personas que acuden a las ollas comunes con sus cacerolas y recipientes para recibir los alimentos, en general, son vecinos que se encuentran cesantes, vendedores ambulantes, dueñas de casa con ingresos mermados, personas en situación de calle, migrantes no documentados y muchas personas mayores. En el caso de la olla común “Vecinas Cesantes en la Lucha”, además, hay dos voluntarias que hace más de un año entregan las raciones de comida en los domicilios de vecinos de edad avanzada o que están postrados.
La iniciativa de Joceline Parra (33), llamada La Olla por la Dignidad Recoleta Norte, también ha visto una caída de los vecinos necesitados, lo que ha redundado en el cese de algunos de estos comedores improvisados. Parra destaca que durante 2020 había otras quince ollas en ese territorio y actualmente solo funciona la suya y otra más. “La primera baja de asistentes ocurrió por el primer retiro de las AFP, pero sigue viniendo gente que nunca ha cotizado y personas que no tienen domicilio. Entonces, como nunca pudieron inscribirse en el Registro Social de Hogares, no recibieron el Ingreso Familiar de Emergencia”.
Por otro lado, el desgaste físico y emocional que gira en torno a este trabajo, al cabo de un año, se hace sentir y es un factor que Anita y Amalia conocen bien. Aunque ambas pensaron en tomarse una semana de receso, para reponerse de ese agotamiento, la incesante asistencia de vecinos las llevó a tomarse solo tres días.
Otro factor que preocupa a las dirigentas es el temor al contagio. “Menos mal ninguna de las dos se ha contagiado, las dos estamos vacunadas. Nosotras también les recordamos a los vecinos que mantengan la distancia y que usen el alcohol gel que nos donaron”, asegura Anita.
La dupla de mujeres no ha dejado de trabajar y, al igual que las líderes de otras ollas comunes, cuentan con un permiso municipal para seguir funcionando durante las cuarentenas. Sin embargo, dicen, les preocupa que los vecinos que asisten a buscar raciones de comida no cuenten con sus permisos para desplazarse y puedan ser detenidos. Pese a esto, Amalia destaca que “mientras nosotras recibamos la ayuda de los donantes, estaremos bien y vamos a seguir acá ayudando a los con más necesidad”.