Contardo tiene corazón
En sus columnas y artículos en La Tercera, en sus libros, en las redes sociales y en sus intervenciones públicas, el periodista y escritor Óscar Contardo saca aplausos y consigue detractores por sus comentarios ácidos y tajantes. Ahora, en su reciente libro Fuera de lugar, que recopila crónicas publicadas en los últimos diez años, vuelve a la carga y muestra, entre otras cosas, su lado más íntimo.
Primer acto: se estira los rulos de su cabeza. Está en silencio y algo incómodo. Segundo acto: cruza sus brazos y se toca los codos. Están medios secos. Lleva una polera de rayas algo arrugada que a ratos estira por inercia. Último acto: el de la confesión. "Yo no lo paso bien con esto". Óscar Contardo es meticuloso. También nervioso. Tanto, que ante la posibilidad de decir algo equivocado o que pueda ser motivo de arrepentimiento, prefiere hablar lento y con extrema exactitud sobre lo que quiere decir. El susto de lo imperfecto le hace sentir "una sensación de vértigo".
En agosto, Matías Rivas, poeta, columnista y director de Ediciones UDP, le propuso compilar las mejores crónicas que ha escrito en la década. No dijo que sí de inmediato. Contardo, autor de libros como Siútico: arribismo, abajismo y vida social en Chile (2008) y Raro: una historia gay de Chile (2011), columnista dominical de La Tercera y colaborador de este suplemento, le dio infinitas vueltas, principalmente, porque el pudor lo superaba. "¿Para qué?", pensaba. Y la respuesta todavía es difusa. El proyecto se concretó en noviembre. Fue rápido y dio forma a Fuera de lugar, un libro que reúne 39 artículos y textos. Pocas de esas historias tratan de él, aunque todas tienen un dejo melancólico que hablan, en el fondo, de su sentir. "Necesito de la realidad para escribir. Me gusta preguntar, averiguar, constatar, recorrer, mirar y contar. Me gustan las personas aunque no soporte a la gente".
¿Por qué aceptaste hacer este libro si tenías tantos reparos?
Porque Matías Rivas me tiene mucha confianza. Más de la que yo me tengo. Cuando me lo planteó le dije que quería hacerlo con la editora argentina Leila Guerriero, con quien he trabajado un montón porque nos conocemos de 2006. Y así partimos. Ella me dijo que le mandara textos que yo encontraba que valían la pena. Le mandé mucho material de libros que había publicado, otros inéditos, pero ella fue la que le dio sentido al libro. La idea era que esto tuviera una identidad propia y una misma mirada. Ese fue el resultado. Sin la Leila yo no habría podido armar esto.
¿Cuál fue el criterio que usaste para la selección?
Algo que me gustara, que me tincara y que valiera la pena. Soy muy autocrítico y no todo lo que escribo me gusta cuando lo vuelvo a ver, entonces fue difícil.
¿Te crees eso de que eres el columnista del momento?
Me da vergüenza. Me da miedo. Yo no lo paso bien con eso. Es una sensación de vértigo. Volver a leer algo mío me da pánico. Hay muchas palabras que yo usaba en una época y que ya no uso. A veces uno agota ciertos recursos. Con este libro había un tema de estilo; que no tuviera nada de lo que yo me pudiera sentir avergonzado o de cómo usé cierta palabra. Así se hicieron como diez años de trabajo.
"Antes era mucho peor"
En las crónicas reunidas en Fuera de lugar, Contardo habla en mayor medida de Santiago: de sus calles, historias, personajes emblemáticos y de los lugares que lo acogen cada vez que está medio vencido: las fuentes de soda. "Son el lugar que relaciono con mis pocos amigos". Él es de Curicó, de una familia clase media, fue a un colegio donde no se llevaba con más de dos compañeros y los domingos de hoy son "el recuerdo del aburrimiento de mi infancia". Las revistas que le compraba su padre en plena dictadura lo salvaron del vacío y lo convirtieron en el hombre que en sus columnas apunta como si tuviera un arma. "Y eso que he cambiado", asegura.
¿A qué te refieres con que has cambiado?
He cambiado en todos los sentidos. Antes era más rabioso, le decía a la gente lo que se me venía a la cabeza, mandaba a la mierda a muchas personas rápidamente. Además, que pongo muchas expectativas en los demás, aunque he aprendido que nunca hay que esperar algo de la gente.
Partes con "Me acuerdo", que habla precisamente de tus recuerdos de infancia, muchos muy sensibles, y terminas con "Final feliz", donde reina la decepción. ¿El orden es intencionado?
Eso lo sabe Leila. Pero eso es lo entretenido: que esto tenga un ritmo y un tono unidos a algo que no fue pensado como una unidad. Eso creo que lo logra un editor que conoce el trabajo del autor con el que está trabajando. Leila quiso darle una mirada. Confío mucho en su mirada.
Las crónicas de Fuera de lugar dejan una sensación de soledad y tristeza. ¿Así te sientes?
Sí, pero ¿sabes?, siempre he sido así. Antes era mucho peor.
Contaste historias de los escritores Pedro Lemebel y Rodrigo Lira. Ambos oscilaron al margen de lo que se consideraba correcto. ¿Tienes mucho de eso?
