De Clay a Ali; de campeón a mito

La muerte del púgil abre el debate sobre el legado de un hombre que traspasó las barreras del deporte para convertirse en un mito. Boxeador brillante y deslenguado, The Greatest abrazó la lucha social como su gran bandera ante el mundo.




Sentado en su esquina, agobiado tanto por los largos e intensos 14 rounds ante Joe Frazier como por el calor sofocante del Coliseo Areneta de Manila, Muhammad Ali le  habló suave pero convencido al oído a su técnico Angelo Dundee: "Para la pelea, por favor. Párala". El Bocazas de Louisville, el narcisista que condenó las injusticias, atacó a los poderosos y encabezó la lucha por los derechos de los negros y la oposición a la Guerra de Vietnam, por primera vez estaba dispuesto a rendirse. La orden ya estaba dada.

Pero Dundee no lo hizo. No fue necesario. La esquina de Frazier, a esa altura con ambos ojos casi cerrados producto de los golpes, decidió que el peleador oriundo de Detroit no saliera a pelear. No habría último round para alivio de Ali, quien retendría la corona, en una batalla bautizada como Thrilla in Manila. Pero su cuerpo no volvió a ser el mismo. El Parkinson comenzaba a manifestarse en una figura que ya era un ícono.

"Esa noche fue lo más cercano a la muerte", confesaría más tarde Ali, que pese al castigo acumulado decidió prolongar su carrera siete años más. Un despropósito. Las consecuencias de aquella cuestionable decisión las terminaría pagando el resto de su vida, que se apagó definitivamente la noche del viernes a los 74 años.

Lo que no se desvanecerá jamás será la leyenda de un púgil que trascendió más allá del deporte de los puños.  Artista y provocador, el medallista de oro en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960  nunca dejó de luchar, ni siquiera cuando el Parkinson apenas le permitía las apariciones pública.

Siempre rodeado de polémica debido a su fuerte personalidad, Muhammad Ali no dejaba indiferente a quien le rodeaba, ya fuesen rivales o políticos. Nacido como Cassius Marcellus Clay, el púgil siempre supo cuál era su lugar en el mundo. Quizás por ello convivió feliz con el apodo The Greatest (El más grande), una designación que, a diferencia de lo que ocurre en otros deportes, nadie se atrevió  a poner nunca en entredicho. En una época donde nadie alzaba la voz,  él, en cambio, gozaba.

El robo de su bicicleta provocó que con 12 años conociese el deporte que le haría una de las personalidades más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos. Las batallas con Frazier, Norton, Liston y Foreman, sus más grandes rivales, forjaron su imagen ganadora e indestructible.

Pero serían otros combates los que lo transformarían en el mito que es hoy. Símbolo de rebeldía y orgullo para millones de negros norteamericanos, su adhesión a la Nación del Islam, su lucha por la reivindicación social y su negativa a enrolarse en las fuerzas armadas le gatillaron muchas enemistades en su país. Aquellos combates fuera del ring lo convertirían definitivamente en una personalidad mundial.

La última campana sonó para Ali. Esta vez no hubo un ganador. Todo lo contrario. El deporte está de luto. El boxeo perdió a su figura más importante.Y todos quienes  fueron sus seguidores en su lucha social lloran su partida. Para la posteridad quedará su baile sobre el cuadrilátero, sus agiles manos y un canto que se repetía cada vez que se calzaba los guantes: "Flota como una mariposa, pica como una abeja". Como en Manila, hace 41 años, el combate se detuvo. Aunque esta vez,  la muerte se llevó a Ali.

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