Boston para turistas civilizados
<img style="padding: 0px; margin: 0px;" alt="" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200910/550385.jpg" width="81" height="13"> Quizás un día despierte con la loca idea de mandarse a cambiar a un lugar donde lo ondero es lo políticamente correcto. Aquí le ofrecemos una guía para visitar ese destino.
No todos quieren unas vacaciones en guayabera. Con los pies calzados en condoritos, arena, mar y sol.
Quizá, justo ahora, usted necesite un poco de formalidad. De buenos modales.
Cansado del mal humor de los santiaguinos o de los contratiempos de la vida silvestre, quizás usted despierte un día con la loca idea de mandarse a cambiar a un lugar civilizado. Sí, a un sitio donde lo políticamente correcto -lo polite- es lo que "la lleva".
Pues bien, le informamos que ese destino se llama Boston y está ubicado en el estado de Massachusetts, Estados Unidos.
Una buena idea es partir el periplo por la vecina Nueva York, para notar el contraste. Por supuesto que Manhattan tiene una bohemia y un ritmo trepidante insuperables. Pero ya dijimos que la idea es partir a un lugar donde cualquier exceso es mal visto, precisamente, porque a estas alturas usted ya está harto de excesos de todo tipo y un poco de empaquetamiento, de sobriedad, no le vendría nada de mal.
Para cerciorarse de que ya cruzó la frontera Nueva York / Massachusetts pregunte, por ejemplo, dónde queda la estatua de Benjamin Franklin, hijo ilustre de la ciudad que nos convoca. Si quien le responde es un bostoniano auténtico, se tomará todo el tiempo del mundo en explicarle, a diferencia del neoyorquino, que siempre anda apurado. Además, lo hará con un acento muy british y con una sonrisa de oreja a oreja que puede no ser sincera, pero, como sabemos, la honestidad poco y nada tiene que ver con la buena educación. Más bien, los modales exquisitos están emparentados con la hipocresía y, por lo mismo, si vuelve a preguntar por enésima vez y el aludido mantiene la compostura, hay casi un 100% de posibilidades de que ya se encuentra en el lugar que vio crecer al clan Kennedy.
Ya en tierra derecha -y como esta vez la idea de sus vacaciones es dejar atrás la utopía del buen salvaje-, lo que corresponde es comportarse a la altura de las circunstancias. Es decir, hacer lo que se conoce como turismo altamente educado o polite, en buen gringo.
Para empezar, olvídese de que es chileno, latino, mestizo o cualquier otra denominación exótica. También pase por alto el dato de que tiene algún apellido o antepasado anglosajón. En Boston, todos son ci-vi-li-za-dos: esa es la patria común y usted debe actuar en consecuencia.
ENTIBIE EL CUERPO
Es obligatorio para el turista educado recorrer el circuito conocido como The Freedom Trail. Primero, porque es gratis y, segundo, porque en estas cuadras del centro de la ciudad se resume buena parte de la historia de Estados Unidos. Específicamente, de su independencia con episodios como la Masacre de Boston y el Motín del Té. Visite Faneuil Hall, mercado y plataforma de oradores como el héroe patriota Samuel Adams y de otros de la era moderna como Bill Clinton. Y ya que está en esta ruta, haga una parada en The Union Oyster House, local establecido en 1826 y que ostenta el récord de ser el restaurante más antiguo de América. Una vez instalado, por casi US$ 6, entibie el cuerpo con un insuperable caldo de almejas (clam chowder), y por otros US$ 13,95 engulla el plato tradicional de la zona -fish and chips-, que viene a ser el mismo que en Londres. Entonces, le quedará claro por qué Boston, Massachusetts y en general la costa este de Estados Unidos es también conocida como la Nueva Inglaterra.
Concluido su freedom trail, puede partir de shopping como lo haría en Miami, sin pasar por un turista consumista y vulgar.
Ahora, si lo que busca es convertirse en un nativo más (de Boston, se entiende), parta a The Sail Loft, frente al océano, y pruebe el mejor caldo de langosta (lobster bisque) por menos de US$ 5. Este lugar es tan, pero tan bostoniano, que en la puerta hay un letrero que advierte que la entrada está permitida sólo a quienes cuentan con una licencia de conducir certificada en Massachusetts.
CRITICO IMPROVISADO
En Boston, como sabemos, no es llegar y pasearse vestido como a uno se le antoja (es decir, hay libertad total, pero ganada a costa de siglos de educación). Si usted, por ejemplo, todavía no entiende que lucir pieles es sinónimo de una cultura jurásica, por favor restrinja su uso a sectores ultra fancy y con escasa conciencia ambiental como Newbury Street. Aquí podrá toparse con señoras acompañadas de mayordomo que compran en tiendas de lujo y no arriscan la nariz si lo ven usando un abrigo de oso panda.
En cambio, si lo suyo es lo ondero, lo trendy, inclínese por un barrio donde abunde lo joven y diverso, como Somerville. Tome el metro y parta de compras a Charles Street, en Beacon Hill. Aquí puede vitrinear capeando medio metro de nieve con polainas hasta las rodillas. No se sorprenda si su tejido chilote todo apolillado llama la atención de un cazador de tendencias (los coolhunter abundan en la zona) que decide que su improvisado atuendo es una apuesta fashion, lo fotografíe y de esta forma aparezca usted mismo como la revelación de la próxima temporada otoño-invierno.
Otro don de gentes muy preciado es demostrar un amor incondicional por los animales, en especial, por los perros. En Massachusetts un can es más que el mejor amigo del hombre, porque seguro que usted no lleva de compras a su mejor amigo a tiendas de mascotas como Four Preppy Paws (como se trata del Primer Mundo, la moda preppy o formal ya se instaló en los cuadrúpedos) y se gasta una fortuna en accesorios para que el cachupín ande a la moda.
Aunque, perdón, en Boston no son los quiltros el fenotipo que más abunda. Esta temporada, la raza más popular que movía su cola por los amplios parques de la Commonwealth Avenue, es el corgi: un pequeño perro pastor parecido al zorro que no por nada es el favorito de la Reina Isabel.
Por último, sería hacer la del mal educado partir de Boston sin visitar Cambridge, donde se emplaza Harvard. Por cero peso recorra The Coop (The Harvard Cooperative Society), una librería fundada en 1882 por un grupo de estudiantes y que, hasta ahora, es lo más parecido a la biblioteca absoluta de Borges que conozco. Tres pisos con cientos de estantes de libros, donde es bien visto dejar pegado un papelito con un improvisado comentario de sus lecturas.
En una de las mesas centrales de The Coop, de las más visibles, se promociona la obra de Roberto Bolaño y un libro de entrevistas -The last interview- que incluye una realizada al autor de Los detectives salvajes por Héctor Soto. No pierda la oportunidad de cortar un pedazo de papel, anotar sus opiniones, dejarlas en el mueble y de sentir orgullo de ser shileno.
Con recato eso sí, porque estamos en Boston.
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