El trabajo de Pedro Lemebel lo admiro mucho, pero yo no soy su fan. Sí me parece muy interesante como personaje, al igual que Rodrigo Lira. De él me resultaba atractiva su desubicación y su falta de encaje. Me tocan esas cosas. Quería que esto tuviera una mirada propia e identificable. Aquí puede haber un tono melancólico del que yo tiendo a escapar de una forma rabiosa o tiendo a disfrazar de rabia. Pero, claro, en el fondo tengo corazón.
¿Por qué disfrazas esa melancolía?
Es una manera de guardarme.
¿Porque te sientes fuera de lugar?
La mayor parte del tiempo, sí. Me siento mucho más testigo que partícipe de la vida. Por eso hablo de mí a través de los otros. De eso se trata este libro. Me aburre hablar de mí por lo complejo que soy. Si me preguntan cómo estoy, siempre tiendo a empezar a analizar cómo estoy realmente. Claro, porque la gente te pregunta y espera que digas "bien", pero yo tiendo a dar un informe. Y empiezo: mira, estoy bien, pero pasa esto que me tiene un poco inquieto y pasa lo otro, pero sumando y restando podría decirse que estoy bien.
¿Qué expectativas tienes con este libro?
Nunca me di cuenta de la exposición emocional de los textos hasta ahora. La última semana de septiembre decidimos cerrar esto. No voy a hacer lanzamiento porque me da lata. Son muy estresantes porque terminan hablando de mí. Además, que en este libro en particular podrían hablar más de mí que de otra cosa y a mí me gusta que se hable de mí, pero lo que yo quiero que se hable.
¿Qué te gusta que se hable de ti?
Me gusta saber que se habla, pero no qué. Me molesta que me malinterpreten y que se armen cosas en torno a eso. En este mundo la mayoría de la gente no da la cara. Y yo puedo entender, pero no puedo perdonar; me cuesta mucho perdonar y aguantarme el desquite.
¿Eres vengativo?
Sí. Es una cosa de nunca acabar porque una vez, dos veces, nunca es suficiente. Eso no es recomendable, pero soy así.
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Fotografia: Marcelo Segura Millar.[/caption]
El sueño de una trilogía
Pese a que llegar a Santiago fue una forma de salir de su monótona vida de provincia, Óscar Contardo se está replanteando cuál es su lugar hoy y cuál espera que sea en el corto plazo. "Ahora me pasa que pienso: ¿y si me voy de viejo a vivir al sur? Al sur-sur, no Curicó-Talca. Me imagino allá, feliz, lleno de perros, solo, sin nada de calor. Eso quiero".
¿Por qué te quieres ir de Santiago después de tanto que le has agradecido a la capital?
Hay algo que no he hablado ni con mis amigos, porque no quiero que intenten convencerme. Escribí Siútico, Raro: una historia gay de Chile y ahora estoy armando un libro sobre curas, básicamente una historia que tiene como hilo conductor el caso real de un sacerdote chileno que fue acusado de abuso sexual y se suicidó. A partir de ahí cuento muchas otras historias sobre abuso y religión. Con ese libro tendría la trilogía que esperaba. Creo que después de eso voy a cumplir una etapa.
¿El libro sobre curas es lo último que tienes como objetivo?
Sí. Eso pienso. Lo que estoy haciendo con ese libro es la tarea que en algún momento me propuse. Esto no lo comento, pero te voy a dar un ejemplo: Augusto d'Halmar tenía una idea de hacer una trilogía que se iba a llamar Los vicios de Chile. Nunca la concretó e hizo un solo libro que fue la novela Juana Lucero (1902), y el proyecto quedó ahí. En el fondo, lo que a mí me impulsa, con todo el pudor que me resulta reconocerlo ante mis amigos, es hacer la trilogía que Augusto d'Halmar no hizo.
¿Por qué te importa lo que hizo o no hizo él?
En Juana Lucero aborda tres temas que giran sobre todo en torno al poder y que son la clase social, el sexo y la religión. Entonces, siempre me quedé con la idea de cómo hubieran sido los otros dos libros. Esta comparación con la idea de la trilogía de d'Halmar vive en mi cabeza, no tiene ninguna existencia más allá, pero para mí la tercera pata, que es el libro de los curas, sería el fin de una trilogía. Eso significaría que cumplí la tarea íntimamente autoimpuesta.
¿Y cuáles tenemos que interpretar que son los vicios de vicios de Chile a partir de esos tres libros tuyos?
Los mismos que hace un siglo: los problemas con el poder en el ámbito de la clase, el sexo y la religión. Si uno lee Juana Lucero podría estar pasando ahora.
¿No hemos avanzado nada según tú?
Muy poco. Es decir, hemos avanzado en muchos aspectos, pero las tensiones siguen siendo las mismas que hace cien años o más.
¿Cumplir con la "tarea autoimpuesta" tiene que ver con que harás un receso como escritor?
No tan así, pero creo que lo que haga de ahí en adelante ya no va a tener tanta importancia. Lo veo así porque quizá nunca me he planteado la escritura en sí como un desafío. Después, no sé. Creo que vendrá lo que sea.
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