Columna de Ascanio Cavallo: El instinto suicida
La DC ha vivido siempre dividida entre los que quieren afirmar su pertenencia a un centro equilibrado y ecuánime, puramente imaginario, y los que creen que su destino está ligado a una alianza con la izquierda.
La DC fue arrastrada al fondo de sus posibilidades por la que puede ser la junta nacional más absurda de su historia, una junta que siempre supo que si decidía en contra de su presidenta y candidata se exponía a quedar sin presidenta y sin candidata a tres semanas del cierre de las inscripciones. E increíblemente, como el escorpión montado sobre la rana, decidió en contra.
Lo que lleva a los partidos a comportarse de esta manera suicida es uno de los grandes misterios de la política, pero está claro que ocurre con más frecuencia cuando se juntan la confusión ambiental con las directivas toscas. Caso previo: el PS.
A diferencia del PS, que aún no se da cuenta de lo que produjo, el suicidio de la DC resultó fallido. El instinto estaba actuando, pero, quizás por su estridencia, abrió la oportunidad para que la ofendida presidenta y candidata, Carolina Goic, resucitara con la sorpresiva posibilidad de representar una "remoralización" de la política. La tenaz resistencia del diputado Ricardo Rincón calza inopinadamente con el rechazo social al maltrato de las mujeres, pero abre también el escenario para castigar otras incorrecciones.
Lo que Rincón no comprendió -y quizás aún no lo hace- es que su desafío a Goic confirmaba, en un oscuro nivel simbólico, las acusaciones que sufrió 15 años atrás, y le daba a la candidata la oportunidad de castigarlo de tal modo que cualquier reacción defensiva tendrá costos cada vez más altos. Quién lo iba a decir: una candidatura à la Macron.
Por supuesto, los primeros en echar a perder sus oportunidades suelen ser los propios candidatos. Pero el jueves, Goic salió por arriba, que es como se llama a esos pequeños instantes donde un dirigente puede combinar virtuosamente la moral de las convicciones con la moral de la responsabilidad. Quién lo iba a decir: una candidatura tocada por la virtud.
La semana infernal que tuvo la DC reflotó también esos episódicos pronósticos sobre su crisis "terminal", una enfermedad que se le viene diagnosticando desde los años 70, casi siempre con más deseos que bases factuales. De una manera similar, Pinochet primero, y la derecha después, estuvieron vaticinando la muerte de la Concertación desde 1988 en adelante. Y, sin embargo, para matar a la Concertación fue necesario crear un imbunche, la Nueva Mayoría, y alinear tras ella a un repertorio de ambiciones, necesidades y apetitos con un grado variable, pero siempre relevante, de oportunismo.
¿Qué se debe crear para matar a la DC?
Por ahora, puede ser más útil aceptar que la DC es una anomalía procedente del siglo XX, una singularidad de la política chilena, similar a lo que son, por ejemplo, el PPD o el Partido Humanista. Curiosamente, pocos analistas se preocupan de la persistencia del PPD o el PH, que no existen sino en la imaginación local, mientras que la DC lucha por subsistir en Alemania, Italia, Venezuela, Bélgica, Centroamérica, espacios donde alguna vez fue mucho más que una sombra.
La DC irrita, por lo general, a los que requieren radicalidad -izquierdas versus derechas, pobres versus ricos, creyentes versus agnósticos, generosos versus egoístas-, a todos los muchos que sienten que la ambigüedad política es intolerable y a los que creen que no se puede vivir con contradicciones. Y tienden a predominar, sobre todo en esa ancha faja del llamado progresismo, los que detestan el sesgo religioso de la DC, que en esto, como en lo demás, se desliza por el medio: ni confesional ni escéptico.
Pocos candidatos habrán tenido el poder que esta semana ha acumulado Carolina Goic. Las únicas amenazas relevantes provienen de su propio entorno: la intromisión de la familia, el anecdotismo, la banalización.
Esa presión que se le impone desde fuera ha sido también parte de su vida partidaria. La DC ha vivido siempre dividida entre los que quieren afirmar su pertenencia a un centro equilibrado y ecuánime, puramente imaginario, y los que creen que su destino está ligado a una alianza con la izquierda. Esta última corriente creció a la sombra de Radomiro Tomic, que en 1970 lanzó la convocatoria a la "unidad del pueblo" y la izquierda le respondió creando la Unidad Popular, que era lo mismo, pero sin Tomic.
En realidad, la única materialización de esa idea ha sido la Concertación, y su muerte es lo que está en el fondo del renacido debate entre la ubicación de centro o de centroizquierda, aunque esas figuras son igualmente inútiles cuando nadie quiere ser tu aliado.
En la Concertación siempre hubo algún grupo al que le disgustaba la alianza con la DC, pero no llegó a tener hegemonía hasta estos últimos dos o tres años, cuando la dinámica propia de la Nueva Mayoría fue modificando los poderes dentro de los otros partidos socios. De esto no se dio cuenta –o no quiso hacerlo- buena parte de la dirección de la DC en los años de la Nueva Mayoría.
Hoy es evidente que la candidatura de Goic ha sido cooptada por el sector más de "centro" de la DC, pero eso se debe, precisamente, a que el sector más de "centroizquierda" fue incapaz de vislumbrar la soledad en que lo estaban dejando sus socios, miopía de la que participó –todo hay que decirlo- la misma Carolina Goic.
En cambio, no es verdad que el sector más de "centro" pueda reflotar la tesis sesentera del "camino propio", pero no porque le disguste, sino porque es inviable.
La política de alianzas ha pasado a ser una obligación de los partidos, y ella significa también, o quizás sobre todo, observar con cuidado qué está pasando con los posibles aliados.
Pocos candidatos habrán tenido el poder que esta semana ha acumulado Carolina Goic. Las únicas amenazas relevantes provienen de su propio entorno: la intromisión de la familia, el anecdotismo, la banalización. La beatería confundida con ética. El infantilismo. Las ganas de ser querida. La peste de la bondad.
Hasta aquí, todo lo que le ha pasado a Goic ha ocurrido por añadidura o ha caído del cielo. La política también se hace de casualidades, y muchas de esas casualidades tienen una dirección histórica que es casi imposible desentrañar mientras están ocurriendo. Pero hay un punto en que los dirigentes deben tomar el volante y arrollar los obstáculos. La inercia es también parte del repertorio de los instintos suicidas.
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