Citizenfour: el documental sobre el analista que sabía demasiado
El documental ganador del Oscar sigue los pasos que llevaron a Edward Snowden a convertirse en la amenaza de Washington.
Llevaba ya unos días alojado en el décimo piso de un hotel hongkonés. Corría junio de 2013 y gracias a él, comenzaba a gestarse una filtración inédita de datos en la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU. (NSA), que a su vez reveló lo que alguien llamaría "la mayor violación de la libertades civiles en la historia estadounidense". Ahora, nervioso pero decidido, daba lo que creía debía ser el paso siguiente: revelar al mundo su identidad a través de The Guardian, periódico británico al que suministró la información que hizo posible el primero de varios "golpes" noticiosos.
"Mi nombre es Ed Snowden, tengo 29 años y trabajo en Booz Allen Hamilton como analista de infraestructura para la NSA en Hawaii", dice para comenzar. Y continúa: "He sido ingeniero de sistemas, administrador de sistemas, asesor senior de la CIA, consultor de soluciones y directivo de sistemas de información en telecomunicaciones".
Responsable de la divulgación de millones de capturas ilegales de información, fue de golpe y porrazo uno de los rostros más famosos del orbe, aparte de enemigo número 1 para Washington, que pidió su extradición alegando actos de espionaje que comprometieron información sensible. El minuto en que da el paso a convertirse en tamaña celebridad fue registrado por la documentalista Laura Poitras, que estaba en la habitación junto a dos periodistas del Guardian (Glenn Greenwald y Ewen MacAskill). Y pasaría a formar parte de Citizenfour, que acaba de ganar el Oscar a Mejor Largometraje Documental.
El propio Snowden lamenta en el filme que las revelaciones periodísticas se centren normalmente en tal o cual rostro, más que en la información a secas y sus consecuencias. "Yo no soy la historia", dice. Lo que importa, en este caso, es la arrasadora invasión de la privacidad y la conculcación de libertades que están en juego cuando un gobierno puede tener acceso a mil millones de conversaciones telefónicas por minuto. Esta cinta se propone entrar por ambos lados. Y no le va mal.
Con la producción ejecutiva de Steven Soderbergh (La gran estafa), Citizenfour acaba de vivir la instancia más masiva y validatoria concebible para un documental. Es cierto que venía haciendo ruido desde octubre, cuando se presentó en el Festival de Nueva York. Pero las decenas de millones que supieron del reconocimiento a la película la noche del domingo, son otra cosa.
No es claro que llegue a alguna sala local (de momento, está en la "lista larga" del Fidocs 2015), pero de que circula, circula.
CUAL NOVELA DE LE CARRÉ
La noche de ese domingo, Laura Poitras tuvo la oportunidad que en años anteriores aprovecharon colegas como Errol Morris, por Niebla de guerra, y Michael Moore (por Fahrenheit 9/11). Y no la dejó pasar: "Las informaciones que hizo públicas Edward Snowden", dijo en su discurso de aceptación, "no sólo exponen la amenaza a nuestra esfera privada; también, a nuestra propia democracia. Cuando las decisiones más importante que nos afectan a todos se toman en secreto, perdemos nuestra capacidad de controlar al poder".
Snowden fue un whistleblower, un informante que sabe demasiado porque lo sabe desde adentro, como lo fue "Garganta Profunda" para The Washington Post en los tiempos de Nixon. Fue él quien contactó inicialmente a Poitras, según cuenta la película. Persuadido de exponer lo que consideraba un atropello inexcusable, acudió a la documentalista, que ya había tenido lo suyo con Washington: autora de premiados filmes sobre las incursiones de EE.UU. en Irak (My country, my country, 2006) y Yemen (The oath, 2010), ya al terminar el primero figuraba en las listas de vigilancia del Departamento de Seguridad Nacional.
A principios de 2013, y usando Citizenfour como su "chapa", Snowden contactó a Poitras a través de un e-mail encriptado. Conocía su perfil, confiaba en ella y le ofrecía acceso privilegiado a información sobre las intercepciones ilegales de la NSA. La cineasta, que llevaba buen tiempo investigando las labores de este organismo, debió esperar meses para concretar una reunión en el señalado hotel hongkonés.
A ella no se le ve, pero se le escucha. Y sus textos en pantalla van contando una historia que por momentos alcanza el vértigo del mejor thriller: que se mueve entre Hong Kong, Moscú, Berlín, Bruselas, Río de Janeiro y varias ciudades de EE.UU. Que sabe de adrenalina periodística y de silencios absolutos, de insospechadas idas a negro y de un soundtrack a la medida, creado por Trent Reznor y Atticus Ross, ganadores del Oscar por la música de Red social.
Los tiempos de la noticia no son los tiempos del documental. Poitras, que conoce ambos mundos, sabe arreglárselas y no desaprovecha la ocasión de retratar al hombre que ha estado en boca de todos y que hoy está asilado en Rusia. De hacernos oírlo tragar saliva cuando cuenta cómo eran sus rutinas. O de mostrarlo echándose gel en el pelo mientras en la TV, al lado suyo, un comentarista de la BBC afirma que su historia parece sacada de una novela de John Le Carré. Algo pasa ahí y hay una cámara para registrarlo.
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