¿Cómo se inspiraban las grandes mentes?
Benjamin Franklin escribía desnudo y William Faulkner dormía de día. Libro recoge los rituales que inspiraron a las mentes más brillantes de la historia.
¿CUÁL es la fórmula de los cráneos privilegiados de la Historia para convocar musas? Al periodista Masson Currey le picó la curiosidad en 2007 y empezó a recopilar en un blog las agendas diarias, las manías y los horarios de artistas y científicos de éxito. El blog fue engordando, hasta que se convirtió en Rituales cotidianos, publicado por editorial Turner, y dónde da las claves de cómo se le iluminaba el piloto automático de 177 lumbreras.
Dormir es el mejor (y el más barato) afrodisíaco creativo. Algunos, como Descartes o William Styron, dormían más de 10 horas. El más madrugador fue Balzac. Cuando estaba embarcado en algún nuevo libro su horario era monacal. Cenaba frugalmente a las seis de la tarde y se iba a la cama. A la una de la madrugada ya estaba en pie. Se iba a su escritorio y se pasaba unas siete horas seguidas bebiendo una taza de café negro tras otra.
Los compositores clásicos también se rebelaron contra la legaña. Beethoven, Mahler o Schubert abrían el ojo al amanecer. "Siempre me peinan a las seis de la mañana y ya a las siete estoy completamente vestido", apuntaba Mozart. De entre los vivos, el récord es para Haruki Murakami, que se despierta a las cuatro de la mañana, trabaja cinco o seis horas y luego se va a correr por el campo.
Uno de los hábitos favoritos de Benjamin Franklin en sus últimos años era el baño de aire. El estadista estadounidense contó en sus diarios los pormenores del asunto: "Me levanto temprano casi todas las mañanas, y me siento en mi aposento sin ropa, media hora o una hora, según las estación del año, leyendo y escribiendo. Esta práctica no es en absoluto dolorosa, sino por el contrario, muy agradable".
Immanuel Kant no salió jamás de su ciudad natal, donde impartió el mismo curso en la universidad durante 40 años. Su criado le levantaba a las cinco de la madrugada. Almorzaba siempre a la misma hora y a las tres y media daba su famoso paseo. Se iba a la cama exactamente a las 10. No se le conocen muchas amigas y tan sólo un amigo íntimo, con quien solía cenar de vez en cuando. Sus biógrafos se han peleado últimamente tratando de desmontar la imagen de hombre robótico que queda del filósofo alemán. Pero es un hecho que su enfermedad, un defecto congénito en su caja torácica que le comprimía el corazón y los pulmones, marcó profundamente su vida, y su obra.
Ingmar Bergman facturó decenas de películas y obras de teatro, hizo además series para la televisión, escribió óperas y varias novelas. Los temas son siempre los mismos: incomunicación, soledad, religión, amor, muerte, locura. "He estado trabajando todo el tiempo y es como un gran torrente que atravesara el paisaje de tu alma", explicó.
Antes de recluirse en una vieja finca sureña con su mujer y el whisky, William Faulkner compaginó varios trabajos con la creación de sus novelas. Fue periodista, pintor y cartero. Escribió una de sus mayores obras, Mientras agonizo, por las tardes antes de fichar en el turno de noche como supervisor de una planta eléctrica. El horario nocturno le venía bien: dormía unas pocas horas por la mañana y escribía toda la tarde. De camino al trabajo visitaba a su madre y echaba algunas cabezadas durante el turno, que tampoco es que fuera muy duro.
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