Cuando filosofar era importante
El existencialismo fue la escuela de pensamiento más popular e influyente del siglo XX. Un nuevo libro revisa la historia que protagonizaron Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus.
Puede parecer inverosímil pero el asunto es más o menos así: Raymond Aron se encuentra en 1933 con Simone de Beauvoir y su pareja, Jean-Paul Sartre, en el café parisino Bec de Gaz. Aron ha vuelto desde Berlín y le informa a sus amigos que un filósofo ha revolucionado la manera en cómo se piensa y hace filosofía. Su nombre es Edmund Husserl y su renombrada frase "a las cosas mismas" permitiría filosofar -sostenía Aron- incluso sobre los cócteles de albaricoque que los tres tomaban allí mismo, en la rue Montparnasse. Desesperado ante tal revelación, Sartre se levanta de la mesa y corre a buscar a librerías algún libro del mentado pensador.
Ese fue, según Sarah Bakewell, autora de En el café de los existencialistas, el origen de la corriente de pensamiento conocida como el existencialismo. El libro -elogiado por la crítica norteamericana e inglesa-, narra con claridad y gracia la vida y las ideas centrales de una docena de pensadores que, a partir de la frase de Husserl en sus Investigaciones lógicas, provocaron un giro radical en la forma en que la filosofía daba cuenta de la realidad.
Este ensayo recorre, en sus más de 500 páginas, asimismo, las vidas de Albert Camus, Maurice Merleau-Ponty, Edith Stein, Martin Heidegger, Emmanuel Levinas, Hannah Arendt, incluso relata quién era el franciscano Herman van Breda, un filósofo y religioso que se preocupó de dar forma al Archivo de Husserl en la Universidad de Lovaina. La historia del traslado de parte de los manuscritos y las cenizas del padre de la fenomenología, en pleno nazismo, es uno de los relatos más fascinantes que se narran en este documentado trabajo.
Jazz y anfetaminas
A partir de la década del 40, existencialismo significó para muchas personas no tan solo la pretenciosidad filosófica, gustos morbosos o sujetos introspectivos de erotismo vacilante, como fueron caracterizados sus seguidores en Les Nouvelles Littéraires. Junto al baile, el jazz, el amor libre y las múltiples formas de interpretar nuestra situación en el mundo, el existencialismo también implicó una manera de habitar el mundo, vivir las ideas, a la manera de lo sostenido por la escritora irlandesa Iris Murdoch. O Maurice Merleau-Ponty, tal vez el filósofo menos excéntrico de esta galería de personajes, quien además de profundizar en las condiciones de la fenomenología, fue un elogiado bailarín: sus movimientos de swing de ningún modo interferían en sus investigaciones sobre la relación entre conciencia y percepción. Al contrario, las ampliaban, al punto de lograr que se hiciera, cada vez con mayor recurrencia, preguntas fundamentales.
Fue en este contexto en que Camus, Sartre y Simone de Beauvoir gestaron sus obras. En medio de cafeterías y bares escribieron El ser y la nada o El segundo sexo. A diferencia de lo que ocurría en Alemania, con Martin Heidegger renegando del método de Husserl -su mentor- y fundando una nueva manera de entender la fenomenología con la publicación de Ser y tiempo, la manera de filosofar de esa generación francesa estaba, en cambio, ubicada en la calle, dando cuenta del amplio sentido de lo público que tenía por entonces la filosofía y el rol de los filósofos en las discusiones más relevantes del día a día.
Mientras Heidegger recibía sanciones por su colaboración bajo el régimen nazi, Camus y Sartre discutían en público por los excesos de la dictadura estalinista. En los 50, mientras Heidegger se dedicaba a meditar tanto sobre la poesía y la técnica, así como las implicancias de su método en la siquiatría, Sartre consumía dosis excesivas de anfetaminas para producir y producir obras, abandonando paulatinamente sus grandes placeres: el cine, el teatro y las novelas, como asegura Bakewell en este libro. De este modo el autor de La náusea se convenció de "que el control de calidad literaria no era más que autocomplacencia burguesa, que solo importaba la causa, y que era un pecado revisar o incluso releer". Beauvoir -asegura la autora- "revisaba todo exhaustivamente" aunque, principalmente, "le miraba con nerviosismo".
Después de la muerte de Sartre en 1980 y los demás filósofos, el existencialismo se transformó en un conjunto de ideas que perdieron relevancia en las últimas décadas. La filosofía se plegó a las aulas universitarias, y perdió su lugar en el ámbito de la formación. Tal vez por lo mismo, la autora recuerda el masivo primer funeral de Sartre, que estaba colmado por miles de personas tanto en las calles como en el cementerio de Montparnasse. De Beauvoir quiso ese funeral público para su pareja pues consideraba que uno de carácter privado era, prácticamente, imposible. Tanto su figura como la de él eran la de conciencias morales de la nación.
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